Lo que me cuenta la otra
noche una amiga, propietaria de un conocido centro de estética de la ciudad, es
digno de mi atención. Comentando que con la llegada del calor aumenta el volumen
de trabajo, me dice que existen dos fechas punta en las que se disparan las
reservas para hacerse la depilación integral en la zona íntima: antes de la
noche de San Juan y la víspera de la Tomatina. ¿En serio?, le pregunto
sorprendida ante esta información que me parece reveladora. Doy por hecho que
el repunte de exterminación pilosa se debe dar en algún otro momento del año,
como antes de San José o en Noche Vieja. Pues no. Me aclara que antes de las
fallas sí que puede ser que aumenten las peticiones, pero ni de lejos a los
niveles de las fechas estivales. A mi me viene la cabeza que en el mes de marzo
o en fin de año aquellas que quieran consumar un encuentro fugaz deben de tener
a mano una casa o recurrir a su coche, o al de él, o a la habitación de un
hotel. Con el calor, en cambio, entran en escena estas fiestas lúbricas,
celebraciones de contacto donde el mar, la playa, el fuego o algo tan rotundo
como es un tomate maduro, se impregnan a nuestra piel como las moscas a la miel.
Así estas amazonas, valientes, enarbolan la ausencia de vello como la
confirmación de algo que esta escrito en su subconsciente: las ganas de sexo indecente.
Visualizo a esas damas previsoras y sin duda optimistas, que se preparan con
esmero, y sin rodeos, para esas noches de juerga loca. Me pregunto como
actuarían los hombres presentes si supieran del estado depurado de la zona
neurálgica de muchas de ellas, y pienso si el equivalente masculino sería el de
salir con un condón en el bolsillo. Entonces llego a la conclusión de que
someterse a ese tipo de depilación reviste una mayor intención. Y eso es algo
que, sin duda, hace que ellas ganen en motivación.
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