Lo que voy a contar hoy es el
mundo al revés, rizar el rizo, hacer el pino con monedas en el bolsillo y las
gafas puestas. El protagonista de esta historia tiene cuarenta y tantas
primaveras, una mujer algo más joven que él y dos hijos. Después de doce años
de relación su matrimonio hace aguas y, tras una temporada de disputas, llega
la separación y ponen tierra de por medio. Hasta ahí todo bien. La mujer,
inteligente, atractiva y con un físico potente, comparte con sus íntimas algo
que resulta evidente: su marido se ha encaprichado con otra, una rubia de
treinta, un bombón sonriente que trabaja de dependienta. Aunque todos le
aconsejan que siga su camino, ella, la esposa, lo tiene claro y piensa que el
que era su marido se ha equivocado, que en el fondo todavía sigue enamorado.
Pero un par de meses después él hace público el asunto y se marcha a vivir con
la nueva. Pese a todo la mujer, que no está acostumbrada a perder, pasa las
horas libres en el gimnasio y mantiene la calma mientras se pone cañón. Una
tarde el marido le avisa de que va a pasar por su casa a recoger una cosas. La
esposa envía a los niños con la abuela y le espera vestida con minifalda y
blusa ligera. Ella, que ha prescindido del sujetador y lleva la melena mojada y
suelta, mira a su marido buscar en el armario mientras acaricia con su pie
desnudo el marco de la puerta. Cuando ya no puede más él se gira, le besa y le
arranca la ropa, excitado ante ese cuerpo conocido que ahora tiene prohibido.
Tras hacer el amor como bestias mira el móvil apurado, pues su nueva novia, que
por cierto es muy celosa, le ha llamado. Así inicia un lío clandestino con su
ex, en una complicada rocambola: ella, la ahora amante, le ha pillado el gusto
a ser la otra y aunque él, arrepentido, insiste en volver, a ella lo que le
pone es el affaire.
lunes, 28 de abril de 2014
OCHO APELLIDOS CHÉ
La semana pasada voy al cine
a ver “Ocho apellidos vascos”. Tras constatar con agrado que hay dos salas
dispuestas para la película en la misma sesión y que ambas están llenas, me
dejo llevar por el cachondeo en el que te sumerge esta comedia divertida, bien
armada y con algunas interpretaciones notables. Ya en la calle, mirando a la
gente que sale del cine sonriente, tomo como punto de partida la caricatura de
los protagonistas realizada por los guionistas que llevan al extremo de la
parodia la idiosincrasia vasca y la andaluza, y ejecuto una flexión imaginaria
para mirarme el ombligo desde fuera, con una distancia que me permita
vislumbrar nuestra propia naturaleza. Así a bote pronto, y más allá de la
sempiterna fama de juerguistas obtenida por obra y gracia de la famosa ruta del
bacalao (deberíamos consensuar un pacto de silencio respecto a esto), me viene
a la cabeza un extracto del libro “Valencia siglo XIX vista por tres ilustres
viajeros” que narra las crónicas el barón de Davillier y de Gustavo Doré en su
periplo por nuestras tierras. En él definen a la ciudad como “edén de España” e
incluyen una copla , “En
Valencia la carne es yerba, la yerba es agua, el hombre mujer y la mujer nada”,
para luego añadir que la valenciana es la mujer más hermosa del país,
aunque “no es tan excitante como la andaluza”. De estas palabras puedo
extraer dos pensamientos. El primero es que en efecto la valenciana es bella y
explosiva, pero un tanto inaccesible. El segundo, y en referencia a esa copla
que habla de lo inconsistente y que suena dura, tiene que ver con el equilibrio
de roles y como el varón ha suavizado su temperamento, buscando la conexión con
esa mujer que puede parecer fría a los de fuera, como le ocurre al barón, pero
que esconde un fuego insospechado en lo privado. En esta línea citaré la
opinión de un amigo que afirma que el valenciano tiene pluma, no tanta como los
de Cádiz, pero si un punto rosa, un palomeo provocado por la playa y la
presencia del mediterráneo. Otro de nuestros rasgos es la presencia tangible,
contable y constante de sexo. Durante siglos ostentamos la distinción de poseer
uno de los mayores índices de burdeles de Europa. Los habitantes de la ciudad,
imbuidos por el influjo del clima y la luz dorada, tienen grabadas en sus
entrañas una marcha sensual, una melodía invisible como de dolçaina que les
hace vibrar al son del fuego, ante el mínimo pretexto, cuando se encuentran en
presencia del sexo opuesto. Este cuasi libertinaje viene avalado por la alabanza
de lo femenino representada por la fallera y cristalizada por el culto a la
Virgen. El valenciano además es impuntual por naturaleza . El “estoy llegando” es
un invento nuestro que utilizamos cuando nos encontramos todavía en casa a
punto de entrar en la ducha. La paella del domingo también es marca registrada.
