viernes, 28 de septiembre de 2012

BAJAS TRAICIONES


Lo que hoy cuento aquí es cierto y aunque a alguien pueda sorprender por escabroso, diré antes de empezar con aflicción, que la realidad, en estos casos, supera casi siempre a la ficción. Dos amigas esperaban en la consulta del ginecólogo. Damas atractivas, de apellidos conocidos e hijos de la misma edad, que por amistad y por hacer de la visita al médico algo más entretenido, decidieron no hace mucho compartir facultativo. “¿Qué te trae hoy a la cita?” –le pregunta una a la otra. “Tengo ahí abajo un picor que me mata”–le responde y continua. “¿Y a ti que te pasa?” –se interesa. “Revisión de rutina sin más” –contesta. Así le llega el turno a la primera. Al encontrarse frente al doctor le habla de su picor imposible. Este la pasa a la silla y le explora: “Tienes muy dañada la flora. Detecto candidiasis, vaginosis y tricomoniasis. Es normal lo de ese picor bestial. Ahora te receto unos óvulos, gel y pastillas” –le dice el doctor. Ella más tranquila vuelve de nuevo a la sala y le informa a la amiga: “Tengo hongos e infección”. La otra entonces es llamada por la enfermera. Ya en la consulta, le habla azorada al doctor. “Vengo con la paciente anterior, sufro también de picor, deme el mismo tratamiento” –le cuenta. “Si no he efectuado la exploración ¿cómo está tan segura?” –pregunta sorprendido. “El pasado fin de semana estuvimos juntas en Moraira y me acosté con su marido” –responde mirando al suelo. El médico le entrega la receta y ella sale por la puerta donde le espera su amiga. “¿Qué tal lo tuyo?” –le dice esta. “Por un tema hormonal la píldora me sienta mal” –le miente.
De vuelta a casa la amiga traicionera siente remordimientos, pese a que sabe que en cuanto tenga oportunidad, repetirá la infidelidad. Cuidadito con las parejas de íntimos con los que convive de forma estrecha, pues además de paellas, tertulias y escapadas, muchas veces se sucumbe a la tentación de lo corpóreo con el peligro que conlleva lo venéreo. En este tipo de asuntos una máxima le debe guiar: ni de su sombra se puede fiar.

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