Mi amiga Nuria hace años que
duerme algunas noches con los pies untados en crema, envueltos en film
transparente y cubiertos por unas calzas especiales, con el fin de hidratarlos
al máximo y evitar las antiestéticas grietas en el talón. A veces realiza la
misma operación con las manos o usa el plástico en el pelo, que embadurna con
aceite de argán. Ha comprado un sujetador que se pone para dormir y evita las
arrugas en el escote, una suerte de armadura negra que le da la apariencia de
guerrera medieval y que dota a sus pechos del aspecto de una roca. También se
hizo con unos parches de silicona que se aplican en las ojeras y actúan durante
la noche, alisando las líneas de expresión y aclarando el tono de la zona.
Además se pone tapones para aislarse de los ruidos del ambiente y lleva en los
dientes una férula de descarga para evitar apretar y relajar la mandíbula. «Me
imagino que has decidido dejar de poner caliente a tu marido para siempre»,
comenta una del grupo cuando ella detalla su lista de secretos de belleza. «Si
te cruzas con uno de tus hijos por el pasillo a media noche se caga del miedo»,
suelta otra con cachondeo. «Lo de que quiero excitar a mi marido es algo que
has dado por supuesto, lo que yo pretendo es ponerle al resto», afirma
categórica. «Me gusta sentirme como una geisha, incómoda, sometida a esos
correctivos con el fin de deslumbrar, como Cleopatra o Afrodita, de ahí que me pierdan
las fajas, los tacones imposibles. No hay que abandonarse, una tiene que
exigirse, no hay que compararse, la idea es esforzarse, no hay que conformarse,
se trata de sudar. El mundo entero gira en torno al deseo sexual, ¿o acaso
pensáis que los tíos se relajan?. Ellos se mantienen en activo hasta el final»,
proclama con energía y el resto, en silencio, la observamos con una mezcla de
temor y respeto.
viernes, 19 de diciembre de 2014
jueves, 11 de diciembre de 2014
UN HARÉN DE MACHOS
La noticia de la semana tiene
de protagonista a Leonardo DiCaprio y como decorado el Art Basel de Miami, la
feria de arte molona por antonomasia, uno de los lugares donde mirar y dejarse
ver si te quieres hacer un hueco en el mundillo de los guapos y triunfadores.
La cosa es que Leo, el eterno soltero, el actor crapulón, el rubio talentoso al
que persigue la maldición del Óscar (no tiene ninguno pese a haber estado
nominado en cinco ocasiones), estuvo el sábado de fiesta en el reservado de una
discoteca. Tras tomarse unas copas y alternar el actor salió del local, y aquí
viene la bomba, acompañado de veinte tías. A pelo. «Se fue con veinte chicas.
Leo y veinte chicas. Él es mi héroe», explicaba un testigo estupefacto ante las
preguntas de los numerosos periodistas que se hicieron eco del notición. Casi
nueve millones de entradas en Google después el tema ha dado de si y, si bien
algunos tildan el gesto de forzado dando a entender que el actor solo quiere
resarcirse de la ruptura con Toni Garrn, su última ex, otros han querido
ver más allá tomando el asunto como una afrenta al feminismo. Porque, qué
hubiera pasado, se preguntan, si la que hubiera salido de la disco rodeada de
maromos hubiera sido una mujer. ¿También recibiría trato de estrella?, ¿se
calificaría su acción de hazaña como en el caso del actor o seria tildada de
extravagancia obscena? Yo no puedo evitar pensar en el engorro de tener que
recibir a veinte machos en tu hogar, puliéndose las cervezas, enfrascados en
una ruidosa conversación mientras siguen con detalle lo primero que encuentran
en televisión, mojando la tabla del retrete y, llegado el momento, haciendo
comparaciones absurdas sobre el tamaño de los paquetes. No obstante, dudo que a
Leo le haya ido mucho mejor con su harén discotequero pues, ¿alguien conoce a
alguna mujer a la que le guste compartir conquista?
