lunes, 1 de abril de 2013

EL ARTISTA QUE LLEVAS DENTRO



El pasado fin de semana unos amigos nos invitan a su falla del centro. Allí me encuentro a conocidos y algunos otros que me suenan de cara, un “quién es quién” de gente bien reunidos bajo una carpa donde disfrutamos de una agradable cena tras la cual, yo me imagino que dará paso la tradicional verbena. Pero no. El destino tiene reservado para mi esa noche un plan mucho más brutal, una combinación letal que consta de disfraces y playbacks. Así que sólo una hora después, cubata en mano, observo a los falleros retirar mesas y acomodar el espacio para lo que viene a continuación. Un joven presentador da paso al espectáculo y ante mi veo desfilar a lo más granado de nuestra ciudad que, vestidos con originales disfraces, interpretan temas musicales en grupo. Sin poder apartar los ojos de un conocido doctor que se mueve en mallas vestido de piña, o de los guapos hijos de un constructor, dos universitarios talentosos formados en el extranjero, que bailan con un hula hoop mientras sus compañeras hacen piruetas sobre el suelo, me doy cuenta de que a los allí presentes lo que está ocurriendo les produce una gracia de locura, que les van la emociones fuertes, la droga dura. Luego, preguntando, me entero de que el espectáculo lleva meses de ensayos y preparación, así que llego a la conclusión, y dada la calidad de la actuación, de que la cosa les sirve de excusa para quedar una vez a la semana y hacer lo que les de gana. Lo que hace que recuerde algo ocurrido el año anterior, cuando se puso de moda entre la juventud acomodada una curiosa propuesta: terminar cantando las noches de fiesta. Así, a las cuatro de la mañana de los jueves y viernes, unos y otras se daban cita en un karaoke cercano a la Gran Vía y allí, entre frases como “tía, canto fatal” o “estás tonto, lo haces fenomenal”, entonaban sobre el escenario temas conocidos a voz en grito, borrachos como una cuba, animados por el “¡que suba! ¡que suba!” de la platea. Yo misma me sorprendí una noche interpretando a altas horas una versión penosa del “Bailar Pegados” junto a una amiga ante la mirada de colgados,  habituales y de otros como nosotras, desarraigados puntuales. Los días siguientes lo pasé fatal ante el temor de que alguien nos hubiera sacado una foto y la pudiera colgar en alguna red social.
Tampoco puedo olvidar cuando hace un par de meses me proponen un plan alternativo, una velada con picada, copa y baile incluido. “Va a estar súper divertido, viene un profesor, tras la cena suben la música, él baila y nosotras le seguimos” –me explica una conocida. Yo, que desde cría siento debilidad por las coreografías, me apunto por curiosidad. El día acordado nos damos cita en un pub latino por la zona de Aragón. Allí, tras un breve picoteo y unos vinos, Adán, que así se llama el profesor mulato, se coloca en primera fila y a ritmo de bachata, cumbia y merengue, empieza a bailar, con  los brazos en alto, exagerando los pasos y marcando el ritmo con chasquidos de boca. El resto nos vamos cogiendo, hipnotizadas, moviendo la cadera y ondulando los hombros a golpe de melena. Aunque la mayoría no hemos sido dotadas con el sentido del ritmo, le ponemos intención. Entonces siento una especie de redención, al verme así, unida al compás del grupo. De repente, sin saber muy bien porqué, me acuerdo de Beyoncé, de Madonna, de Michel Jackson, los visualizo poderosos, como irreales, en cualquiera de sus videos musicales. Creo entender por qué parece estar en boga esta moda de actuar, cantar o bailar ante otros, esta experiencia interpretativa amateur en la que la mayoría nos lucimos con lo peor que sabemos hacer. Por ello ya no me extraño cuando alguien me invita a cenar a su casa y a los postres aparece con el “SingStar”, un videojuego de karaoke casero que en los últimos tiempos se ha convertido en la estrella improvisada de muchas veladas. Aconsejo a aquellos que quieran brillar en sociedad, ampliar sus círculos amistosos, que no sean sosos y se dejan llevar. Cultive el artista que lleva en su interior, pero siempre que le sea posible evite que le graben o le hagan fotos si no quiere vivir un drama posterior.

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