El domingo pasado me encuentro tirada en el sofá con el
ordenador sobre las piernas husmeando en el Facebook a las nueve de la mañana.
En la tele, “¡Dora, Dora, Dora la exploradora…!”, entretiene a mis dos hijos
mientras yo me intento despertar. Gracias a las fotos que veo en la pantalla me
doy cuenta que la noche anterior, hace tan solo un par de horas, muchos y
muchas se fueron de fiesta loca hasta las tantas, y ahí, en el muro de esa
inmensa red social, resumen sus andanzas sin pudor: “Pati, Lore y Vero en la
fiesta de la fashion week”, “Party sorpresa en casa de Jose”, “Cena
japo con las compis del trabajo”. Todo acompañado de numerosas instantáneas que
ilustran esos momentos fugaces y los hacen parecer más relevantes, divertidos y
emocionantes de lo que son en realidad. Aunque lo sé y soy consciente de que
esa exhibición personal no tiene ningún sentido, me hace sentir fatal. “Mi fin
de semana es demasiado normal” –me digo. Paseo por el río, aperitivo en alguna
terraza de Antiguo Reino o la Alameda, comida con la familia, parque con los
niños y alguna cena con amigos.
Esa misma tarde visito a otra madre en su casa en la Gran
Vía que me invita para que jueguen los críos. Allí coincido con una vecina de
ella, su cuñada y una prima. Las cinco nos enzarzamos en animada conversación y
yo saco el tema con el fin de contrastar mi opinión. “¿No os parece que la
gente hace menos de lo que dice y se aburre más de lo que parece?” –les pregunto.
Y les cuento lo de las fotos del Facebook, donde unos y otras cenan, beben,
bailan, cantan o se van de excursión, con la misma sonrisa extraña que parece
querer decir: haga lo que haga me divierto que te cagas. Entonces la prima
suelta: “todo eso es un bulo, yo por norma general me lo paso como el culo”. A
lo que añade la cuñada: “yo los domingos siempre pringo, mi marido, con la
excusa de que entre semana tiene mucho follón, no se mueve del sillón”. Mi
amiga culmina las declaraciones: “Pues a mi me da vergüenza reconocerlo, pero
desde que tuve a mis hijos, odio las vacaciones”. Me digo entonces que la
realidad es evidente. Si no te puedes pegar ni una siesta, ¿qué te depara en un
día de fiesta?. La clave, me imagino, es buscarse un plan en familia. “Para mi
es un coñazo” –anuncia le vecina. “Curso de cocina con niños, teatro de
marionetas, visita al Botánico, al Oceanográfico, al Bioparc, cuenta cuentos,
teatro infantil, excursión en cabañas, el trenecito del río, curso de galletas,
taller de Navidad, granja escuela, música para pequeños, princesa por un día….
y yo esperando, mirando, aguantando, sonriendo, soportando a un payaso idiota
que quiere que le sujete una bota o a una monitora pesada y sin consideración,
que quiere fomentar la participación. ¿No he pagado yo para que entretengas un
rato a los niños? ¡Pues haz tu puto trabajo y deja a los padres en paz!”
–concluye. El resto asentimos solidarias pues todo ese esfuerzo no sale, por
regla general, en la fotos de ninguna red social. Allí solo encuentras fiestas
en áticos, paellas con amigos en Pinedo, gente haciendo kayak o animadas inauguraciones. Por no hablar de los “estados”,
una suerte de declaraciones con las que el interesado pretende transmitir sus
emociones: “es difícil olvidar, pero más difícil es conseguir no pensar”, “los
amigos son esos que están ahí en tu caída”, “sonríe cada mañana en el coche y
verás una estrella salir por la noche”. Pensamientos profundos de tinte
filosófico que pretenden captar la esencia de la sabiduría humana, por lo menos
un par de veces por semana.
A todos esos, a los que con o sin hijos, quieren que creamos
que cada tarde, noche o festivo se lo pasan como enanos, a todos los que dan
lecciones positivas con absurdas frases vomitivas, a aquellos que intentan
mostrar una realidad ideal en un frío portal digital, les animo a hacérselo
mirar y quizás plantearse una pregunta antes de colgar lo que les pase por la
cabeza: ¿de verdad aporto algo a la humanidad publicando esta obviedad? En caso
negativo siempre se puede consolar con el pretexto del mal colectivo: seguro
que no es la primera vez que alguien comparte semejante gilipollez.
Confirmado, no es la primera.
ResponderEliminarBueno, tampoco hay que ser tan radical. Aunque sí es cierto que esas reuniones tan erótico-festivas pueden ser, o no, memorables, pero no tanto como para mostrárselas al mundo virtual.
ResponderEliminarDe todas formas, dile a tu amiga, que si no quería "sufrir" unas vacaciones con niños... ¿para qué los tuvo? jajaja. Yo personalmente, disfruto con mis hijos y disfruto de mis hijos a partes iguales. Ya hice el animal lo suficiente antes de tenerlos... y además, dentro de unos años, serán ellos los que no quieran pasar las vacaciones conmigo.
Saludos.