lunes, 17 de febrero de 2014

ES LA TIERRA DEL AMOR



A principios de semana me enseña una amiga el modelito de ropa íntima que se ha comprado para San Valentín. Adquirido en la tienda de una conocida firma italiana  que se encuentra cercana a Colón, el conjunto consta de dos piezas elaboradas con unas gomas anchas de lycra en negro. El sujetador está formado por dos pequeñas bañeras que tapan medio pecho justo hasta que acaba el pezón y tiene la espalda cruzada por varias tiras, al igual que la parte trasera inferior, dándole una apariencia arácnida. «¿Y tú crees que esto es lo adecuado para la ocasión? Le veo un punto sado» –le digo. «Mi marido ha cambiado, será la edad. Se ha vuelto más sofisticado. Primero fueron las botas de cuero. Ahora le pone este rollo hard» –me informa. Dos días después me envía una autofoto realizada en el baño con el conjunto puesto, el pelo revuelto y el rostro congestionado. «Estrenado» – es el texto que acompaña a la imagen. Pese a que se ha adelantado al día de los enamorados me parece que ha sido una excelente celebración, que denota el buen estado de su relación. Me planteo si en terrenos del amor el hecho en sí puede condicionar el sentimiento y la intención. Pienso en cómo se conocieron mis padres y en esas sesiones vespertinas en Chacalay, uno de los locales de moda a mediados de los cincuenta situado en la Calle Salvá. Allí los jóvenes tomaban combinados y compartían charlas y algunos, los más avezados, salían a  bailar, pues era la forma más cercana de intimar. También sé de los paseos por la Gran Vía, en grupos de chicos por un lado, y de chicas por el otro, en búsqueda de esa mirada que confirmara una pasión no prohibida pero si contenida. Los Viveros también fueron durante mucho tiempo uno de los lugares en los que dar rienda suelta al amor más casto. A finales de los sesenta es la “Bounty” la discoteca donde, en las zonas de penumbra, los enamorados se entrenaban con los primeros magreos. En la boîte “El Buho”, situada por Ruzafa, iba gente un poco más mayor y por ende los jovencitos más lanzados en busca de experimentación. En la Alameda pegaba “Flamingo”, frecuentado por un ambiente más mezclado y en una calle anexa a Navarro Reverter estaba “Whisky a go-gó”, epicentro de la modernidad donde no importaba el sexo o la edad. Me cuentan que en Justo y Pastor abrió en plenos setenta “Le Paradis”, local ubicado en un palacete con un gran jardín donde se podía retozar bajo los naranjos. Otra opción eran los cines de reestreno. El Goya, el Avenida, el Tyris o el Metropol ofrecían oscuridad y la proximidad de unas sillas de madera donde poder juntar la piel. Años más tarde me cuentan algunos amigos que sube la temperatura en “Servus”, un pequeño local de Grabador Esteve donde en los primeros ochenta las parejitas se acomodaban en unos sofás de terciopelo, colocados en una sola dirección como si fuera un vagón. Aquellos que conseguían llevarse a la chica que les gustaba hasta el sillón salían de allí con un calentón de narices. Los que querían bailar y frecuentar a gente guapa acudían a “Distrito 10”, local imprescindible en el momento . En los noventa si tenías una cita ibas a la zumería, la heladería, a dar una vuelta por el centro comercial o a las discotecas en las sesiones light. Si la cosa iba a más tenías el cauce del río hasta que te hacías un poco más mayor y podías montártelo en el coche, o disfrutar de los numerosos garitos de la noche. Tengo entendido que los chicos y las chicas de hoy, a los que hasta hace poco quedar en la Plaza de los Pinazo les parecía el planazo, y que se lo montaban en pleno botellón, lo solucionan ahora por WhatsApp y obtienen la información en las redes sociales. Yo lo pienso y llego a la conclusión de que sea cual sea su opción y con independencia de cuales fueran los lugares frecuentados por su generación, viva en pareja, se considere un descreído de lo romántico o le parezca que el día de los enamorados sea una absurda invención, esta, su ciudad, siempre estará presente como ese decorado privilegiado donde vio florecer, consumar o concluir el amor. Es por ello que carga con el peso de ser la tierra de las flores, de la luz y del exceso.




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