domingo, 30 de septiembre de 2012

SALVAMENTO EN EL RÍO



Volvía la otra mañana por el cauce del río Turia en la zona cercana al Gulliver cuando acierto a ver en mi camino, temblando sobre el césped, un ave de plumaje pardo que me dedica una mirada impenetrable. Tras una breve observación constato que el pobre pajarillo es incapaz de echar a volar y me viene a la cabeza una vieja consigna de la infancia: “pajarito en el suelo que no puede alzar el vuelo, arrastra alguna enfermedad”. Decido así seguir mi camino pero, con cada paso que doy, me siento peor persona. Giro la cabeza y sus pequeños ojos me observan en la distancia. Es una mañana húmeda y calurosa, el ambiente resulta asfixiante pero yo, que siento un profundo respeto por la fauna y el mundo natural, no suelo empatizar con este tipo de causas. Aún así suspiro y decido buscar ayuda. Salgo al camino asfaltado y veo a un señor uniformado junto al alquiler de bicicletas. “Hay un pájaro en el suelo” –le digo. El mensaje me resulta de inmediato infantil y algo loco. El señor me mira y yo caigo en que llevo un vestido demasiado corto para este tipo de expedición que además, clarea la ropa interior. “Soy del servicio de alumbrado” –me explica. “Espera y te acompaño a jardinería” –añade. Nos dirigimos a una caseta donde una pareja ordena útiles de trabajo. “He encontrado un pájaro enfermo” –anuncio. “¿Dónde?” –preguntan. “Un poco más allá, pasados esos árboles” –señalo. Me piden que les acompañe y paso a encabezar así el grupo de cuatro en esa improvisada operación de salvamento. Cuando llegamos el pajarillo espera en el mismo lugar. Una señora se acerca acompañada de un perro que lo olfatea nervioso. “¿Qué pasa?” –pregunta escrutadora. “Señora, aparte al perro” –le digo en plan macarra. Entonces el chico de jardinería, pertrechado con unos guantes, se agacha para cogerlo. El pájaro mueve las alas con ímpetu ofreciendo una breve resistencia. Finalmente es atrapado. “Es una tórtola” –nos anuncia con escaso entusiasmo. La señora del perro enseguida lo aclara. “Es como una paloma pero más fea” –dicta cruel. “¿Y ahora que van a hacer?” –pregunto preocupada. Detecto cierta tensión entre el grupo. Entiendo entonces que si yo no hubiera anunciado su presencia, nadie hubiera movido un dedo al respecto, y todo, me imagino, por la falta de linaje del pajarillo. “Ya nos encargamos nosotros” –me dice la compañera queriendo poner tierra de por medio. “Está claro que no está bien” –le digo. “Tendremos que hacerlo volar” –contesta. “No puede” –replico. “Pues entonces será rechazado, no podemos hacer nada” –me explica. “¿Y no piensan luchar? ¿Y si fuera un halcón peregrino?” –continuo ofendida. De repente me siento como Brigitte Bardot encadenada a unos árboles a la salida de un desfile de peletería. Un señor mayor, algo desarrapado, se acerca y observa con atención. “No lo manoseen más, lo mejor que pueden hacer es devolverlo a su nido” –explica señalando la copa de un árbol. “Creo que usted va bebido” –indica la dueña del perrito, impertinente, señalando un cartón de vino. “Me parece una indeseable y su perro tiene cara de idiota” –le responde el señor muy digno. “¡Ya basta!” –apacigua el jardinero. “Si no nos queda otra opción, quizá desee su adopción” –me explica. “¿Quién? ¿Yo?” –contesto. “No sabría cuidar de él, además su familia… me parece algo muy cruel” –confieso. “Pues llame a la protectora” –me indica el del vino. “¡Intentemos que vuele una vez!” –propone el del alumbrado. Convenimos entonces lanzarla, en algún lugar elevado, con la esperanza de que recobre la lozanía. Desde el puente del Reino, observamos atentos la operación. A la de tres la empujamos al aire, la tórtola extiende el plumaje y ejecuta una bonita parábola para a continuación, caer en picado hasta el suelo y, ahora sí, dejar la vida en la tierra.
La enterramos debajo del nido. Yo me quedé pensando, que si bien no pudo sobrevivir, le dimos un grandioso final, un último vuelo, pleno, que quizás le sirvió de despedida de esta bella y triste vida. A las tórtolas les digo que se sujeten bien al nido, pues su presencia en el ámbito urbano y su carácter mundano, hacen que su casta, de entrada, resulte menos valorada. Lección vital que saco de todo el asunto: ahora que las cosas se ponen feas, una buena solución instantánea pasa por la solidaridad espontánea. 

