Vuelvo el otro día de hacer unos recados por Cardenal Benlloch cuando al pasar por una bocacalle un pequeño videoclub atrapa mi atención. Tengo la sensación de que han pasado varios siglos desde la última vez que pisé uno, lo que me provoca cierta nostalgia y hace aflorar en mi mente recuerdos de adolescente, cuando paseaba por los pasillos junto al noviete de turno, en busca de algún título que coger para intentar ver mientras nos dábamos besos. Ahora todo ha cambiado y parece que con lo digital, los trescientos canales de pago, las series para abonados y los paquetes deportivos vamos servidos, aunque en el fondo se trate de una extraña manera de aplacar la ansiedad con una avalancha de oferta descomunal. Decido entrar para explorar y veo que nada ha cambiado. La zona de novedades con los últimos estrenos, cine clásico, de acción, películas románticas, comedias, títulos independientes y cintas infantiles. Al fondo a la izquierda veo la puerta de madera estilo oeste con el luminoso en letras rojas en la parte superior que indica: “cine de adultos”. Un tipo con gorra y vaqueros sale por ella con una peli en la mano y yo instintivamente pienso: “guarro”. Pese a mi arrebato de moralina colegial no puedo evitar preguntarme como será ese reducto de lo obsceno y, picada por la curiosidad, me acerco. “Puedes pasar, eres mayor, gozas de libertad, se ha dado por algo esta ocasión, se trata de adquirir material para documentación, a veces escribes de esto, no necesitas ningún pretexto, ya entraste una vez a un sex-shop…” –lanza mi mente de manera inconsciente. Cuando me doy cuenta me encuentro en el centro de esa pequeña habitación rodeada por cientos de carátulas divididas también por clasificación: estrellas porno, transexuales, voyeur, orgías, gay, lésbico, amateur…Yo no puedo dejar de mirar las cajas con esas fotos baratas de hombres y mujeres practicando sexo son gesto de vicio y unos títulos que no tienen desperdicio: “Putas de carretera”, “Lozanas de pueblo”, “Desflorando japonesas”, “Una vecina viciosa”, “Joven rebelde y ninfómana”, “Falomanías” o “Un descuido y toda dentro”. Abrumada por tanta creatividad intento asimilar el torrente de información que me llega y me dispongo a salir cuando otro cartel destacado se interpone en mi camino: “Porno femenino”. Aquí la cosa se suaviza: “Tres hermanas”, “Revelaciones”, “El sabor de Ambrosia”, “Ritos de pasión”. Desde luego el planteamiento me parece acertado, un enfoque de lo mismo pero edulcorado y por la impresión que me da, en un entorno más cuidado, con otra iluminación y parece que hasta argumento. El problema que le veo es la ubicación, pues dudo que muchas damas se atrevan a acceder a este cuartito de la pasión y mucho menos salir sujetando la cinta. Vuelvo a la zona “normal” y, ya dispuesta a alquilar, me sumerjo en un proceso de selección ya olvidado, leyendo las reseñas, ojeando las novedades y contrastando las opciones. Me doy cuenta del valor de ese momento y me planteo hasta qué punto es positiva la tormenta de contenidos en la estamos sumergidos con esos dispositivos capaces de almacenar diez mil canciones o discos duros repletos con filmografías completas. Echo de menos el momento en el que escogías una cinta de casete, o más tarde un compact disc o un DVD y disfrutabas durante horas de una película o un disco, centrado exclusivamente en él. Parece que en los últimos tiempos todo se ofrece a granel perdiendo, entre otras cosas, el encanto. Así cines, video clubs, filmotecas y bibliotecas quedan cada vez más relegados al grupo de los nostálgicos con salas vacías en las que la solitaria proyección es sólo un reflejo de nuestra falta de elección, de concentración y de tiempo. Exijamos nuestro derecho a disfrutar de manera más centrada y sosegada en esta era de Internet en la que da la impresión de que todo se torna banal y superficial. Es el momento de hacernos fuertes frente a la invasión de información y fomentar la criba de material y el espíritu crítico. Hágase una pregunta: ¿hace cuento tiempo que una película o una canción no le producen verdadera emoción?.
