viernes, 10 de agosto de 2012

LOLITA Y EL CAZADOR



Cuento hoy un suceso reciente ocurrido en una magnífica finca campestre de la zona de Onteniente, donde pasa los días estivales una familia de bien, de apellido conocido en los círculos empresariales de la ciudad. A principios de julio organizan una cena donde invitan a matrimonios y conocidos del lugar. A eso de las tres de la madrugada deciden los que quedan, de modo espontáneo, trasladar la fiesta a la piscina. Con la música de fondo y alguna copa de más, los más atrevidos chapotean en ropa interior de marca protegidos por la impunidad del verano loco. Una media hora después, en el fragor de la jarana, coinciden en la entrada de los vestuarios uno de los invitados, hombre casado de cincuenta y tantos, brillante consorte de una mujer con posibles, y la hija del anfitrión, joven lanzada de veintiuno con ganas de ver mundo y tendencia a lo inconsciente. Tras unas risas nerviosas, con el pelo empapado y el cuerpo semi-cubierto por una breve toalla, él la arrincona en la pared con instinto depredador y ella, inspirada por la reciente lectura de la Lolita de Nabokov, le coge de la mano y lo lleva hasta la caseta del guardés, donde sentados en una banqueta, se enroscan en un beso frenético y desbocado. En esas, la anfitriona, dama elegante con amplias facultades sociales, descubre a la pareja en plena gesta en un paseo por el jardín. Rápida y discreta, manda a su hija a la habitación y le dedica una mirada al señor pendón, que se pone el calzoncillo y vuelve con los demás haciéndose el distraído. Un par de semanas después la niña estudia en Suiza seis semanas de refuerzo destinadas a completar su paso por la facultad. El varón, algo cohibido, se corta ahora en las reuniones sabedor de que la clave su vida acomodada, pasa por mantener la bragueta controlada. Y eso que su mujer, y es algo que él ha asumido, recibe cada semana los cuidados de un masajista cuyo físico y predisposición saltan a la vista. Pero por triste y duro que resulte la siguiente verdad, en estos casos, quién tiene la pasta suele gozar de toda la impunidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario