Hace un par de meses me incluyen en una línea de Whatsapp de
madres del cole. Allí intercambiamos mensajes tipo “mañana han de llevar
cartulinas” o “el jueves es el último día para entregar la autorización de la
excursión”. De vez en cuando alguien comparte el nombre del restaurante o la
dirección de algún lugar interesante. Una noche, estando de cena, una amiga me
envía una fotografía de temática algo obscena, donde aparece Andrés Velencoso
de frente y sin ropa , dejando en primer plano, casi al alcance de la mano, sus
destacados atributos. Llevada por el cachondeo reenvío el material a otras más
y casi sin pensar, movida por la espontaneidad, lo remito a las del chat del
colegio en plan gracia. Un par de horas después, compruebo con sorpresa que
ninguna ha contestado, que entre las más de veinte mujeres que formamos el
grupo, nadie ha dado señales de vida. Al día siguiente el chat continua
desierto y yo empiezo a arrepentirme de haberla enviado. ¿les habrá molestado?,
me pregunto. Otro día, después de la salida, veo a un grupito tomando algo en una
terraza de la calle Burriana y las saludo con cierta efusividad, buscando
complicidad. Me parece percibir entonces algo distante, ¿me harán el vacío de
ahora en adelante?, elucubro con pesar.
Un par de semanas más tarde escucho un aviso del teléfono y en la pantalla
compruebo que una de las madres, al fin, se dirige al resto con el siguiente
mensaje de texto: “¡fumata blanca chicas! Habemus papam”. Yo me quedo
paralizada, pues si los últimos días sospechaba que el envío de la foto no era
muy apropiado, ahora me doy cuenta de que la he cagado. Sólo unos minutos
después continua la cadena: “me encanta el Papa Francisco, es Jesuita,
argentino y bastante progresista” –cita una. “Me parece una buena elección,
dicen que se preocupa mucho por los temas sociales, que ha visitado numerosos
barrios marginales” –comenta otra. “El primer Papa americano, al contrario que
Benedicto, parece bastante cercano” – comparte otra más. Sobre esas líneas de
mensaje continua a la vista la foto del guapo modelo en pelotas, imposible de borrar, más
llamativa ahora si cabe por el contraste ejercido por esos pensamientos
compartidos. Para intentar atemperar el desastre decido enviar una nota en tono
de disculpa, me planteo incluso en buscar la redención alegando una
equivocación. Hago varios intentos pero dado el contexto de la nueva
conversación de carácter tan mariano, cualquier nueva aportación al respecto parece
marcada por el tinte de lo profano. Yo me torturo mirando la foto una y otra
vez, que ahora, días después, me parece más brutal, con la zona del sexo como
agrandada, trucada, llamativamente velluda. Me viene a la mente la figura de
María Magdalena, pecadora, salvada de ser lapidada pero marcada por la vergüenza,
señalada, juzgada. Comentando el asunto con otra amiga más terrenal me hace ver
que mi acción, quizás fue irreflexiva, disonante, pero para nada avergonzante.
Pienso entonces que la imagen de un desnudo masculino en plenitud nunca puede
ofender y menos en este caso, donde el
caballero en cuestión goza de un físico privilegiado cuyas proporciones, en alguna zona concreta, rozan
las tres dimensiones. Caigo en la cuenta de que quizás la instantánea nunca se
envío por algún problema de conexión o en el momento de la recepción. Rememoro
esos días de tensión, de sufrimiento, por un suceso que solo tuvo lugar en mi
imaginación. De repente me encuentro en comunión con mi ser y me siento en la
obligación de enviarles la fotografía, dejando de lado el tema de lo indecente
y con la intención de ser coherente con mi proceder. Así que cojo el teléfono,
selecciono del documento y lo envío otra vez consciente, ahora si, del momento.
Minutos después alguien contesta: “¿otra ve el mismo tío en bolas?”. Otra le replica:
“es Velencoso, ya lo vi la otra vez, todo un virtuoso”. Llega el tercer
mensaje: “¿Velencoso? Ni le había visto la cara, menuda animalada”. Yo voy leyendo
fascinada esa conversación que, gracias a la repetición, se ha producido por
reacción. Respiré tranquila, sintiéndome aceptada de nuevo y con la sana
sensación que en nuestro chat, reina al fin la pluralidad.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario