A principios de semana me
enseña una amiga el modelito de ropa íntima que se ha comprado para San
Valentín. Adquirido en la tienda de una conocida firma italiana que se encuentra cercana a Colón, el conjunto consta de dos piezas elaboradas
con unas gomas anchas de lycra en negro. El sujetador está formado por dos
pequeñas bañeras que tapan medio pecho justo hasta que acaba el pezón y tiene
la espalda cruzada por varias tiras, al igual que la parte trasera inferior,
dándole una apariencia arácnida. «¿Y tú crees que esto es lo adecuado para la
ocasión? Le veo un punto sado» –le digo. «Mi marido ha cambiado, será la edad.
Se ha vuelto más sofisticado. Primero fueron las botas de cuero. Ahora le pone
este rollo hard» –me informa. Dos días
después me envía una autofoto realizada en el baño con el conjunto puesto, el
pelo revuelto y el rostro congestionado. «Estrenado» – es el texto que acompaña
a la imagen. Pese a que se ha adelantado al día de los enamorados me parece que
ha sido una excelente celebración, que denota el buen estado de su relación. Me
planteo si en terrenos del amor el hecho en sí puede condicionar el sentimiento
y la intención. Pienso en cómo se conocieron mis padres y en esas sesiones
vespertinas en Chacalay, uno de los locales de moda a mediados de los cincuenta
situado en la Calle Salvá. Allí los jóvenes tomaban combinados y compartían
charlas y algunos, los más avezados, salían a
bailar, pues era la forma más cercana de intimar. También sé de los
paseos por la Gran Vía, en grupos de chicos por un lado, y de chicas por el
otro, en búsqueda de esa mirada que confirmara una pasión no prohibida pero si
contenida. Los Viveros también fueron durante mucho tiempo uno de los lugares
en los que dar rienda suelta al amor más casto. A finales de los sesenta es la
“Bounty” la discoteca donde, en las zonas de penumbra, los enamorados se
entrenaban con los primeros magreos. En la boîte “El Buho”, situada por Ruzafa,
iba gente un poco más mayor y por ende los jovencitos más lanzados en busca de
experimentación. En la Alameda pegaba “Flamingo”, frecuentado por un ambiente
más mezclado y en una calle anexa a Navarro Reverter estaba “Whisky a go-gó”,
epicentro de la modernidad donde no importaba el sexo o la edad. Me cuentan que
en Justo y Pastor abrió en plenos setenta “Le Paradis”, local ubicado en un
palacete con un gran jardín donde se podía retozar bajo los naranjos. Otra
opción eran los cines de reestreno. El Goya, el Avenida, el Tyris o el Metropol
ofrecían oscuridad y la proximidad de unas sillas de madera donde poder juntar
la piel. Años más tarde me cuentan algunos amigos que sube la temperatura en
“Servus”, un pequeño local de Grabador Esteve donde en los primeros ochenta las
parejitas se acomodaban en unos sofás de terciopelo, colocados en una sola
dirección como si fuera un vagón. Aquellos que conseguían llevarse a la chica
que les gustaba hasta el sillón salían de allí con un calentón de narices. Los
que querían bailar y frecuentar a gente guapa acudían a “Distrito 10”, local
imprescindible en el momento . En los noventa si tenías una cita ibas a la
zumería, la heladería, a dar una vuelta por el centro comercial o a las
discotecas en las sesiones light. Si
la cosa iba a más tenías el cauce del río hasta que te hacías un poco más mayor
y podías montártelo en el coche, o disfrutar de los numerosos garitos de la noche.
Tengo entendido que los chicos y las chicas de hoy, a los que hasta hace poco
quedar en la Plaza de los Pinazo les parecía el planazo, y que se lo montaban
en pleno botellón, lo solucionan ahora por WhatsApp y obtienen la información
en las redes sociales. Yo lo pienso y llego a la conclusión de que sea cual sea
su opción y con independencia de cuales fueran los lugares frecuentados por su
generación, viva en pareja, se considere un descreído de lo romántico o le
parezca que el día de los enamorados sea una absurda invención, esta, su
ciudad, siempre estará presente como ese decorado privilegiado donde vio
florecer, consumar o concluir el amor. Es por ello que carga con el peso de ser
la tierra de las flores, de la luz y del exceso.
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