“Yo de siempre me llevo mejor
con los chicos”, afirma no hace mucho Olga en una cena. “La amistad con un
hombre me resulta mucho más natural, menos competitiva. Entre dos mujeres la
relación en algún momento se presenta conflictiva”, expone esta economista
madre y casada que, poseedora de un atractivo destacado, disfruta de una
treintena privilegiada. Me consta que con alguno de sus íntimos, uno de esos
por los que ella pone la mano en el fuego, ella tuvo un magreo en el pasado. Sé
además que aunque él también está casado ella nunca lo ha olvidado. E intuyo,
cuando los veo en acción, que si bien supongo que no hay nada más entre ellos, ambos
se dan el uno al otro calor. Conozco además el caso de un amigo que mantiene
desde hace años la amistad con una chica algo más joven que él a la que conoció
en el trabajo. Pese a que él hace alarde de la situación incidiendo en que
entre ellos nunca ha existido ninguna clase de atracción, puedo ver como él sin
pensarlo la toca, le mira la boca o la escucha fascinado sin darse cuenta de
que lo que le ocurre en el fondo es que está enamorado. Les insto a que observen a su
alrededor, analicen a esas parejas que conocen de amigos hombre-mujer y se
pregunten: ¿cuál de los dos parece más interesado?, ¿es seguro que nunca se han
enrollado?, si ella es atractiva y el tío no es feo, ¿cómo es posible que
consigan controlar el deseo?. Si la ley natural indica que la mente femenina
está programada para el romance y la masculina para tratar de copular con todo
lo que tiene a su alcance, si las damas somos posesivas y coquetas y ellos se
pierden por unas piernas largas, una sonrisa o unas buenas tetas, si nosotras
tenemos fantasías y ellos son los reyes del porno en la red, ¿alguien se cree
todavía la utopía de la amistad mixta, casta e inocente? La respuesta está en la
parte baja de su vientre, no en su mente.
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