Cocinada por el hombre, que domina la cocina en delantal mientras ella, la
mujer, prepara el aperitivo y recoge los cacharros utilizados. También cabe
destacar que somos competitivos, hasta el punto de que si a alguno le va bien,
el vecino copiará su fórmula. De ahí la presencia de calles temáticas dedicadas
a zapaterías, a cesterías o a vestidos de novia. ¿No es curioso que en la breve
Mosén Femades se sucedan cinco restaurantes iguales? Una de nuestras
contradicciones es la extraña relación que mantenemos con el turismo. Pese a
ser una de nuestras principales fuentes de riqueza a la mayoría nos da pereza. Los
vemos pasearse quemados por el sol y pasando calor sin darles facilidades. ¿O alguien
conoce a algún taxista que chapurree mínimamente el inglés? El valenciano,
alegre y ruidoso, es una rara avis de las relaciones sociales. Cuando conoce a
alguien de fuera parece que se entrega y hace planes por doquier . “Llámame”,
es su frase de guerra. Luego se impondrá la realidad y todo quedará en nada,
pues uno de los encantos de su presencia es precisamente su evanescencia. Ya en
casa reflexiono sobre el linaje y me doy cuenta de que la mayoría de las personas
que conozco no reúnen los 8 apellidos ché. Y así llego a la conclusión de que
ser valenciano es también un estado de grandeza, de alegría y, sobretodo, de
saber disfrutar de la vida.
viernes, 11 de abril de 2014
EL MORBO DE SU ESTADO
Confiesa un amigo en voz alta
que le dan morbo las embarazadas. Lo dice en plan casual, en el transcurso de
una conversación sobre el impulso sensual. Explica que las mujeres gestantes
tienen como un halo virginal, un aura de inaccesibilidad, una carga sagrada,
por no hablar de lo evidente, que es la parte exuberante. «Hay que ser muy
guarro, ahí se nota que eres soltero» –le dice una. «¿Y eso qué tiene que ver?»
–pregunta. «Si hubieras convivido con una embarazada sabrías la verdad. ¿Nadie
te ha hablado del vello, las estrías, las nauseas, las piernas hinchadas y las
tetas desbordadas?» –le espeta. «Pues a mi me ponías muy caliente» –suelta el
marido de la interesada. Ella sonríe y le da un codazo. Otra sale en defensa
del primero y explica que, en su opinión, esa querencia por las damas en estado
deja entrever que se trata de un tipo sensible. Que es la prueba de que respeta
a la mujer como ser, siendo capaz de dejar lo sexual a un lado, aceptando su
feminidad y apreciando la belleza del esplendor maternal. Es entonces cuando el
marido que se ponía caliente la contradice diciendo que no se trata de
sensibilidad. Que lo que motiva en
realidad a un hombre es pensar en lo que ha hecho la embarazada en cuestión
para quedarse en estado. «Nuestra mente funciona por estímulo-reacción. Cuando
vemos la barriga imaginamos a la portadora enroscada en una sesión de sexo,
consumada además por esa carga divina que culmina con la procreación. Es como
mirar bajo la cama y encontrar un condón usado. En jerga jurídica se llamaría
hechos probados» – sentencia. El resto escuchamos desconcertados. Su mujer
abandona la sonrisa y le clava la mirada. Él se intenta justificar argumentando
que se trata de un pensamiento banal, pero es tarde. En el aire, enrarecido, se
ha instalado una duda que crece como un soufflé: ¿se trata nuestro amigo de un
pervertido?
