Recibo una llamada de mi
hermana. Me pide que le preste mi cocina unas horas, con un par de amigas, porque
les van a hacer una demostración culinaria y su horno está estropeado. “Sin
problemas” –le digo. “Yo estaré en casa pero no os podré acompañar porque tengo
que trabajar” –explico. Y así sin más llega el día acordado. Llaman al timbre,
les abro la puerta y pasa ella junto a otras dos, una de las cuales sujeta una
bolsa voluminosa. “Mira, nos va a enseñar la Thermomix” –apunta mi hermana. Veo
como en un segundo coloca el aparato en la bancada mientras mi subconsciente
barrunta una mezcla de ideas prejuiciosas que sonarían así como: “no me
interesa nada- reunión femenina en la cocina - cuando te pones a coleccionar
recetas es que ya se te han caído las tetas”. Les ofrezco un café y me marcho a
trabajar con mi ordenador. No pasa más de media hora cuando escucho algunas
risas y algo de alboroto. Picada por la curiosidad y animada por esa ociosidad
que me tira de la silla, me acerco de nuevo. “¿Cómo va, necesitáis alguna cosa”
–pregunto. “Nada, gracias, toma, prueba esta limonada” –me entregan. Bebo el
líquido refrescante mientras contemplo el festín que se extiende sobre la mesa
y parece no tener fin. “Paté de aceitunas, pan de pueblo, vichysoisse, pollo en
pepitoria y mousse de fresas” –me informan del menú. Yo alucino y observo la
máquina preguntándome como un sólo electrodoméstico puede elaborar tantos
platos. La vendedora parece leerme la mente. “Deja que te cuente…” –inicia, y
en un par de minutos me ilustra sobre el funcionamiento y las ventajas del
prodigioso instrumento. Me marcho de nuevo a trabajar. En cuanto vuelvo a
sentarme me doy cuenta con inquietud de que ha conseguido interesarme. Intento
concentrarme pero al poco tiempo empiezo a notar como mis sentidos son
exaltados por el olor a pan recién hecho y a salsa del pollo, una mezcla de
laurel, cebolla, jerez. Con el cerebro colapsado caigo en la cuenta de que no
he almorzado y me acerco de nuevo al grupo, como un perro de presa. Unto un
poco del paté en un delicioso y humeante pedazo de pan y paso las siguientes
dos horas junto a ellas, atrapada por completo en ese cónclave femenino.
Facilona como soy, y llevada por el momento, no quiero reprimirme, o más bien
no puedo. “Me la quedo” –digo intentando calcular cuantos artículos voy a tener
que elaborar para pagar el juguetito. Tras un breve aplauso de mi hermana y las
compañeras, que desde hace un rato me miran sorprendidas por mi repentino
arrebato, quedo para confirmar la entrega.
Dos días después y con la
nueva adquisición en mi poder, me entrego a la lectura del libro de recetas, página
por página, imaginando que voy a recibir invitados a los que agasajaré con
exquisiteces todas y cada una de las veces. Por la tarde me voy al supermercado
dispuesta para comprar los ingredientes para la cena que constará de sopa de
cebolla, merluza a la gallega y sorbete,
platos que ejecuto con llamativa precisión. Al día siguiente,
envalentonada, me lanzo con una crema pastelera de prueba y en la comida elijo
espinacas con bechamel, caldereta de marisco y mousse. En mi cocina se empiezan
a acumular botes de especies y condimentos que para mi suponen una novedad: ñoras,
nuez moscada, hinojo, salvia, comino, pebrella o estragón. Me voy a la calle
Matías Perelló y me compro una manga pastelera, pinceles para untar, moldes,
bolsas para hornear, papel vegetal y un bonito delantal. Descuidando otras
obligaciones, me levanto por las mañanas con la ilusión de cocinar mientras pienso
en cómo he podido permanecer tanto tiempo ajena a esta nueva afición. Por la
noche casi me pongo a llorar de la emoción cuando saco una masa para pizza en
el punto justo de cocción y afirmo que nunca más voy a visitar un restaurante.
El fin de semana compruebo en la báscula que he engordado dos kilos y repaso
los mensajes de algunos amigos que me piden que ya no les hable del tema. Así
que cojo el capítulo de “cocina al vapor” y prometo abordar mi nuevo hobby más
despacio, aunque sólo sea para poder volver a escribir y conservar mi trabajo.
La verdad es que leerte y sonreir mientras estoy en ello es inevitable, y por la parte que me toca ir reviviendo ese día e ir viendo tu cara con cada cosa nueva que ibas descubriendo jeje
ResponderEliminarUn placer leerte y hacer sentir con cada una de tus palabras
Un abrazo
Elena, eres genial, pero eso de las tetas me ha llegado al alma, jijijijiji. Yo creo que todavía las tengo en mi sitio y eso que llevo siendo captadora de recetas desde hace mil años, jijijiji.
ResponderEliminarEscribes fenomenal, me encantas!!!. Y eres mi primera clienta!!!!
Y ahora, a seguir disfrutando de tu cocina.
Un besazo.
Vicky
jejeje, me ha encantado! Vicky me hizo la demostración en mi casa y he usado más la Thermomix en una semana que en los últimos 4 años. No sé si es el influjo de la máquina o de Vicky, pero me pasa como a ti, me levanto con ganas de usar la máquina!
ResponderEliminarMi reto de hoy: masa de pizza; tengo los ingredientes, una base nueva para cocerla en el horno y libro de recetas para estrenar.
Un abrazo!
Me encanta el artículo! Yo tengo el juguetito 14 años y me encanta. Desde hace poco me he unido en facebook a grupos de THM y me ha entrado como una locura thermomixera que hace que la use todos los días probando las recetas que recomiendan!, ¡hasta pensé en comprarme la nueva versión! ¡Meno mal que no andaba Vicky en mi cocina en ese momento!
ResponderEliminar