De todos los personajes que
protagonizan películas y series de terror los que más me han inquietado de
siempre son los zombis. Mitad muertos, mitad humanos, salvajes, en cacería
constante, buscando carne fresca a la que poder transmitir el mal. Entre todas
las historias de este género hay una en particular que me aterroriza. Se trata
del momento en el que tras una persecución uno de los supuestamente “vivos”
vuelve junto al resto. Los otros lo miran con recelo, el mismo desasosiego que
siente el espectador durante esos segundos en los que es imposible saber si en
realidad el recién llegado es todavía como ellos, o si ha sido infectado, quedando
así privado de su alma, y por tanto convertido en un enemigo, un rival del que
huir y al que combatir. De ser así él se volverá con los ojos ensangrentados
realizando movimientos espasmódicos que harán salir por piernas a los humanos
sanos. Ese “nadie conoce a nadie” aterrador me ha venido estos días a la cabeza
a raíz de la crisis del ébola cuando, desde los medios, han realizado un
croquis de los últimos días de la enfermera antes de serle diagnosticada la
enfermedad. Así médicos, auxiliares, camilleros, conductores, peluqueras,
marido y vecinos han empezado a desfilar por los centros de salud de la capital,
poseídos por la sospecha tras haber mantenido contacto con María Teresa. Me
pongo en su lugar, imagino por un momento la sensación de desconfianza generada
a su alrededor, el “seguro que estás bien” seguido de esa mirada de inquietud de
aquellos que los rodean motivada por el instinto natural del “sálvese quien
pueda”, que lleva a los sospechosos de haber contraído el virus a la más
absoluta soledad física, filosófica y vital. Dejando un momento de lado la
enfermedad en sí y a todo lo relacionado con lo estrictamente médico, alrededor
del asunto se ha organizado un circo que empieza en el momento en el que
algunos comienzan a cuestionar la profesionalidad de una enferma de gravedad,
midiendo su nivel de responsabilidad en función de si dijo o no la verdad.
Luego está el asunto de los guantes cuyas conclusiones se han sacado tras
hablar con la afectada que está aislada, desorientada, hipermedicada, sedada y,
en el momento que escribo estas líneas, a punto de ser vencida por ese virus de
origen africano. También está el asunto del perro, el ya célebre Excalibur cuya
ejecución ha incendiado las redes, y que ha impulsado el nacimiento de grupos
de protesta que son de la opinión de que se debería haber dejado a la mascota
en observación. En un aparte dejo a la panda de descerebrados que se dedican a
crear bulos falsos como la aparición de nuevos contagios o la intervención de
las fuerzas militares, propagando el miedo y el desconcierto entre una
población ya de por si sensibilizada e informada a salto de mata. Esto ha
provocado que algunos prescindan de viajar a Madrid y que vean en el AVE el
medio más rápido de contagio, planteándose incluso si seguir llevado o no a sus
hijos al colegio. La vedette de este espectáculo podría ser el consejero de sanidad
y su incontrolable verborrea, muy al estilo jacuzzi de Jesús Gil, que le ha
hecho compartir con la población algunas perlas ya famosas como el “tengo la
vida resuelta”. El coro reúne a aquellos que exigen la dimisión de la ministra señalando
al gobierno con el dedo, a los que opinan que repatriar a los sacerdotes fue un
error, a todos los que aprovechan para echar por tierra el funcionamiento de
nuestro sistema sanitario, los que politizan, dogmatizan, criminalizan,
satirizan. «Tienen razón», piensan unos. «El tema está tan politizado que es
difícil hacer un análisis en limpio de la cuestión», opinan otros. Yo me pongo
en el lugar de la auxiliar, pienso en esa foto despatarrada en el sofá, en sus
planes para pasar la semana que le quedaba de vacaciones en su tierra que tuvo
que abortar, en esa tarde que se fue a depilar después de acudir al médico,
pues aún pensaba que tenia una vida normal, en las llamadas y mensajes que ha
recibido desde el hospital. Me pregunto si no nos iría mejor si mostrásemos un
poco más de respeto por su situación.
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