martes, 8 de abril de 2014
SEÑORAS PIEL CON PIEL
Cameron Díaz, (estrella de
Hollywood, 41 años, rubia, divertida, cuerpazo) ha declarado recientemente, y
cito de manera textual: «todas las
mujeres se sienten atraídas por otra en algún momento». La actriz ha asegurado
además que es natural apreciar a las personas del mismo sexo, que las mujeres
son “absolutamente hermosas”, y ha añadido una confesión final: «con hombres,
mujeres y sola, adoro el sexo». Es seguro
que sus palabras, que pueden resultar escandalosas, consiguen excitar al total
de la población masculina mundial. Pues el sueño de casi todo hombre, más allá
de sus creencias, profesión o nacionalidad, es imaginarse a dos damas piel con
piel, sentadas sobre la cama rodeadas de una luz tenue. Su mente recrea que ambas
están buenas, son femeninas y lucen una larga melena que les cae por la espalda
ligeramente bronceada. En la habitación además, y pese a que funciona un ventilador,
hace bastante calor, por ello está bañada de una suerte de bruma estival que
difumina la imagen y salpica sus rostros de pequeñas gotas de sudor. Ellas dos
pelean enjugazadas riendo, tirando la cabeza hacia detrás, rozando sus pechos
proporcionados y bien colocados que se retan de frente, desafiantes. Lo que no
sé si sabe Cameron Díaz, que desde ahora ya está considerada bisexual, es que
ha disparado las fantasías de los varones a un nivel estratosférico y brutal, colocándose
a la cabeza de la lista de calentones con el tema: “Cameron, su amiga, la
botella de agua helada y la espalda mojada”. Lo que no saben ellos (y disculpen
si me cargo el mito) es que la escenita se aleja completamente de la realidad.
No conozco a ninguna mujer heterosexual que se haya sentido atraída por otra en
plan carnal y, las que alguna vez comparten cama, lo hacen para ver películas
bajo el edredón, leer revistas, comer helado y comentar lo bien que se duerme
de vez en cuando sin un tío al lado.
VALENCIA EN JUEVES
Quien diga que en Valencia no pasan cosas es porque no acude los jueves a alguno de los numerosos saraos que tienen lugar en esta ciudad. Se trata del cuarto día de la semana situado entre el miércoles, la noche del espectador en los cines, y el viernes, el día favorito por ese gran sector de la humanidad amante de la mundanidad. La noche de los jueves además tiene algo de crapulismo e inconsecuencia, en especial en esas ocasiones en las que decides alargar, pese a que sabes que al día siguiente tienes que madrugar. El jueves es además la gran noche del affaire pues muchos salen sin su pareja. La hora bruja, el clímax del peligro, llega al final, cuando se hace el momento de marcharse y entonces alguno se ofrece a llevar a alguna en coche a casa, por aquello de que es de noche, y otros deciden compartir un taxi que parece que nunca pasa. Algo que he notado es que si antes me invitaban a una fiesta o una cena en la que la mayoría de asistentes no eran mis amigos, me hacían una faena. Con la edad he aprendido a apreciar esos encuentros con perfectos desconocidos que sacian por unas horas mi infinita curiosidad. En esos casos me pongo en la piel de un vampiro, pues si bien al voyeur le gusta mirar, a mi me gusta saber, ahondar, dar forma al personaje. Primero intento averiguar cual es su profesión, luego descifrar el origen, en el caso de que sea incierto, enterarme de si tiene hijos, pareja, algún suceso del pasado que pueda resultar comprometido, quiénes son sus amigos. Más tarde me planteo si tiene amantes, o un amor clandestino, o si está esperando a esa persona marcada por el destino. Hace un par de semanas acudo a una inauguración en un palacete donde presentan una cuidada selección de arte. Allí me encuentro con una mezcla de nombres escogidos de la sociedad, algunos con apellidos de tal y tal, un par de grupos de señoras divorciadas, pequeños y medianos empresarios de la ciudad, profesionales de despacho, hombres solos diseminados y unas pocas solteras de treinta y largos, de esas que con el