Esta semana las mujeres del
país tenemos algo que celebrar. Real Madrid y Barça han sido eliminados de la
Champions League lo que, y dejando a un lado el tema deportivo, se traduce en
muchos casos en volver a la normalidad. Las casadas o emparejadas si su maromo
es futbolero sabrán bien a lo que me refiero. Si deciden verlo en casa, a
última hora siempre se apuntan un par de amigos. “Tú ni te preocupes, nos apañamos
con cualquier cosa, saca sólo unas latas” –te advierte. “Lo que se traduce en
tortilla de patatas, embutido, aceitunas, papas, chorizo y una tensión
constante que percibes cada vez que pasas por delante y los observas entregados
al partido. Luego, tras las dos horas de griterío lo dejan todo perdido y el
salón con el aroma penetrante e inconfundible a grupo de tíos. Si lo ven en
casa de otro te salen con el encarguito. “¿Me harás un bocadillo bueno? O si
quieres unas anchoas o empanada” –te pide. “Pero si cuando vienen aquí ninguno
trae nada” –le contestas. “Venga, no seas recelosa, todas prepara alguna cosa”
– justifica. Entonces se marchan a casa de alguno de los solteros con los
presentes envueltos en papel de plata. “Mirad a ver, creo que me han puesto
canelones” –dice uno. “Yo traigo ensalada de pollo” –dice otro más. Y así lo
van soltando en una mesa de centro de la que irán picando en plan animal, sin
servilletas ni cubiertos, porque todos y cada uno de sus sentidos estarán
puestos en el partido. Este año, y estoy segura que la programación la hace un
tío, nosotras hemos sufrido cada uno de los encuentros de la Champions, la
Europa league, la copa del Rey, la liga, las previas, los resúmenes, las ruedas
de prensa, las mesas deportivas, las lesiones, las declaraciones, las
especulaciones.
Recuerdo una noche hace unos
meses en la que me cito en un bar de Antiguo Reino con antiguas compañeras del
trabajo. Sentadas junto a una mesa tomamos unas tapas y bebemos vino mientras
los hombres de alrededor miran el televisor que emite el Barça - Valencia. Una
de mis compañeras, una rubia alta, delgada y con potente delantera, nos narra
sus peripecias sexuales con un padre separado con el que se ha liado y que
parece estar muy bien dotado. Gesticulando nos indica el tamaño de su miembro y
nos cuenta con detalle los pormenores de ciertas posturas y de otras prácticas
un tanto erráticas que ambos practican en la intimidad. Pese a que habla en un
tono bastante audible y la escena es digna de mención, los cincuenta machos de
nuestro alrededor solo tienen ojos para los futbolistas de corto que corren en
la pantalla. Yo me digo a mi misma que algo falla, algún dato que las damas aún
no hemos advertido y que se sale de lo estrictamente deportivo. Me viene a la
cabeza la estatuaria griega de Praxíteles donde la exaltación de lo corpóreo
traspasa las barreras de lo carnal y el hombre, que admira al hombre, se deja
llevar por el impulso natural del culto a lo bello y equilibrado. El futbol
entonces se presenta como una danza tribal donde no hace falta ser alto, ni
musculado, ni especialmente dotado para ser aceptado. Por ello el varón,
tendente a lo pragmático, se siente atraído por este ritual democrático donde
ver reflejada su delicada virilidad. Pienso en otra teoría de cariz mucho más
sexual, donde la acción del gol está asociada mentalmente con la anhelada
penetración. El partido quedaría así como un símil idealista de la conquista.
No puedo imaginar cual sería
el equivalente en la mujer, pero presiento que no existe hasta el momento un
entretenimiento capaz de atrapar la atención femenina de manera tan total y
visceral. Aun así no cantemos victoria, pues con la temporada estival comienza
la Fórmula 1 y el motociclismo, con lo que las mañanas de los fines de semana seguro
que más de uno se escaquea con la excusa de “quiero ver la carrera”. La asociación histórica hombre-deporte ha
derivado en la versión mundana de
hombre-sillón-televisión, que por inercia tiene su acción en la habitación, instaurando
la desgana en la cama donde seguro que a más de una le gustaría ser ganada por
goleada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario