viernes, 10 de mayo de 2013

DOMINADA A PLACER



“Lo quiero para ya”. Esas cuatro palabras bastaron para que Carla se estremeciera de placer. Llevaba seis meses trabajando desde casa para una empresa de Madrid elaborando contenidos web. Diego, su jefe, al que nunca había visto, era la persona con la que trataba habitualmente vía chat o telefónica, el que había conseguido que se quedara absolutamente colgada de su figura autoritaria y misteriosa que le escribía cosas como: “Sé más rápida, tienes que concentrarte” o “Voy a conseguir domarte”. Carla se fue enganchando al trato espartano aplicado por ese desconocido que le dictaba, mandaba y adoctrinaba con palabras concretas y firmes. Cada mañana se sentaba frente al ordenador esperando la primera orden, impaciente, nerviosa, como cuando iba a un examen al colegio y sabía que podía ocurrir cualquier cosa. A veces intentaba ir más allá y le escribía a su jefe con la excusa de cualquier pretexto. “No tengo tiempo para esto” –le cortaba él avivando su deseo. Carla llegó incluso a equivocarse de manera deliberada, a cometer algún error absurdo esperando la reprimenda que él seguro le tenía preparada. Más tarde empezó a fantasear con que le citaba para una reunión presencial y debía desplazarse hasta la capital. Allí se encontraban en el hall de un hotel y tras soltarle un escueto “te estás portando fatal”, subían a una habitación. Él le ordenaba quitarse la ropa despacio y acercarse en silencio hasta la cama donde le ataba la muñeca a la mesa y le decía entre susurros que fuese muy traviesa. Un día, y tras mucho indagar en la red, Carla encontró con horror lo que hacía tiempo buscaba: la foto de su superior, un regordete de treinta y pocos con poco pelo y cara de empollón. Consternada, decidió olvidar el hallazgo y continuar con esa ensoñación que la convertía, sin duda, en una persona mucho más productiva. 

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