viernes, 28 de septiembre de 2012

BAJAS TRAICIONES


Lo que hoy cuento aquí es cierto y aunque a alguien pueda sorprender por escabroso, diré antes de empezar con aflicción, que la realidad, en estos casos, supera casi siempre a la ficción. Dos amigas esperaban en la consulta del ginecólogo. Damas atractivas, de apellidos conocidos e hijos de la misma edad, que por amistad y por hacer de la visita al médico algo más entretenido, decidieron no hace mucho compartir facultativo. “¿Qué te trae hoy a la cita?” –le pregunta una a la otra. “Tengo ahí abajo un picor que me mata”–le responde y continua. “¿Y a ti que te pasa?” –se interesa. “Revisión de rutina sin más” –contesta. Así le llega el turno a la primera. Al encontrarse frente al doctor le habla de su picor imposible. Este la pasa a la silla y le explora: “Tienes muy dañada la flora. Detecto candidiasis, vaginosis y tricomoniasis. Es normal lo de ese picor bestial. Ahora te receto unos óvulos, gel y pastillas” –le dice el doctor. Ella más tranquila vuelve de nuevo a la sala y le informa a la amiga: “Tengo hongos e infección”. La otra entonces es llamada por la enfermera. Ya en la consulta, le habla azorada al doctor. “Vengo con la paciente anterior, sufro también de picor, deme el mismo tratamiento” –le cuenta. “Si no he efectuado la exploración ¿cómo está tan segura?” –pregunta sorprendido. “El pasado fin de semana estuvimos juntas en Moraira y me acosté con su marido” –responde mirando al suelo. El médico le entrega la receta y ella sale por la puerta donde le espera su amiga. “¿Qué tal lo tuyo?” –le dice esta. “Por un tema hormonal la píldora me sienta mal” –le miente.
De vuelta a casa la amiga traicionera siente remordimientos, pese a que sabe que en cuanto tenga oportunidad, repetirá la infidelidad. Cuidadito con las parejas de íntimos con los que convive de forma estrecha, pues además de paellas, tertulias y escapadas, muchas veces se sucumbe a la tentación de lo corpóreo con el peligro que conlleva lo venéreo. En este tipo de asuntos una máxima le debe guiar: ni de su sombra se puede fiar.

domingo, 23 de septiembre de 2012

DOMINGOS DE FOTO Y FACEBOOK



El domingo pasado me encuentro tirada en el sofá con el ordenador sobre las piernas husmeando en el Facebook a las nueve de la mañana. En la tele, “¡Dora, Dora, Dora la exploradora…!”, entretiene a mis dos hijos mientras yo me intento despertar. Gracias a las fotos que veo en la pantalla me doy cuenta que la noche anterior, hace tan solo un par de horas, muchos y muchas se fueron de fiesta loca hasta las tantas, y ahí, en el muro de esa inmensa red social, resumen sus andanzas sin pudor: “Pati, Lore y Vero en la fiesta de la fashion week”, “Party sorpresa en casa de Jose”, “Cena japo con las compis del trabajo”. Todo acompañado de numerosas instantáneas que ilustran esos momentos fugaces y los hacen parecer más relevantes, divertidos y emocionantes de lo que son en realidad. Aunque lo sé y soy consciente de que esa exhibición personal no tiene ningún sentido, me hace sentir fatal. “Mi fin de semana es demasiado normal” –me digo. Paseo por el río, aperitivo en alguna terraza de Antiguo Reino o la Alameda, comida con la familia, parque con los niños y alguna cena con amigos.
Esa misma tarde visito a otra madre en su casa en la Gran Vía que me invita para que jueguen los críos. Allí coincido con una vecina de ella, su cuñada y una prima. Las cinco nos enzarzamos en animada conversación y yo saco el tema con el fin de contrastar mi opinión. “¿No os parece que la gente hace menos de lo que dice y se aburre más de lo que parece?” –les pregunto. Y les cuento lo de las fotos del Facebook, donde unos y otras cenan, beben, bailan, cantan o se van de excursión, con la misma sonrisa extraña que parece querer decir: haga lo que haga me divierto que te cagas. Entonces la prima suelta: “todo eso es un bulo, yo por norma general me lo paso como el culo”. A lo que añade la cuñada: “yo los domingos siempre pringo, mi marido, con la excusa de que entre semana tiene mucho follón, no se mueve del sillón”. Mi amiga culmina las declaraciones: “Pues a mi me da vergüenza reconocerlo, pero desde que tuve a mis hijos, odio las vacaciones”. Me digo entonces que la realidad es evidente. Si no te puedes pegar ni una siesta, ¿qué te depara en un día de fiesta?. La clave, me imagino, es buscarse un plan en familia. “Para mi es un coñazo” –anuncia le vecina. “Curso de cocina con niños, teatro de marionetas, visita al Botánico, al Oceanográfico, al Bioparc, cuenta cuentos, teatro infantil, excursión en cabañas, el trenecito del río, curso de galletas, taller de Navidad, granja escuela, música para pequeños, princesa por un día…. y yo esperando, mirando, aguantando, sonriendo, soportando a un payaso idiota que quiere que le sujete una bota o a una monitora pesada y sin consideración, que quiere fomentar la participación. ¿No he pagado yo para que entretengas un rato a los niños? ¡Pues haz tu puto trabajo y deja a los padres en paz!” –concluye. El resto asentimos solidarias pues todo ese esfuerzo no sale, por regla general, en la fotos de ninguna red social. Allí solo encuentras fiestas en áticos, paellas con amigos en Pinedo, gente haciendo kayak o animadas inauguraciones. Por no hablar de los “estados”, una suerte de declaraciones con las que el interesado pretende transmitir sus emociones: “es difícil olvidar, pero más difícil es conseguir no pensar”, “los amigos son esos que están ahí en tu caída”, “sonríe cada mañana en el coche y verás una estrella salir por la noche”. Pensamientos profundos de tinte filosófico que pretenden captar la esencia de la sabiduría humana, por lo menos un par de veces por semana.
A todos esos, a los que con o sin hijos, quieren que creamos que cada tarde, noche o festivo se lo pasan como enanos, a todos los que dan lecciones positivas con absurdas frases vomitivas, a aquellos que intentan mostrar una realidad ideal en un frío portal digital, les animo a hacérselo mirar y quizás plantearse una pregunta antes de colgar lo que les pase por la cabeza: ¿de verdad aporto algo a la humanidad publicando esta obviedad? En caso negativo siempre se puede consolar con el pretexto del mal colectivo: seguro que no es la primera vez que alguien comparte semejante gilipollez.












