domingo, 26 de agosto de 2012

MENUDO VERANITO



Las palabras “niños” y “verano” parecen destinadas a enlazar con alegría y gozo en esas jornadas de asueto donde la única obligación es lanzarse a la piscina, comer ensaladilla y pasarlo de maravilla. Pero la realidad es bien distinta cuando esos niños son los tuyos. Y en esto, las madres me darán la razón, pues cuando termina el colegio empieza lo complicado, en una prueba de resistencia donde la única consigna que queda es el “sálvese quién pueda”.
Me encuentro en una playa de Jávea a Luisa, una madre del colegio. Recuerdo, que allá por el mes de junio, en una fiesta infantil, me dijo con convicción: “Qué bonito es estar en familia. Una cosa sé seguro, yo en agosto no me llevo a la canguro.” Dos meses después, la misma madre bebe sangría desparramada en la orilla mientras sus tres hijos juegan en la arena. Aunque no me ha dicho nada, lo cierto es que la encuentro algo atacada. Decido preguntarle amable:“¿Y qué tal las vacaciones?”. A lo que ella me responde directa: “¿Vacaciones? Estoy hasta los cojones”. La miro sorprendida ante la rotunda sinceridad. Entonces ella continua. “Todo el año trabajando, soñando con el sol y la playa. Al final llega el momento y llegamos al apartamento, donde lejos de descansar, me toca limpiar, madrugar, cocinar, ordenar, pelear, castigar y negociar. No me puedo poner ni un biquini, y con este bañador, parezco un jodido leñador. Y esas, mis vecinas, mis compañeras de urbanización, son tan criticonas que si todas abrieran la boca provocarían una enorme erupción. Luego está mi marido, que se pasa todo el día caliente y cada vez que entro en la habitación, me espera con una horrible erección. Y mi suegra, esa dama encantadora enamorada de su hijo, que en el fondo mismo de su ser, no me puede ni ver. Tú con tus bebés, quizás pienses que lo tienes todo organizado. Hazme caso, ni siquiera has empezado.” Se detiene para pegarle un trago a su vaso y yo, cortada, no sé como salir del paso. Veo entonces que sus hijos salpican y lanzan arena a todo el que pasa. “Luisa, los niños, están molestando a la gente.” –le advierto. “Que se jodan. Lo siento, este es mi momento” – contesta tajante.
Un par de días después recibo la llamada de una amiga que ha optado por unos días en familia por la zona de Artana. “¿Todo bien por la montaña?” –me intereso. “¿Estás de coña?” –suelta ella. Y me narra una tétrica secuencia de cenas bajo una parra, picadas de mosquitos, caminatas interminables, niños incorregibles, un río helado, sueño, calor, ibuprofeno y trabajo del bueno. “El año que viene yo ya sé lo que me conviene” –me cuenta. “Tras el cursillo de verano y las dos semanas de campamento me pienso traer a una niñera de cuento, una institutriz con experiencia sobrada de paciencia” –confirma.
Me doy cuenta que el asunto merece de mi atención, pues quizás yo, por mi maternidad reciente, no soy capaz de ver lo evidente: unos años más tarde cuando el marido ya no se implica, la cosa se complica. Si no están los abuelos para echar una mano y pagar una ayuda externa es misión imposible, me parece comprensible que las vacaciones escolares se conviertan en una prueba increíble. Y aunque reserves el hotel de tus sueños en una cala escondida, aunque des con la casa ideal en una pequeña aldea rural, aunque vueles en primera a cualquier capital europea, los niños madrugan, llevan un ritmo de locura y requieren de una atención y unas dosis de energía, que para cuando terminas la jornada, lo más seguro es que te encuentres completamente agotada. Entiendo ahora la noticia de todos los años, esa que anuncia que en el mes de septiembre, tras acabar con el tiempo libre y volver a las obligaciones, muchas relaciones terminan heridas de muerte. Desde aquí les deseo suerte, máxime este año que por problemas de cartera, muchos se han visto obligados a tomar la fresca en la escalera. Si usted vive en familia y a estas alturas todavía conserva la armonía en el campo de lo conyugal, es que no lo ha hecho tan mal. Aguante el sprint final y espere la vuelta a la normalidad donde la mayoría viajamos en el mismo barco, pues en caso de naufragio, siempre nos queda eso tan deportivo del fracaso colectivo. Atentos a la lección: formar una familia es cuestión de elección, pero una vez que la tienes, ya sabes a lo que te atienes. Es entonces cuando se torna clave la organización. 

2 comentarios:

  1. ¿Y yo que no tengo ganas de que se acaben?, probablemente no soy tan rara avis, sino que soy consciente de que en breve echaré este "estrés" estival de menos... y mucho.

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  2. Yo estoy con Sergio, ningunas ganas de que se acabasen, aunque igual influye el que no tengo hijos, sólo dos sobrinas y cuando me ponen de los nervios se las paso a sus madres respectivas (hermanas mías, por cierto :P).
    Besos!!!!!

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