Lorena es bastante pudorosa y celosa de su vida privada.
Está casada, tiene dos hijos adolescentes y disfruta de una existencia
tranquila en plena mediana edad. Un día, por un problema de alergia, le dice el
ginecólogo que descanse de la píldora un par de meses. Como sustitutivo, le
recomienda el preservativo. Así que entra en la farmacia del barrio y pide
recatada una caja. El farmacéutico, joven agradable de físico aceptable, le
sorprende con un: “Déjeme que adivine,
sabor frambuesa sensación total. Caja de doce.” Lorena se queda a
cuadros. Pero pronto descubre en secreto que le gusta parecer lanzada,
juguetona. “Exacto, mejor me llevo dos” –confirma con sonrisa osada. Unos días
después entra a por aspirina y le atiende el chico de nuevo. Cuando lo tiene delante
le suelta segura: “Póngame también un bote de lubricante”. El farmacéutico le
saca un par y le explica cómplice: “Este es el adecuado si quiere suavizar la
fricción. Si busca mejorar la penetración, esta sería la opción. También lo
tengo con textura y otros que aumentan la temperatura.” Lorena, que se siente
en la piel de una experta, elige sin dilación. “Efecto calor” –le pide. Cuando
el joven se dispone a girarse para buscar el producto, ella le coge la mano.
“¿Lo tiene sin calorías?” –pregunta directa. El le dirige una mirada profunda y
se pierde en el almacén. Al poco vuelve con la loción y le entrega un folleto
que Lorena guarda en el acto, segura de que en él está escrito su teléfono de contacto.
Ya en la calle lo saca ansiosa pensando que quizás el juego ha llegado
demasiado lejos. Al leerlo se queda de una pieza: “Menopausia: la revolución de
las hormonas que empieza”.
Desde ese día cuando entra a la farmacia pasa de los
condones y se hincha a comprar paquetes de compresas y cajas de tampones. Y en
su mente un pensamiento se hace fuerte: cada vez que piensa en el chico le
desea la pena de muerte.
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