En estos días de celebración
y regalos, muchas personas tienen dudas sobre qué comprar para ese familiar,
esa amiga o esa persona especial. Si el presente en cuestión es para una mujer,
les voy a dar una idea que nunca falla y que no se suele regalar, por motivos
de pudor o por un tema de confianza: un buen sujetador. Ese cobijo de los
pechos, englobado en el mundo de la lencería, tiene un sentido mucho mayor que
el del uso rutinario que se le da a la ropa interior. El sostén puede
transformar la anatomía de una dama haciéndola pasar de femenina a felina y
brutal. Al dar con el modelo adecuado, los senos no solo quedan sujetados sino
que son abrazados, esculpidos, ensalzados, presentados como caprichos divinos
en una ofrenda carnal. El delicado soporte, cuando está perfectamente
elaborado, posee un diseño y unas medidas precisas que lo acercan a una obra de
imaginería, a un proyecto de ingeniería. En la psique de la mujer la pieza
adecuada puede tener un efecto terapéutico, orgásmico, galáctico. Desde el
básico al deportivo, el escotado, el cruzado, el palabra de honor, aquel que
tiene relleno, el que recoge los pechos de manera liviana en una copa de encaje
fino, el que tiene forma de corazón y el que presenta las dos
tetas floridas como si estuvieran sujetas por un par de macetas. Abogo desde
aquí porque se instaure el día del sujetador con el fin de hacer extensivas sus
bondades y que en todas las ciudades haya una plaza del sostén. Se debería
utilizar además, cuando el tiempo lo permite, para salir a pasear, o a bailar,
cenar o votar, como pieza visible, exenta de provocación. Como regalo, y aunque
pueda parecer poco apropiado, es una apuesta segura que creará una complicidad
con la interesada y le garantizará la entrada a un club privado, aquel formado
por los amantes de la belleza tetuna, independientemente del sexo, la condición
o el parentesco.
lunes, 30 de diciembre de 2013
LA MEJOR MENTIRA DEL MUNDO
«Que por una noche seamos
todos hermanos, que por una noche los duros de corazón sean generosos, que por
una noche cenen los pobres» –comienza el guión de “Plácido”, la obra maestra
co-escrita y dirigida por el maestro Berlanga en 1961. Bajo el lema “Siente un
pobre a su mesa” el ayuntamiento de una pequeña ciudad de provincias lanza una
campaña el día de Nochebuena. Cada vez que la veo me parece más brillante,
punzante, afilada, delirante y aquí viene lo preocupante…oportuna y actual. Si
traslado la historia de manera mental al momento presente de nuestra ciudad,
imagino el carromato recorriendo Colón en cabalgata, con esos pobres helados
abalanzados sobre una paella y comiendo turrón. Los visualizo apoyados por
cientos de ciudadanos indignados, afectados por los recortes, por la debacle
del audiovisual, encendidos por el colapso estatal. A continuación la parada en
la estación para esperar a las artistas de Madrid. Allí las cámaras graban la
llegada de una Belén Esteban recauchutada, recibida por un grupo de señoras de
la alta sociedad vestidas con visón en el papel de las damas de la comisión,
recaudando fondos en un rastrillo. Visualizo a Plácido en el papel de ciudadano
común que tiene que buscarse la vida, pagar las letras, aguantar el tipo
haciendo malabares en estos días de fiesta en los que la ciudad brilla con
alegres luces y la alcantarilla bajo nuestros pies, al igual que en el resto
del año, apesta. Las casas de los pudientes que abren esa noche sus puertas a
un pobre serían el equivalente a la obra de caridad puntual, una buena acción
que sirve de expiación para limpiar la conciencia burguesa, con el fin de que
esa noche la mayoría se siente tranquila a la mesa. Pienso que Berlanga hoy
encontraría material en su tierra no para una película, sino para una saga
entera con posteriores secuelas. En la calle alguien me hace por enésima vez
una pregunta que yo no acabo de entender: «¿Te gusta la Navidad?». Yo,
inconsecuente y valiente, doy una respuesta poco apropiada para mi edad: «¡Si,
me gusta!». Las cifras confirman mi rareza: si escribes en Google «me gusta la
Navidad» aparecen cerca de cuatro millones de resultados frente a los
aplastantes casi veinte millones que aparecen al escribir «no me gusta la
Navidad». Echar de menos a los que no están, conflictos familiares o
desavenencias religiosas son los tres motivos de peso que alejan a esa mayoría del
disfrute. Quizás el problema sea que se ven abocados a la celebración convencional
y establecida no dejando ninguna opción a la imaginación. Sé de una que el año
anterior pasó la Nochebuena buceando desnuda en Tailandia y de otro que lo hizo
escalando. Conozco a una pareja que se queda en casa, ve una peli y cena pizza
y de otro que decide servir, en un comedor social, a aquellos que van a cenar. Un
joven matrimonio va a pasar esa noche en un hospital, en compañía de su hijo de
tres años que pelea con la neumonía. Otros que hace tiempo dejaron lejos a los
suyos para buscar aquí una oportunidad y se juntan para recordar. Algunos la pasan en una residencia intentando
averiguar quién ha puesto un árbol y por qué esa noche hay menú especial. Un
buen puñado tiene que trabajar conduciendo, sanando, poniendo copas o velando por
nuestra seguridad. Si nos remontamos a su origen la Navidad celebra el
nacimiento de un niño pobre, acogido entre humildes, que más tarde será el Mesías.