viernes, 28 de noviembre de 2014
UN PASADO ABULTADO
“Cualquier
tiempo pasado fue mejor”, dicta la estrofa de Jorge Manrique, lo que juega en
desventaja respecto al futuro del amor. Esta reflexión viene a colación después
de que un amigo me narre un hallazgo en su casa. «Estaba ordenando papeles
cuando, en el fondo de un cajón, aparece el clásico sobrecito amarillo de
Kodak. Dentro encuentro unas fotos de mi mujer y su ex, de vacaciones en
Formentera, a finales de los 90», me cuenta. El tema es que, su esposa, que
entonces rondaba los veintipocos, aparece en las imágenes pletórica, atlética,
con una sonrisa radiante y ese gesto de determinación que te da el saber que
tienes toda la vida por delante. La pareja aparece retratada paseando abrazada
en una cala que se presenta salvaje y desierta. En una de las fotos que me
muestra lucen poca ropa y el ex, que ahora trabaja de consultor, parece una
suerte de Tarzán, con el pelo abundante y revuelto, los músculos marcados y muy
bien dotado. «Nunca he sido celoso pero al verla tan feliz, parecían muy
unidos», confiesa. Me cuenta que él la tenia fichada, que aguardó en la sombra
a la espera de ese «creo que mereces algo más», «nos hemos estancado», del «no
sé si estoy enamorado» tan propio del momento. Durante un tiempo tuvo la
sensación de que se la había arrebatado a aquel ex, de que le robó su lugar en
la cama, la curvatura de su espalda, el tono de su voz cuando se ponía a gemir,
a susurrar. Cuando alguna vez se lo cruzaron a él le pareció alto y templado
pese a que ella le dijo que lo veía más gordo y desmejorado. Un día le preguntó
con quién gozaba más y ella le contestó que nunca pensaba en el pasado.
Entonces comparte conmigo la cuestión que de verdad le fustiga: «¿has visto el
bulto del bañador?». Yo miro la fotografía, elevo las cejas y él me recuerda
que en ese momento no se usaba el Photoshop. «Seguro que tú tienes más pelo», le
digo a modo de consuelo.
viernes, 21 de noviembre de 2014
ENGORROS FEMENINOS
Mi hijo de cinco años me
preguntó no hace mucho de donde salió cuando nació. Yo le dije que del ombligo,
lo que ha provocado que cuando me levanto la camiseta él mire esa zona con
aprensión. Días después se interesó en como llegó a mi barriga. Le expliqué que
fue gracias a que su padre y yo pensamos un día en él. Desde entonces cuando
estamos callados o me ve concentrada me pregunta si estoy haciendo otro bebé.
También se ha cuestionado por qué las chicas no tienen pito, a lo que le he
contestado que se trata de un tema de diseño, que cuando nos crearon es así como
fuimos dibujados. Me pregunto hasta cuando será conveniente disfrazar de esa
manera la verdad cuando me viene a la cabeza la historia de un amigo que marcó
sus años de niñez. Resulta que están él, que en ese momento contaba con doce
años, y su hermano menor, de diez, comiéndose un bocadillo de tortilla en la
playa de Cullera. Su madre lee una revista con la que a ratos se abanica bajo
la sombrilla. Se quita las gafas de sol y los mira. «¿Sabéis por qué mamá no se
baña?», pregunta. Los dos se encogen de hombros con la mirada puesta en la
orilla. «Las mujeres tenemos una cosa que se llama menstruación», les cuenta. Y
se lanza con un relato esperpéntico acerca de fluidos y compresas que culmina
con el “cómo se hace un bebé”. Los dos críos, mudos, la observan impactados
sujetando el bocadillo que de repente se les hace bola. No contenta, la madre
añade cómplice, «Merche, tu amiguita, debe de estar a punto, se le marca el
pecho en la camiseta», culmina. Él estuvo años impresionado por aquella
confesión, imaginando el cuerpo de la mujer como un lugar complejo y engorroso.
