Susana
estaba encantada de estar beneficiándose a Andrés, un padre del colegio
separado algo más joven que ella, hasta que una noche en su casa después de una
hora de sexo, él se apoya en su regazo y le suelta cariñoso: “me ha encantado,
mamá”. Ella, espantada, no está segura de haber oído bien y lo mira intrigada.
“¿Qué has dicho?” –pregunta. “Que ha estado genial” –responde él. Sólo dos días
después se encuentran en el sofá en plena sesión de magreo. Ella comienza a
besarle por el abdomen cuando Andrés le suelta: “más abajo mami”. Susana se
incorpora y lo mira cabreada. “Me has llamado mamá. ¿Esto de qué va?” –le
interroga. “Nunca había estado con alguien más mayor, a mi me parece muy sexy,
te conservas fenomenal” –responde. Las palabras “conservas” y “mayor” comienzan
a rebotar en la cabeza de ella de manera insistente y la hacen sentir de
repente como una arpía depravada abusando de un menor. Entonces, para su
sorpresa, ocurre algo aún peor. “Si quieres déjate puesto el sujetador, es
mejor, queda el pecho más bonito” –le sugiere. Sin dejar de mirarlo a los ojos
se pone de pie y se quita con un gesto el sostén mostrando en plenitud toda su
desnudez. “Mira, idiota, como podrás comprobar estos pechos están bien
derechos, cosa que tú deberías plantearte, pues entre todo ese pelo que tienes
en la barriga no se distingue bien el origen de esos dos pellejos que te
cuelgan ahí arriba. La zona entre el cuello y la barbilla que tienes como
abultada, se llama papada. Y a esa superficie plana de tu cabeza donde refleja
la luz, le dicen calvicie” –le informa sin inmutarse. Andrés la observa sin
saber qué decir mientras ella se termina de vestir. Justo cuando va a salir por
la puerta se gira para despedirse: “¿Sabes qué te digo cariño? Entiendo que con
ese tamaño te sientas como un niño”.
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