El
otro día entro a una agradable librería de la Gran Vía buscando algo para mi
hijo, un tratado en plan didáctico de animales con vistosas fotografías que tiene
que llevar a clase. Mientras espero para pagar uno de los expositores llama de
manera poderosa mi atención. Colocados, uno junto a otro, aguardan tres hileras
de libros cuyos títulos no tienen desperdicio: “La Sumisa”, “Bésame y vente
conmigo”, “Pídeme lo que quieras”, “París, luna roja”, “Si fueras mío”, “El chico
malo”, “Treinta noches con Olivia” o “No te escondo nada”. Junto a mi un par de
mujeres sostienen algunos de ellos consultando la contraportada fascinadas, al
parecer, por el argumento. Yo las imito, cojo un par y leo para mi algunas
frases sueltas: “Un joven se ve obligado a
vender su cuerpo a cambio de dinero. Una muchacha discreta y recatada es
testigo del lujurioso acto. Siete años más tarde, estas almas atormentadas se
encuentran para calmar una atracción irresistible…”
o “Judith sucumbe a la atracción que su jefe ejerce sobre
ella y acepta formar parte de sus juegos sexuales repletos de fantasías y
erotismo, junto a él aprenderá que todos
llevamos dentro un voyeur y que las personas se dividen en sumisas y dominantes…”. Levanto los ojos y en lo alto del estante reposa la trilogía de Grey, con
sus 50 sombras y las otras dos entregas, oscuras y liberadas, y pienso que algo
está pasando en el entramado literario/femenino/social, una tendencia tan
silenciosa que ni las propias editoriales son capaces de discernir de qué va la
cosa. Me viene a la mente un recuerdo potente de un mes de agosto en Gandía. Yo
tendría trece años y acababa de descubrir en una vieja estantería las historias
de Corín Tellado y de Carlos de Santander. Pudorosa, forraba las portadas con
periódico o papel de envolver para poder leer en la playa esas tramas
pasionales en las que una joven de boca pulposa perdía sus huesos por un tipo
moreno y repeinado de voz angulosa. Aquello no solo me fascinó en aquel momento
sino que abrió ante mi todo un mundo de posibilidades sentimentales. Ahora,
veinte años después, las mujeres se pasean por parques y cafés mostrando sin
problemas estas novelas en su versión mucho más obscena en las que los
protagonistas tienen sexo salvaje, viven historias de dominación y se entregan
a prácticas exóticas en plan animal llevados por una motivación estrictamente
carnal. “Esto es otro de tipo liberación” –pienso. Pues la mujer ha pasado de
vivir silenciosas fantasías en soledad a encontrar un refugio de lo sensual en
las letras más calientes de manera pública y nada púdica. En un artículo
reciente me entero de que la industria, presa de cierta locura, se ha puesto ha
reeditar ciertos clásicos de esta literatura como “Emmanuelle”, de Sylvia Cristel, en
el que una bella, joven y osada recién casada viaja a Bangkok
para reunirse con un marido infiel, que la anima a adentrarse en los placeres
de la carne más prohibidos protagonizando algunas escenas eróticamente
memorables. Un homenaje a las bajas pulsiones hoy quizás desfasado ante nuevos
y complejos argumentos que incluyen esposas, castigos, chaperos, mansiones
lujosas, viudas lujuriosas, jovencitas ambiciosas, mensajes de móvil y sexo por
ordenador. Yo, que me debato hace meses con el dilema de afrontar un proyecto
literario más extenso, debo plantearme si seguir con la estela del momento o
apostar por lo contrario y enfrascarme en una historia de carácter más
conservador donde los protagonistas den rienda suelta a una historia de amor
casta y virginal dejando lo sexual en un plano secundario. Esta misma semana
leo un artículo sobre las nuevas tendencias de cama en el que varios
periodistas confirman que la práctica que ahora triunfa entre parejas es el
sexo blando o carezza, una versión
light del asunto basada en besos, caricias y susurros de lo más decente en un
retroceso a las prácticas adolescentes. Sea como sea me quedo con la idea de a que
las damas les va la marcha y pierden la compostura cuando se trata de escoger
material de lectura. Ahora solo me queda centrarme y conseguir canalizar mi
creatividad hacia esa historia de argumento incierto a la que bien podría
llamar “encaprichada con su criada” o “maduro disipado busca estar enamorado”.
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Me parece bien que la mujer libere, no sólo ese, si no cualquier tipo de sentimiento. Aunque seguramente esto sólo será una moda pasajera a la que algún editor avispado intenta sacarle partido. Ya se sabe, el exceso aburre.
ResponderEliminarSaludos.