La semana que termina vuelvo a la ciudad por espacio de dos
días para arreglar unos asuntos. Llego al puerto y la primera sensación es una
bofetada de calor, sin previo aviso, que me atrapa húmedo y poderoso para
sumirme en un estado de fatiga y aturdimiento. La luz, brillante y dorada,
parece proyectada por reflectores profesionales destinados a crear la ilusión
óptica de un antiguo videoclip en Abu
Dhabi. Esta sensación aumenta cuando tomo la avenida Baleares y la encuentro
desierta, sin un solo peatón surcando sus aceras. “¿Pero donde está todo el
mundo?” –me pregunto. Pues en esta ocasión muchos, debido a la crisis,
anunciaban el rotundo credo: “este año yo me quedo”. En mi barrio la única
señal de vida se da en el locutorio, donde los dos propietarios uruguayos beben
mate junto a la entrada. “¿Cómo va? –les digo. “Nada” –me contestan. “Aquí no
quedó ni Dios.” –confirman. Dejo el coche en el parking y a la salida descubro al agradable conserje trabajando en
una avanzada maqueta del Miguelete. “Menudo trabajo” – lo animo. “Gracias. El
suyo es el segundo coche que aparca hoy ahí abajo.” –me informa. Al entrar en
casa me encuentro con una montaña de publicidad y en la zona de la entrada, los
restos de un exterminio: más de diez cucarachas yacen sin vida intoxicadas por
las trampas que dejé preparadas. Mi vecina tenía razón. Este año, por falta de
presupuesto, han pospuesto la fumigación. Me pego una ducha y me dirijo al
centro, donde he quedado para una reunión. Y si, lo confirmo, lo que digo es
cierto: ¡¡Colón también se encuentra semi desierto!!. Camino por la acera
caliente, un pesado aire me abrasa, me paro en un semáforo y me parece tener un
espejismo. Una bruma de polvo parduzca se levanta ante mi. De entre la nebulosa
veo surgir una silueta que avanza implacable. Un ser inquietante con vendajes
en el rostro y caminar irregular vaga en mi dirección. “¡Zombis!” –me digo aterrada. “La ciudad ha sido tomada por una
horda de muertos vivientes que amenazan nuestra integridad” – confirmo antes de
disponerme a correr. Entonces escucho una voz: “¡Elena!”. Miro perpleja a la
extraña criatura que levanta una mano a modo de saludo. “Soy Bea.” –se
identifica. La veo aproximarse con cautela. No me lo puedo creer. Se trata de una
antigua compañera de gimnasio con la que coincido a veces en el rio. “¿Qué coño
te ha pasado?” –le digo impactada. La siguiente hora la pasamos en una cafetería
de Hernán Cortés. Allí me confiesa que ha aprovechado las tres semanas de
vacaciones para hacerse un par de retoquitos. “Michelín, papada y patas de
gallo” –señala orgullosa los vendajes. “Tres semanas recluida, recuperando, y
en septiembre, la reina del mambo.” –ríe contenida. “Vaya tela, tu entonces no
tienes problemas de pela” –le suelto curiosa. “Que va, la clínica de estética
me da la financiación”. –me informa. Y resulta que no es la única, pues me pasa
el nombre de varias señoras, que se encuentran el mes de agosto fuera de
circulación, con la excusa de cualquier viaje, cuando la realidad es que se
encuentran en proceso de reciclaje. Me despido de mi amiga deseándole una
pronta recuperación.
Tras cumplir con mis cuitas busco plan para la
noche, pero antes, paso en coche por la Fnac para comprobar que allí, todo
sigue igual. Lectores y amantes del cine, ajenos a la piratería, comparten
pasillo con fanáticos e inadaptados, esperando lo último en series para
comentar en las redes. De camino al italiano, en Conde Altea, las calles me
parecen de repente animadas. Por la noche el ambiente es diferente, respiro
cierta transgresión, un leve aroma a extrarradio portuario, como en una ciudad
sin ley, en un receso del invierno, sin vigilancia, donde imperan las bajas
pulsiones y se levanta la veda para todo el que se queda. Al día siguiente me
vuelvo a marchar y me llevo la sensación inquietante de que allí está ocurriendo
algo interesante. A mi vuelta prometo investigar lo ocurrido, pues lejos de
resultar aburrido, me parece estimulante. Cuando el gato no está, los ratones
bailan. Y más allá de viajes, dinero, grandes gestas sexuales o el lugar donde uno
viva, lo importante es tener una correcta perspectiva.
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Uf, parece el principio de "Abre los ojos" en su versión Guillem de Castro. Sospecho que este año el mes de agosto ha sido un clásico de los de antaño, crisis aparte.
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