Lo que le ocurre a Marisa es
un tema a estudiar. Tras varios años de casada un día descubre una faceta de la
vida íntima de su marido que le pilla completamente desprevenida. Hacía tiempo
que lidiaban con la enfermedad de un familiar. Una noche se encuentran en el
salón hablando del tema y ella, sobrepasada, se pone a llorar. Él entonces la
observa con atención, se sienta junto a ella, le retira el pelo de la cara,
arrastra con el dedo una lágrima que atraviesa su mejilla, le coge de la
barbilla y la besa con profusión. Tras bajar la mano hasta el escote se
enzarzan en una sesión de intenso sexo conyugal que culminan sobre el suelo.
Para ella no es digno de atención hasta que unas semanas después, tras discutir
con una amiga, le narra a su esposo lo ocurrido y se deja llevar por el llanto.
Él cierra la puerta de la habitación, se sienta de rodillas ante ella y le
dedica una mirada de admiración para, a continuación, desabrocharle con calma
la camisa, liberarla del pantalón y tomarla sobre la cama, en un momento lleno
de erotismo y pasión. Es así como mi amiga descubre que hay un punto en el
subconsciente de su pareja que hace que se ponga muy caliente cuando ella
expresa su tristeza. Desde ese momento, y tratando de no pasarse de teatral, lo
agasaja de vez en cuando con alguna escena dramática que tiene lugar tras
relatarle un problema, que algunas veces se ha tenido que inventar, a lo que el
marido siempre responde hecho un animal. Ella ha pensado que quizás tenga que
ver con el gusto de él por las novelas y series de corte medieval, cuando el
caballero valiente debe de salvar a la dama asustada y a la vez ardiente que lo
recibe entregada, consciente de que además de salvada va a sentirse colmada. En
todo caso ha decidido no preguntar, pues está convencida de que una de las
claves del deseo sexual es el componente visual. Y ahí sobran las palabras.
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