Lorena ha empezado a salir
con un chico que le gusta bastante. Tras fracasar en su última relación conoció
a Pedro en clase de cocina y, lo que empezó con un par de citas, ha acabado
convertido en un tórrido lío. Después de vivir varias noches de pasión en el
apartamento de ella del centro, él la invita un viernes noche a su casa ubicada
en Campolivar. Tras degustar comida, vino y postres se ponen en acción y entre
besos y arrumacos llegan como pueden hasta la habitación. Pese a estar metida
en faena Lorena no puede evitar flipar con un gran espejo que ocupa una pared
de arriba a abajo cubriendo todo un lateral. Ella, sin parar de besar, observa
con disimulo como él la va liberando de la ropa y no deja de pensar en la
celulitis de su culo que a través del espejo parece de repente agrandado,
afeado. Pedro entonces se quita la camisa y deja al descubierto una espalda
inusualmente granuda y unos hombros peludos. Lorena sentada se mira asustada
los pliegues de la barriga y decide cerrar los ojos para intentar excitarse.
Cuando parece que ha conseguido centrarse y empieza a disfrutar instintivamente
vuelve a mirar y descubre la cara de él, congestionada, y sus nalgas que se
mueven como un flan en el vaivén de las embestidas. De repente se siente como
si fueran los protagonistas de un video porno amateur llamado “maduro abogado
monta a profesora de su agrado”. Al final consigue culminar mirando hacia otro
lado y se jura a si misma no volverlo a intentar en aquel probador del amor.
Ya en su casa decidió que
prefería a Pedro en penumbra, con su voz rasgada y su sonrisa velada. El sexo
así a pelo no tiene nada de estético y reflejado e iluminado de tal manera
resulta hasta un punto patético. Cierto velo resulta favorecedor y estimula la
fantasía de los amantes, antes, durante y después el acto en cuestión.
Verse a uno mismo en determinadas situaciones, puede llegar a ser contraproducente, como bien dices. Yo lo hice una vez... y sólo una. Afortunadamente, nadie más lo vio.
ResponderEliminarSaludos.