Sergio tiene diecinueve años y trabaja como socorrista en la
piscina de una urbanización de lujo. Cada jornada espera con impaciencia la
llegada de una misteriosa mujer de ojos verdes, torso generoso y piernas
interminables. Una mañana amanece nublado y la piscina está más vacía que de
costumbre. Sergio se prepara para un día lento y tedioso cuando, más tarde de lo
habitual, aparece ella sola, se ducha y se lanza al agua fría para hacer unos
largos. Al rato se dirige a la escalera para salir y Sergio aparta la mirada,
sobrepasado por el momento. De repente, ella emite un gemido. Él mira y la
encuentra sentada junto al bordillo, un fino hilo de sangre desciende desde la
rodilla. Sergio corre hasta su lado, ella lo mira en silencio y le tiende suavemente
la pierna. Él la coge entre sus manos y con el dedo pulgar arrastra la línea
roja dejando un camino borroso hasta el principio del muslo. Ella se estremece,
comienza a llover. Él se incorpora para ayudarle a levantarse, pasa uno de sus
brazos por detrás de su cuello y la
eleva, pasando el otro brazo por debajo de sus rodillas. La conduce hasta la
caseta de madera, empuja la puerta con un pie, entran y la deposita sobre la
camilla. Su mirada se encuentra con la de ella que tiembla de frio. Él coge una
toalla seca y la coloca por encima de sus hombros. Mientras le cura la pequeña
herida siente que el pulso se le acelera. Se gira para guardar el material y
cuando vuelve la vista la encuentra sentada en la camilla completamente desnuda.
Con una mano lo atrae, le besa en los labios y le agarra por el pelo llevando
su cabeza hasta su sexo.
Un grito despierta a Sergio que mira a su alrededor,
sudoroso, para comprobar con alivio, que nadie en la piscina se ha percatado de
su furtiva cabezada ni del calentón que se manifiesta incipiente en su pantalón.
El mes de agosto toca a su fin y Sergio se enfrenta a otro otoño de fantasías, virginidad
y madres que se comportan sin piedad. Aunque solo sea en sus sueños.
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