domingo, 23 de junio de 2013
FALOMANÍAS Y CULTURA A GRANEL
Vuelvo el otro día de hacer unos recados por Cardenal Benlloch cuando al pasar por una bocacalle un pequeño videoclub atrapa mi atención. Tengo la sensación de que han pasado varios siglos desde la última vez que pisé uno, lo que me provoca cierta nostalgia y hace aflorar en mi mente recuerdos de adolescente, cuando paseaba por los pasillos junto al noviete de turno, en busca de algún título que coger para intentar ver mientras nos dábamos besos. Ahora todo ha cambiado y parece que con lo digital, los trescientos canales de pago, las series para abonados y los paquetes deportivos vamos servidos, aunque en el fondo se trate de una extraña manera de aplacar la ansiedad con una avalancha de oferta descomunal. Decido entrar para explorar y veo que nada ha cambiado. La zona de novedades con los últimos estrenos, cine clásico, de acción, películas románticas, comedias, títulos independientes y cintas infantiles. Al fondo a la izquierda veo la puerta de madera estilo oeste con el luminoso en letras rojas en la parte superior que indica: “cine de adultos”. Un tipo con gorra y vaqueros sale por ella con una peli en la mano y yo instintivamente pienso: “guarro”. Pese a mi arrebato de moralina colegial no puedo evitar preguntarme como será ese reducto de lo obsceno y, picada por la curiosidad, me acerco. “Puedes pasar, eres mayor, gozas de libertad, se ha dado por algo esta ocasión, se trata de adquirir material para documentación, a veces escribes de esto, no necesitas ningún pretexto, ya entraste una vez a un sex-shop…” –lanza mi mente de manera inconsciente. Cuando me doy cuenta me encuentro en el centro de esa pequeña habitación rodeada por cientos de carátulas divididas también por clasificación: estrellas porno, transexuales, voyeur, orgías, gay, lésbico, amateur…Yo no puedo dejar de mirar las cajas con esas fotos baratas de hombres y mujeres practicando sexo son gesto de vicio y unos títulos que no tienen desperdicio: “Putas de carretera”, “Lozanas de pueblo”, “Desflorando japonesas”, “Una vecina viciosa”, “Joven rebelde y ninfómana”, “Falomanías” o “Un descuido y toda dentro”. Abrumada por tanta creatividad intento asimilar el torrente de información que me llega y me dispongo a salir cuando otro cartel destacado se interpone en mi camino: “Porno femenino”. Aquí la cosa se suaviza: “Tres hermanas”, “Revelaciones”, “El sabor de Ambrosia”, “Ritos de pasión”. Desde luego el planteamiento me parece acertado, un enfoque de lo mismo pero edulcorado y por la impresión que me da, en un entorno más cuidado, con otra iluminación y parece que hasta argumento. El problema que le veo es la ubicación, pues dudo que muchas damas se atrevan a acceder a este cuartito de la pasión y mucho menos salir sujetando la cinta. Vuelvo a la zona “normal” y, ya dispuesta a alquilar, me sumerjo en un proceso de selección ya olvidado, leyendo las reseñas, ojeando las novedades y contrastando las opciones. Me doy cuenta del valor de ese momento y me planteo hasta qué punto es positiva la tormenta de contenidos en la estamos sumergidos con esos dispositivos capaces de almacenar diez mil canciones o discos duros repletos con filmografías completas. Echo de menos el momento en el que escogías una cinta de casete, o más tarde un compact disc o un DVD y disfrutabas durante horas de una película o un disco, centrado exclusivamente en él. Parece que en los últimos tiempos todo se ofrece a granel perdiendo, entre otras cosas, el encanto. Así cines, video clubs, filmotecas y bibliotecas quedan cada vez más relegados al grupo de los nostálgicos con salas vacías en las que la solitaria proyección es sólo un reflejo de nuestra falta de elección, de concentración y de tiempo. Exijamos nuestro derecho a disfrutar de manera más centrada y sosegada en esta era de Internet en la que da la impresión de que todo se torna banal y superficial. Es el momento de hacernos fuertes frente a la invasión de información y fomentar la criba de material y el espíritu crítico. Hágase una pregunta: ¿hace cuento tiempo que una película o una canción no le producen verdadera emoción?.
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