arroz pasado han aprendido a hacer sushi y risotto. En el cóctel corre el champagne, el vino y unas bandejas con canapés minúsculos de autor. Los temas de conversación tratan sobre la resaca fallera, los planes pascueros, la compra del Valencia, vivir o no en una urbanización, llevarte o no el Rolex a Brasil, comprar o no unos bolsos de imitación que rondan los cuatrocientos euros, hacerle o no los papeles a la chica de servicio…Yo escucho mareada ante tanta contradicción. En una sala cercana se dan cita los fumadores que disfrutan con gusto de esos pitillos de interior rodeados de tapices. Un grupito está enzarzado en una conversación sobre el cigarrillo electrónico. Un sector cree que es la misma mierda pero encima artificial, el otro expulsa vaho mientras opina que es lo mejor, más sano y menos guarro. Un señor sujeta su cigarrillo de nueva generación mientras explica que las zonas de fumadores deberían estar sub acotadas, a un lado los de humo, al otro los de vapor. Dos chicas solteras que se acaban de conocer pululan juntas por el espacio. Una le comenta a la otra que ha sido su tabla de salvación, que estaba cortada porque iba sola, que qué bien que se han encontrado. Un chico repeinado que viste camisa blanca les hace fotos de lejos y se las muestras a su amigo que mira serio y dice: «te juro que no es, la habría reconocido». Una señora que me encuentro esperando para entrar al baño me dice que si tuviera mi edad prescindiría de las medias, que no hay nada más atractivo que las piernas en libertad, pese al frío. Alguien avisa de que se va a tomar un pepito de ternera a un sitio que lo bordan y otra anuncia que, quien quiera seguir en su casa, está invitado a embutido. Un gran reloj nos avisa de la media noche, la masa alegre parece gravitar a mi alrededor. Me viene a la cabeza una frase de Ortega y Gasset: “Vivir es lo que hacemos y lo que nos pasa”. Yo me digo que esa parte intrascendente del trayecto es, precisamente, la que recuerdan aquellos que, por los motivos que sean, ya no pueden o no quieren salir de casa.
miércoles, 2 de abril de 2014
LA AMENAZA DEL PIBÓN
«¿Sabéis quien es una morena
delgada y estilosa que va con un mini oscuro?» –pregunta la otra tarde una del
grupo. «Dices una con muchas tetas que a veces vemos en ese garito de Conde
Altea» – añade otra. «¿La alta que a veces se sentaba en la terraza con un
perro grande?» –se interesa una tercera. «El perro no era suyo, era de uno con
el que estaba liada, un constructor buenorro» – aclara la primera. Todas prestamos
atención a la elaboración del retrato robot de esa desconocida cuya vida nos
resulta de repente tan intrigante. «Iba al gimnasio de Lorena. Dice que tiene
un tipazo increíble, que las tetas son puestas pero muy naturales. Y la barriga
plana» –aporta otra. «Conozco a varios de la facultad que estuvieron colgados
por ella. Era bastante inaccesible, pero mira, tanto esperar y está soltera» –añaden.
Entonces una explica que la chica en cuestión vivió un tiempo en la misma finca
que su hermana cuando se casó, y a su cuñado y al resto de amigos les parecía
un súper pibón. Que durante esa temporada fueron varios (y algunos de ellos
conocidos) los que pasaron por su casa. Que una vecina cotilla y mayor que
vivía en el piso de al lado, le dijo que muchas noches la escuchaba gritar, y
luego añadió guiñándole un ojo: «y no precisamente de dolor». También dice que
le han dicho que le gusta la variedad y que muchas veces los trata sin piedad.
Que los tíos se quedan completamente colgados y que no le importa si están solteros,
casados o separados. «Yo hace ya tiempo que no la veo, igual se ha marchado de
la ciudad, tiene alopecia o está embarazada» –comenta una esperanzada. «No se
ha ido» –asegura la que ha iniciado el tema levantando la voz. «¿Y como lo
sabes?» –preguntamos. «Es la nueva compañera de despacho de mi marido» –
sentencia . Tras guardar un minuto de silencio una al fin suelta: «yo sí que
creo que se nota que las tetas son puestas».
