viernes, 23 de noviembre de 2012

ÉL QUERÍA A SU MUJER



Luís se llevó una agradable sorpresa el día que su compañera de despacho se cogió la baja por maternidad y en su lugar contrataron a Merche, una morena guapita de veinticinco años con una sonrisa traviesa y un culo imponente. Tras el impacto inicial y al constatar cada mañana que Merche era aficionada al traje sastre marcón y a llevar desbrochado el peligroso botón, ese que marca la diferencia entre la camisa formal o el escote bestial, Luís confirmó que se sentía seguro y no tenía nada que esconder, pues tenía muy claro que quería a su mujer. Por ello no notaba nada cuando Merche se agachaba con las piernas estiradas para buscar un informe y ante sus ojos quedaba un triángulo perfecto coronado por ese trasero respingón que desafiaba las costuras del pantalón. Tampoco le importaba los días que hacía calor y a Merche se le formaban unas gotas de sudor en la zona del bigote, ni la mancha del escote, que ponía de manifiesto una clara tendencia animal, una fuerza racial y potente, pues para él era evidente que a la única que tenía en mente era a su mujer. No le era extraño cruzársela camino del baño y que ella le guiñara un ojo con complicidad, con esa familiaridad espontánea que surge entre compañeros de profesión que comparten vocación. Ni que se acercara para mirar algo en su ordenador y apoyara el pecho en el hombro de él, que sentía la carne turgente, caliente, a través de la tela. Así que la noche que pasaron en Barcelona para asistir a un curso de formación, cuando ella después de la cena le acompañó hasta el ascensor, se liberó de la ropa junto a la entrada y le bajó el pantalón. El hecho de que él la acorralara en la pared y la besara con pasión, el consiguiente revolcón y las horas de sexo brutal que pasaron sin salir de la habitación, no importaron, porque Luís, en el fondo mismo de su ser, estaba completamente seguro de que quería a su mujer.



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