Cerrando el círculo me pregunto si ese pobre de la película que sentar a la
mesa no tendrá conexión con el origen humilde del Salvador, constatando que a
través del desprendimiento se consigue la riqueza interior. «La Navidad no es
un momento ni una estación, sino un estado de la mente» – dijo un pensador. Por
ello les insto a disfrutar de estos días, de la manera que se les antoje, sea
cual sea su situación. Si les es complicado siempre pueden intentar emular a
los niños y la fe que tienen en sus héroes reales de ficción: Papa Noel y los
Reyes Magos. Una fantasía que debemos intentar mantener hasta el último segundo
pues, como me dijo una niña ya grande no hace mucho: «es la mejor mentira del
mundo».
viernes, 20 de diciembre de 2013
TESTIGO DE UN TRÍO
Una amiga ha empezado a salir
con un chico que tiene un gato. En la primera cita ella en seguida se dio
cuenta de que el tipo tenía al animal en un pedestal. Tras enseñarle una
galería de fotos y hablarle de la dieta y las monerías del felino, dijo una
frase que le impactó: «lo quiero como si fuera mi hijo». A ella, que no tiene
una conexión especial con el mundo animal en general, el gato en concreto le da
hasta dentera. Lo encuentra sibilino, antipático y traidor. Además no cree que
sea mascota de tío, dando por hecho que aquellos que le rinden a un minino ese
amor tan apasionado, tienen seguro un lado oculto afeminado. La semana
siguiente él la invita a su casa y, nada más entrar, se queda sorprendida ante
un enorme retrato del gato que ocupa una pared del salón. El rey de la casa
hace su aparición por el pasillo, enorme, seguro y triunfal. Él lo coge en volandas y, después
de acariciarlo, le estampa un beso en la boca. Sentados en el sillón, tomando
una copa, ella, que siente en la espalda la mirada clavada del animal, no puede
estar relajada. Tras un ligero magreo él propone pasar a la habitación.
Sentados en la cama comienza a desabrocharle el sujetador cuando la puerta se
mueve y, de manera sigilosa, se cuela la sombra gatuna. De un salto sube por el
cabezal y se queda apoyado en un lateral, sin dejar de observar. Ella detiene a
su enamorado, que ya está lanzado, y le dice con un susurro señalando al mirón:
«Estoy un poco cortada, no nos quita los ojos de encima». Él, que tiene la respiración
acelerada, le suelta arañando su boca: «Le gusta mirar». Ella percibe la
complicidad entre ese chico delicado y su felino. Le viene a la cabeza que
tener un testigo, aunque sea un animal, es lo más cercano a un trío que ha
hecho en su vida y suspira, motivada, ante la mirada rasgada de ese gato
voyeur.
domingo, 15 de diciembre de 2013
EL PEQUEÑO DESLIZ DE OBAMA
Que tu marido tontee con otra
delante de tus narices no sólo jode, sino que te hace sentir la marginada de la
fiesta, la hermana fea, la chica del grupo a la que cualquier idiota chulea. La
era de la información instantánea, digital y global, ha conseguido que todo
acontecimiento, independientemente del motivo que lo genere, del alcance y la
seriedad, se convierta en un circo. El funeral de Nelson Mandela no iba a ser
menos. Y no me refiero al tema del falso intérprete, ese que se pasó la
ceremonia traduciendo las palabras de los líderes de Estado a un idioma de signos
tan sólo conocido por él, moviendo manos y boca a su antojo para asombro e
indignación de la comunidad de sordos y cachondeo del mundo entero. La imagen
que ha corrido por las redes como la pólvora es el momento en el que Barack
Obama, aburrido en su asiento, decide hacerse un “selfie” (autofoto que se
publica online) en compañía de David Cameron y de la primera ministra de
Dinamarca, Helle Thorning-Schmidt, una rubia lozana de ojos azules y pinta de protagonista
de una serie americana de abogados. Mientras el presidente sonríe a tope
arrimándose a la danesa en plan colega-que-como-no-quiere-la-cosa-coquetea,
Michelle Obama mira al infinito con las manos cruzadas y el gesto pétreo. Luego
Barack, que parece no percatarse del mosqueo, intercambia confidencias con la
vikinga y se ríe a carcajadas. Pienso en la ira interna de Michelle y en como
se tuvo que sentir, como debió de sufrir al ver a su marido echándole el lazo a
otra en pleno funeral. Me viene a la cabeza Marilyn Monroe y su “Happy Birthday
Mr. President” embriagador y claramente revelador y pienso en Jackie. La
imagino cabreada en el sofá de casa, pues a última hora decidió no ir para
evitar cruzarse, me figuro, con la sexy actriz. Luego la dama iría al baño y se
miraría al espejo con gesto perplejo sintiéndose noqueada ante el numerito de
esa estrella entregada. La señora Obama, por lo menos, ha podido contar con ese
arma tan efectiva y terapéutica como es el WhatsApp, a través del cual se habrá
podido desahogar con sus amigas. “Lo que tengo que aguantar”, “A la rubia la
voy a matar”, “No se puede ser tan capullo”…– habrá escrito en el coche de
vuelta a casa. Jackie en cambio tuvo que apechugar en solitario, digerir el
momento a pelo, aguantando el tipo como años más tarde lo hizo Hillary Clinton.
