Teresa tiene una perrita de tamaño mediano y raza indefinida
llamada “Luna”. Cada día, a última hora, baja al rio a pasearla porque es
importante que corra. Como no tiene pareja, esta actividad consigue aplacar su
soledad. Un buen día lee una novela mientras la perrita junto a otro perro
juguetea. Ella mira al propietario del compañero de juegos, un joven de aspecto
agradable, y le sonríe amistosa, dando el visto bueno a la cosa. De repente, el
perrillo comienza a montar a “Luna”, que recibe los embistes con la lengua
fuera, en plan gamberra. Teresa se levanta y llama cortada a su perra que,
lejos de parecer contrariada, continua con mirada desbocada. Entonces mira al
dueño. “Tranquilo, no se queda embarazada, está esterilizada.” –le informa apurada.
“El mío tampoco es fértil, aun así lo siento, es un poco violento.” –se excusa
él. Al final aplacan el asunto y cada uno se marcha consciente de que sus
fieles amigos están la mar de calientes. La semana siguiente coinciden junto al
Palau de la Música, se saludan brevemente y nada más empezar con el juego, los
dos perritos se ponen de nuevo al “dale que te pego”. Esta vez a Teresa le
entra la risa y el vecino, relajado, no parecer tener prisa y entablan
conversación. Día tras día, mientras sus
mascotas copulan, ya no se sienten mirones y consiguen acercar posiciones. Varios
encuentros después, lo invita por la noche a su casa y tras una cena selecta
regada con vino a raudales, se enrollan como animales.
Meses más tarde Teresa y el amigo continúan con su romance
canino. Ella cada día le agradece a su perro, haberle traído a ese tío, fogoso
como un becerro, que la monta con tanta energía que se le queda cara de tonta.
Teresa ríe pensando que si todos los perros terminan pareciéndose a sus dueños,
su “Luna”, lanzada y valiente, pone de relieve la conclusión más evidente:
aunque soltera, formal y comedida, cuando tiene ganas de guerra, le sale su
vena más perra.
me gusta como en una corta historia cuentas tanto. saludos
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