Me encuentro de copas a una
compañera de universidad que se divorció hace algún tiempo. La veo quizás un
poco más rellena pero divertida, lanzada y guapa. Me cuenta que va de culo con
el cuidado de sus dos niñas, su trabajo en la administración, la casa, el
colegio, las extraescolares, el pago de la contribución. “¿Y de novios como
andas?” –le pregunto a bocajarro. Ella entorna la mirada y me contesta
sonriendo: “he encontrado al hombre perfecto”. Yo en seguida me intereso. “¿En
serio? Me alegro, me lo tienes que contar, mis amigas solteras dicen que el
panorama en la ciudad está tan mal que les desespera” –le digo. Entonces se
explica. “Bueno, en realidad no es uno, son tres. Un compañero del trabajo bastante
más mayor también divorciado que al igual que yo, no tiene ganas de grandes
pasiones. Con él tengo citas, intensas conversaciones y un sexo agradable y
pausado. El segundo es un chico de la asesoría, tiene mi edad, está casado y bastante desencantado.
Con él vivo la fantasía del romance y un sexo furtivo, clandestino y no exento
de culpabilidad. El tercero es un profesor de la escuela de fotografía bastante
más joven que yo. Juntos compartimos el entusiasmo y el impulso de la
creatividad. No se si será por un tema de edad, pero en la cama se porta como
un verdadero salvaje, es capaz de hacerme vibrar”. Yo la miro sorprendida por
el alcance de su sinceridad y me pregunto de donde sacará el tiempo y la
energía para tanta actividad. “¿Y no te planteas comprometerte?” –me intereso. “¿Estás
de coña? Yo ya he estado casada y te puedo asegurar que no me interesa para
nada” –contesta tajante. Así me despido sin poderme quitar de la cabeza su
idilio colectivo y pensando que igual es cierto eso de que en la variedad está
el gusto y quizás, como en este caso, la clave de la felicidad.
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