LA DICTADURA DEL CLIMA
El reloj-termómetro situado
en la confluencia de Eduardo Boscá con el río me tiene obsesionada. Cada vez
que paso junto a él miro con recelo la temperatura, intentando calibrar si se
ciñe a la realidad y, por lo tanto, a mi sensación corporal o si se trata, como
comentan algunas personas, de un espejismo. «Siempre está al sol- el resultado
no es imparcial- lo normal es que detecte algunos grados de más» – suelen ser
los argumentos que cuestionan su credibilidad. De un tiempo a esta parte vivo
pendiente de la temperatura. Primero empecé prestando especial atención al
informe meteorológico del telediario. Esa parte en la que todo el mundo cambia
de canal, o aprovecha para echarse una cabezada, a mi me tenia atrapada. Comencé
por el tiempo de mi ciudad, para pasar al de la comunidad. En seguida amplié al
espectro nacional. Entonces opté por mirar cada mañana la página de AEMET y la de eltiempo.es. Luego me descargué en el
Iphone “Tiempo”, la aplicación que te informa sobre el clima del lugar del
planeta que desees al momento. ¿Y esto por qué?, se preguntarán. El origen de
mi obsesión está en el tiempo caótico y cambiante de esta ciudad. Una montaña
rusa desquiciante que te hace salir de casa con abrigo y bufanda a primera
hora, quedarte con suéter a media mañana y lucir tirantes en la comida. La
voluble sensación térmica varia en función de la zona, pues si bien en avenidas
como la de Baleares o la del Cid el aire siberiano amenaza algunas veces con
cortarte la respiración, si paseas por estas fechas por el Carmen o la Plaza de
la Reina un día de calor, sentirás en tu cuerpo una presión sofocante. Sentarte
en una terraza de la Alameda sin sombrilla a partir del mes de marzo se
convierte en una experiencia de faquir. Si luego te marchas al centro notarás
en tu piel la corriente. El río, al estar ubicado por debajo del nivel del suelo,
dispone de un microclima propio y de una concentración de humedad elevada y
constante que consigue que sudes con chaqueta y te peles de frío en camiseta.
Pero hay un punto estratégico, el equivalente climatológico a Bagdad, Ciudad
Juárez o Kingston. Un reto que tendrían que afrontar los participantes del
concurso “Supervivientes”, los miembros de los grupos de fuerzas especiales y
los militares: cruzar el puente del Ángel Custodio todos los días de un año. Ese
trozo de hormigón armado y abovedado de 31,60 metros de anchura que une Eduardo
Boscá y Peris y Valero es la verdadera prueba de fuego. Si lo cruzas en verano
la posición del sol, la ausencia total de sombra y la proximidad del asfalto,
convertirán tu experiencia en un infierno. Si lo haces en invierno la ubicación
entre las dos grandes vías y las corrientes que suben procedentes del río harán
que te peles de frío. El otoño y la primavera no existen en ese lugar donde
pasas del congelador a la parrilla sin tocar el refrigerador. Los alumnos de
los dos colegios concertados cercanos que cada día de su vida escolar lo tienen
que cruzar por lo menos dos veces, están preparados para escalar, desde muy
tierna edad, el Kilimanjaro. Para aquellos amantes de las experiencias extremas
les diré que no hay nada igual. Con el tiempo me he dado cuenta de que quizás
este puente sea la razón por la cual las madres de la zona vivimos con tanta
atención los cambios de temperatura. «Lo has abrigado demasiado-dicen que hoy
va a hacer calor-para mañana han dado lluvias-yo le he quitado la camiseta
interior-el lunes lo pongo de corto-le he puesto dos sudaderas…» – son algunas
de las apreciaciones que se intercalan en nuestras conversaciones. Yo aviso. Llega
esa época en la que un día sale el sol seguido de dos jornadas de lluvia. Tú
sales con pantalón y chaqueta ligera y ya en la esquina te das cuenta que la
has cagado, pues el termómetro marca once grados. Al día siguiente te pones las
botas y el plumas y antes de las doce sabes que te has equivocado, pues todo el
mundo comenta que estáis a veintidós grados. Estos contrastes, característicos
de nuestra urbe, sean quizás la señal de que algo va mal. Se aproxima una dictadura
del clima.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)