Este verano he vivido una
suerte de revelación, una clarividencia que me ha hecho darme cuenta al acudir
a la playa, a las terrazas o al salir a cenar por la noche, de que el mundo
está lleno de veinteañeras de piernas flacas, pecho generoso y larga melena,
amazonas hipersexualizadas que tamizan su vida a través de las fotos que se
realizan con sus smartphones, que acumulan un amplio bagaje en relaciones y
saben como dominar a un tío y que, conscientes del poder que su edad les otorga
en este momento concreto en el que la juventud parece ser el único talento
capaz de desbancar al resto, se mueven con la soltura propia de emperatrices
dominando el terreno con sus shorts cortados, sus ojos pintados y esa
pseudomadurez que han adquirido a fuerza de chuparse series de televisión y ser
testigos de las debacles amorosas de los adultos que las rodean. Hasta hace
unos meses la presencia de este sector femenino no era para mi más llamativa
que la existencia de niños, adolescentes o ancianos. Pero, y tras la
insistencia de algunas conocidas que tratan
de señalarlas como al principal enemigo, me he tenido cuestionar algunos
puntos que tienen que ver con el hecho de cumplir años, y ser mujer, y como
lidiar con un sector masculino cegado por la novedad. En esta línea me viene a
la cabeza la frase un amigo que, estando una noche de copas, me hace un par de
referencias sobre el culo de la camarera, una morenita normalita un poco
hortera. Yo enseguida salgo en defensa de su esposa y le digo, “para culo bonito
el que tiene tu mujer”. A lo que él me contesta, “eso por descontando, pero
este no lo he probado”. Sentencia que parece infantil por elemental pero que
define a la perfección la curiosidad infinita que siente el varón hacia la
hembra que le es ajena.
No hace mucho en una cena me
enfrasco en una conversación con una amiga que acaba de cumplir los cincuenta.
Cuando le pregunto, en plan balance, si hay algo de lo que se arrepiente o
alguna cosa que piense que le ha quedado pendiente, se pasa la mano por la
brillante melena y mirándome a los ojos contesta, “me gustaría haberme tirado a
un par más, estoy muy contenta con mi marido, pero hace años hubiera
aprovechado algunas oportunidades de haberlo sabido”. ¿De haber sabido el qué?, me pregunto. ¿Qué
el tiempo pasa?, ¿qué el cuerpo cambia?, ¿qué la pasión se desvanece?, ¿qué el
deseo permanece?. En otra de las conversaciones un grupo habla de la nostalgia
que sienten cuando piensan en la etapa del enamoramiento, los besos largos y
eternos, las conversaciones sin fin, las miradas, la piel, lo nuevo. “Solo se
vive una vez, si no le haces daño a la persona a la que tienes al lado, ¿qué
hay de malo?”, se cuestiona alguien en voz alta en referencia a la posibilidad
de tener un affaire puntual y clandestino. Al día siguiente desayunando observo
a una pareja que debe de rondar los setenta. Ella está delgada, tiene muy buena
facha, viste de manera clásica pero atractiva y tiene la piel cuidada. Él luce
un impecable pelo cano, ojos claros y conserva la masculinidad y la gallardía
que no hace tanto debieron de convertirle en objeto de atención femenina. Ambos
se hablan con cariño y respeto y entre ellos existe una complicidad férrea, un
canal de comunicación que va más allá de lo verbal y los sitúa en una dimensión
superior, como si hubieran conseguido sortear toda clase de pesados obstáculos
y ahora disfrutaran del remanso merecido. Me pregunto cuantas veces habrán
dudado de su relación, con cuentas aventuras clandestinas habrán fantaseado o
se habrán embarcado, trato de imaginar los momentos complicados, el peso
implacable de la edad, de la gravedad, la partida de los hijos. Luego me fijo
en otra mesa donde toman batidos unas chicas de veinte mientras comentan los
detalles de la noche anterior. Trato de hacer un puente mental y lograr
descifrar cuanto hay de verdad en el anhelo de lo físico y qué nivel de
satisfacción es capaz de proporcionarnos el compromiso, la lealtad, el apostar
por los colores de tu equipo. Me temo que para averiguarlo uno tenga que
arriesgarse y disfrutar o, en el peor de los casos, equivocarse.
Me haz introducido en tu narración y me ha conquistado esa parejita de 70. Ahora me pregunto si han vivido juntos toda la vida, o se aman desde casi niños y hasta ahora la vida les ha dado la oportunidad de disfrutar de ese amor de manera plena. Aqui lo que importa es disfrutar del amor que no hay nada más hermoso.
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