Fue en su primera aparición tras hacerse público el encuentro erecto-oral que
tuvo su marido en el despacho oval. El vestido salpicado de la becaria Lewinsky
y los detalles, reconstrucciones y declaraciones que se publicaron tras el
asunto, no bastaron para robarle la sonrisa a esa dama poderosa.
Cenando la otra noche con
amigas por la zona de Cánovas, rodeadas de dos mesas de tíos disfrutando de su
fiesta de empresa, pudimos comprobar como, al acercarse varias señoritas
ofreciéndoles invitaciones para tal o cual local, ellos, sin distinción,
reaccionaban con la misma cara de idiota, abrumados por la cercanía y por el
candor de esa juventud, tomando los papelitos con gesto entregado. Una hora más
tarde seguro que entraron al pub motivados por la esperanza de obtener algo
más, porque el hombre es ese ser que vive con la esperanza permanente y
engañosa de conseguir siempre el mismo objetivo. Como el perro fiel al que le
lanzas la piña y te la entrega juguetón, activo y eficiente, una y otra vez,
sin tener consciencia de lo que ha ocurrido inmediatamente antes ni de lo que
va a suceder después. Por ello aprovecho el momento para transmitirle a todos
los padres, hermanos, primos, amigos, novios, maridos y a los presidentes de
Estados Unidos, que aunque ya os conocemos, pese a que sabemos de qué va el
tema, de verdad podríais ahorraros esas escenas, y que esas chicas que te dan
bola delante de tu pareja, las que quieren guerra aunque saben que en casa es
otra la que te espera, de verdad no valen la pena. Termino con un mensaje para
la primera dama: Michelle, desde aquí espero que le tengas varias semanas
alejado de tu cama.
miércoles, 11 de diciembre de 2013
CONCUBINA AGRADECIDA
Acompaño a una amiga a una
tienda muy cara del centro donde la pieza más sencilla no baja de los trescientos.
Mi misión es opinar sobre un vestido que ha fichado para ponerse en una boda a
la que asiste su ex, más alguna invitada que le incomoda. Allí curiosea entre
los percheros un tío bien plantado, con aire distraído y ese rollo de maduro
bien vestido con un punto alternativo. «Debe de ser diseñador, arquitecto,
escritor o cirujano» –lanzamos en voz baja. Él entonces coge un bolso negro de
una conocida firma italiana y se acerca hasta la caja. «¿Este modelo lo tienes
en otro color? Es para mi hija» –le dice a la dependienta que escucha atenta la
explicación. Ella sonríe profesional. «¿Qué edad tiene?» – se interesa. «Va a
cumplir veinte» –responde él con cautela. Miro a mi amiga y señalo al
interesado discretamente con el dedo como si se tratara de la prueba del
polígrafo televisado. «Yo digo que ¡¡miente!!» –le suelto al oído. Las dos nos
partimos captando su atención. De inmediato ponemos los ojos de nuevo en el
vestido fingiendo la máxima concentración. En el probador llegamos a la
conclusión de que no tiene una hija de su edad y, si la tuviera, no le
regalaría un bolso de mil quinientos euros sin consultar. Por su forma de
actuar, creemos que la afortunada es su amante. Si pensamos en la complicidad
de la dependienta además ponemos la mano en el fuego de que no solo no es la
primera vez, sino que en la tienda conocen a la mujer. Damos por hecho que no
ha querido el negro porque le recuerda al gusto de su esposa, que debe de
rondar los cuarenta y ser aún guapa y estilosa. Nos imaginamos entonces a la
bella concubina, salvaje en plena veintena, insaciable, espontánea, divertida y
muy agradecida. Decidimos que el tío, pese a que es un cabrón y su
comportamiento es indecente, tiene un gusto excelente.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)