lunes, 3 de febrero de 2014

MÉNAGE À TROIS


Comparte conmigo un amigo algo pendón, de esos que nunca se ha casado y que a los casi cincuenta tira de agenda, una curiosa revelación. Un viernes noche está de copas con otro amigo cuando a eso de las dos de la madrugada recibe una llamada. En la calle escucha la voz de la atractiva heredera de una familia de bien, una chica madura con potente delantera, cabra loca y soltera, a la que de vez en cuando frecuenta. En tono suave pero firme le dicta un simple mandato: «ven». Él sonríe algo bufado y le explica que está acompañado, que va a despedirse de su colega para no dejarlo colgado. Entonces ella añade: «que venga también él». Sorprendido, le cuenta la propuesta a su compañero, que va igual de chispado y acepta lanzado. Por el camino comentan entre risas que seguro que se trata de un bulo y luego hacen algunas bromas sobre sus respectivos culos. Tras entrar en el portal suben los diez pisos en ascensor y hacen un pareado chistoso con la palabra frío y el término trío. La dama les recibe en el salón con la luz apagada y los conduce sin hablar a la habitación. Uno de ellos la empieza a besar y el otro se queda en un segundo plano, hasta que ella lo coge de la mano. Unas tres horas después los dos se suben de nuevo al ascensor, esta vez de bajada, evitando cruzar sus miradas. Cuando las puertas se abren los dos invitan al otro al salir, ya sin reír, con una postura forzada. Tras unos instantes los dos, por impulso, dan un paso hacia delante quedando sus cuerpos unidos por la zona del costado, a lo que ellos reaccionan con gesto horrorizado. Desde ese día no han vuelto a hablar. Ahora mi amigo intenta olvidar los detalles de esa noche de oscuridad y tequila. Y, pese a que está muy seguro de su integridad, lleva fatal todos los chistes que hacen referencia a su condición sexual.




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