No hace mucho me desplazo al
aeropuerto de Manises para recoger a un amigo. Allí me entretengo con los niños
mirando el tránsito de aviones hasta que anuncian la llegada del vuelo
procedente de Londres. Animados, nos dirigimos a la salida de pasajeros donde
vemos desfilar a los viajeros. De repente me fijo en algo. Un grupito de chicas
que conozco de vista, más o menos de mi quinta, surge entre risas tras lo que
parece haber sido una escapadita femenina grupal. En las manos sujetan varias
bolsas primorosas por las que sale un bonito papel y en las que se puede leer
“Victoria Secret” o “Agent Provocateur”. “Estas pijas se han ido a hacerse el
ajuar” –pienso sin poder apartar la vista de ese botín lencero. Más tarde otra
amiga me informa de que se ha puesto de moda entre las mamis de nuestra edad el
hacerse con lencería de lujo de firmas de fuera, que es lo más. Vamos, que si
antes a alguien cuando iba a Londres le encargabas la bolsita de Harrods,
perfumes o té, resulta que ahora lo que pega es que te traiga un conjunto
estilo perra con lazos, encaje y cuero. Me cuenta que en esas tiendas en
cuestión, si pides cita con antelación, te reservan hora en un privado forrado
de ante, cortinas y espejos donde te puedes pasear en ropa interior delante de
tu acompañante bebiendo champagne. En algunos además dispones de hasta una
barra de suelo a techo donde te puedes encaramar con las piernas cruzadas sacando
pecho para caldear aún más la ocasión. “Pues yo sé de mas de una que parecería
un jamón” –le digo con malicia.
Sólo unos días después me
encuentro en una fiesta infantil cuando una de las madres saca el tema. “Me he
comprado en Internet unos conjuntitos guarros” –nos anuncia. Y nos muestra por
el escote de la camiseta un sujetador de encaje negro y violeta completamente
bordado con los tirantes trenzados. “Caray, ¿y como has podido acertar así sin
probar” –le digo. “La primera vez los tienes que encargar. Le das tus medidas
a alguien que vaya, elijes el modelo y allí en la tienda le asesoran. Así no
fallas.” –me explica. Yo, que soy dada a la ropa interior negra o blanca,
sencilla y de algodón, que paso del tanga y prefiero el culotte, me siento de
repente inapropiada y poco sexy. “¿Debería probar, resultaría más femenina yendo
a la compra o al parque enfundada en lencería fina, vestirse rollo vicioso es
la única esperanza que quizás le queda a una madre para poner caliente a su
esposo?” – me pregunto picada por el tema. No puedo evitar rememorar la cena de
chicas a la que me invitó una vecina. Al llegar a los postres, y por aquello de
animar la velada, nos reúne frente al televisor y nos pone el show que cada año
organiza la firma Victoria Secret. Top models espectaculares entre las que se
encuentra Alessandra Ambrosio, Adriana Lima o Candice Swanepoel desfilan con
conjuntos increíbles en una pasarela de ensueño portando en la espalda unas
alas enormes elaboradas con plumas, pedrería y toda clase de fantasías.
Nosotras, con un trozo de pizza en una mano y una cerveza en la otra, observamos
a esas mujeres bellas, altas e increíblemente flacas como si fueran de un mundo
irreal. “Pues yo las veo un poco caballonas” –comenta una. “A mi me han dicho
que antes del desfile se tienen que mantener un mes sin comer” –dice otra. “En
ese mundo hay mucha frígida, estar tan delgada te quita las ganas” –añade una
tercera. Desde ese día asocio la alta lencería a ese numerazo yanqui angelical
donde la damas se presentan con larga melena, tipazo y aspecto decidido
lanzando besos al aire con gesto divertido.
Ahora tengo la sensación de
que hay una asociación secreta, algo así como “el club de las seductoras” donde
solo tienen cabida las señoras amantes del tanga y los picardías. Animada por
la curiosidad me propongo hacerme con algún conjunto atrevido para vivir en mi
propia piel esa lujuria lencera. Quién sabe si dentro de unos meses me veo en
Inglaterra colgada en la barra de un cuartito privado viviendo un momento de lo
más depravado. Les confieso que me da pereza.
No te atormentes, la lencería no garantiza el éxito y ni siquiera lo facilita. Lo único que garantiza el éxito, es la actitud.
ResponderEliminarSaludos.