Sensación que se tornó en terror cuando vio en televisión “Carrie” y llegó la
escena de la ducha. Yo, siguiendo su advertencia, prefiero esperar a que
descubra los detalles por su cuenta.
viernes, 14 de noviembre de 2014
ENAMORADO DE UN CULO
Estoy de cena con madres del
cole en el restaurante de un amigo. Las conversaciones, como siempre que se
junta un grupito de mujeres, saltan de tema en tema, se mezclan, se superponen,
se marean, aumentan de volumen, se paralizan por una sonora carcajada y vuelven
a enredarse de nuevo. La cosa es que, a raíz de la reciente separación de una
de ellas sale a colación, como no, el tema del amor. La dama soltera se siente
atraída por un hombre más joven que ella, de cuestionable nivel cultural, que
trabaja de manera irregular como masajista. «Me pierden su sonrisa y sus manos,
ya sé que no somos compatibles, pero cuando lo tengo delante se me va la
cabeza», confiesa. Mi amigo, que en ese momento saca los cafés, se lanza a
compartir su experiencia. «Uno se puede quedar colgado de una voz o de unas
tetas. Yo en la universidad me enamoré de un culo. Cada mañana lo veía pasar
camuflado debajo de un vaquero. Aún así percibía su tersura, la curvatura, el
‘toc toc’ que parecía perturbarlo a cada paso para luego volver en décimas de
segundo a su estado natural. Al final lo conocí, lo tuve entre mis manos, lo
admiré de noche, a la luz del día, a la hora de comer, con el reflejo tenue del
atardecer. A veces, caprichoso, le colocaba una flor, o lo utilizaba para
apoyar un libro y leer sobre él. Le compré aceites, cremas y todo un arsenal de
ropa interior, recé por él, le hice cientos de fotografías, incluso le compuse
una canción», relata. «¿Y qué pasó», me atrevo a preguntar. «Que un buen día se
acabó, desacuerdos con su dueña», recuerda con nostalgia. A mi me viene a la
cabeza la propietaria del trasero y como habrá evolucionado su relación con él,
si se llevarán bien, si habrá conocido a otro hombre que se haya prendado de
sus nalgas, y si la historia que nos ha contado es producto del fetichismo o
guarda, como sospecho, grandes dosis de realismo.
viernes, 7 de noviembre de 2014
UN MONO CON PISTOLA
El pasado viernes llego a la
consulta de un amigo fisioterapeuta. Al entrar le pregunto ¿qué tal?, él me
sonríe, levanta el dedo índice y me indica que escuche la canción que invade el
ambiente. Se trata de “Friday I’m in Love”, el tema de The Cure cuya letra
sitúa al quinto día de la semana como la jornada más propicia para el amor. «Yo
el viernes me pongo tontorrón», me explica. Le pido que me cuente más y él
lanza una reveladora teoría sobre las llamadas y el momento. «Si un tío te
llama el lunes para quedar el fin de semana es que está desesperado. Si lo hace
el martes es un poco perdedor, el miércoles es la señal de que anda algo
despistado, pero no estaría mal. El jueves es el día ideal, aunque los tíos que
molan de verdad llaman el viernes a mediodía», confiesa. «¿Y eso una como se lo
tiene que tomar?», me intereso. «En caso de que la llame el viernes la mujer
debería mandar al tipo a cagar», sentencia. Sus palabras me hacen
reflexionar y me dispongo a rebatir cuando sale con una excepción al teorema,
que tiene que ver con el hecho de que el macho en cuestión se haya entregado de
manera reciente a la práctica onanista. «En ese caso lo normal es que pase de
llamar. Si aún así lo hace es que de verdad está interesado, por lo tanto la
dama, de saberlo, podría esperar algo más», revela. No puedo evitar pensar en
si la experiencia de mi amigo se puede extrapolar al total del género
masculino. Analizo la primera estrofa de la canción, “no me
importa si el lunes es azul, el martes gris y el miércoles también. El jueves,
no me importas. Es viernes, estoy enamorado”, reza el tema. La simpleza de la
idea, basada en la comparativa cromática, me hace comprender que en estos casos
el hombre saca a relucir su razonamiento más pueril. Entonces él concluye con una
máxima final que resume lo explicado: «un
hombre con el arma cargada es como un mono con pistola». Y no hay más.
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