Lo que le ocurre a Celia es algo que nunca se habría podido
imaginar. Desde pequeña acude al mismo dentista que sus padres, ese que la ha
visto crecer, que le quitó dos dientes de leche y le hizo el primer empaste.
Tras un par de años sin ir, y al sentir un leve dolor, decide pedir hora para
una revisión. La enfermera la informa solícita: “El señor Arnau ya no está en
activo, si le parece bien le voy a dar hora con Ernesto, su hijo mayor”. Así
que el día de la consulta, cuando la hacen pasar a la sala y se encuentra de
frente con un adonis de voz grave y perfectas proporciones, da gracias al cielo
por el relevo de las nuevas generaciones. El macizo se presenta. “Soy Ernesto,
no nos hemos visto antes porque he estudiado fuera, quizás conozcas a mi
hermano. No pongas esa cara que estás en buenas manos” –sonríe con una boca
perfecta. Le ayuda a acomodarse en la silla y procede al estudio visual.
“Parece que esto no está tan mal, quizás aquí al final, en la muela del fondo,
haya una pequeña caries que voy a trabajar con el torno” –le dice. Ella con los
ojos cerrados se imagina que es la protagonista de una película porno. “Abre
bien la boca, relaja la mandíbula y estate tranquila” –continua. A ella solo le
viene a la mente la palabra “pilila”. “Abre un poco más, no tengas miedo de
morderme, tengo la mano muy dura” –comenta comprensivo. Celia tiene de nuevo un
pensamiento lascivo, lo imagina en el suelo, tendido, y ella que está que arde
le besa muy suave sin dejarse ninguna parte. Se agita su respiración. “Casi
escucho tu corazón, parece que estás muy nerviosa. ¿Quieres que pare un
momento?” –pregunta atento. Ella niega con la cabeza intentando controlar su
pensamiento. Tras unos minutos le informa: “Esto ya está listo, ya tenias la
muela empastada, he preferido no penetrar”. Celia se despide y pide hora para
una limpieza, a ver si ese día al chico se le va la cabeza y movido por una
intuición, con la misma precisión, consuma la anhelada penetración.
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En breve se le irá el efecto de la anestesia y a palpar la realidad.
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