Me cuentan hace poco una
historia que por algún motivo me conmueve. Acude una pareja al juzgado a firmar
la sentencia de divorcio. Él diremos que es empresario, de casi cincuenta, con
una cuenta corriente en su día boyante y poseedor de cierto atractivo. Ella
rondará los cuarenta y hace un tiempo que dejó aparcada su carrera profesional
para centrarse en lo doméstico, el gimnasio y una vida relajada. Tras una
relación de casi quince años y varios hijos en común, deciden separarse el
pasado verano y solo unos meses después, la ven a ella paseando con otro hombre
de la mano. No hace mucho es él, el marido, el que viaja a Baqueira acompañado
por otra chica más joven que lo mira con ojos de enamorada, quedando así la
cosa, de entrada, equilibrada. El tema
es que el día de la firma, cuando se vuelven a encontrar en los juzgados
acompañados por sus respectivos abogados, una fuente cercana me cuenta que
ninguno parece contento y me ilustran un suceso revelador. Tras el papeleo
salen a la calle y pasean hasta el hall de un bonito hotel con la intención de
tomar un café. De repente motivados, me imagino, por su nueva condición de
solteros, van hasta la recepción, piden las llaves de una habitación y
permanecen una hora con los móviles apagados para bajar más tarde, ya por
separado, con el pelo despeinado y cierta expresión de culpa.
Pese a que cada uno ha tomado
su camino y siguen con sus vidas en compañía de sus nuevas parejas, me cuentan
que de manera puntual, y siempre haciéndolo coincidir con alguna ocasión
especial, como los días de sus cumpleaños o la fecha de su aniversario, se
vuelven a ver, sólo por una hora, en la habitación de algún hotel movidos,
quizás, por un amor no terminado que no supieron mantener y que por algún guiño
del destino, han acabado manteniendo de modo clandestino.
El morbo de lo prohibido es un motor demasiado potente...
ResponderEliminarBesos.