viernes, 21 de septiembre de 2012

ENCUENTRO ESTELAR



Pese a que el instinto humano es un elemento poderoso, la predisposición personal o la misma efusión, nos pueden conducir a la más tremenda confusión. Miriam conoció a Gonzalo en una inauguración. Tras unos minutos de conversación le resultó apuesto y sensible. “Un tío atractivo, culto y atento en esta ciudad. Para mi es la gran novedad” –les contó a sus amigas. Motivado por su personalidad afín, Gonzalo la invitó a comer, al cine, al teatro y a alguna que otra exposición. Siempre correcto, siempre cortés, siempre halagando la belleza de ella que, impresionada ante su nueva adquisición, se dejaba querer esperando en cada cita la anhelada consumación. Una noche la invita a cenar en su bonita terraza. Allí le muestra un imponente telescopio de dimensiones profesionales, y tras el menú marroquí y los mojitos posteriores, aprovechando que el cielo está despejado, le enseña las constelaciones. “Mira, la Osa Menor, Casiopea, Cefeo, la Cruz del Sur, la estrella Spica…” –le ilustra él. Ella, excitada ante tremenda exhibición, se va al baño donde se envalentona y decide salir sin ropa y tumbarse en una hamaca en posición sugerente. Él sigue con el ojo puesto en el visor. “Allí veremos a Géminis, León y Orión” –continua. Ella se lanza entonces y suelta: “Y justo de frente darás con la loba caliente”. Gonzalo al verla de esa guisa da un respingo. “¡Miriam! ¿Qué haces? Disculpa pero algo has entendido mal, yo soy homosexual” –explica turbado. Ella se cubre cortada. “¿Y por qué tanto interés, tantas llamadas y atenciones?” –pregunta. El contesta mirando al suelo: “De verdad no he querido ofenderte, con mis últimas citas no he tenido mucha suerte”. Ella, que parece detectar en sus palabras una invitación, se levanta y le coge por detrás. “Quizás te apetezca indagar en alguna otra disciplina. Yo puedo ser muy masculina” –le susurra al oído. Esa noche ambos decidieron probar y mantuvieron una relación estelar. Más tarde Miriam explicaría: “Creo que hay que experimentar, aunque eso implique que no me pueda volver a sentar”.

domingo, 16 de septiembre de 2012

PRIMER DÍA DE CLASE



La semana pasada vivo un acontecimiento sin duda especial en la vida de cualquier madre: el primer día de colegio de mi hijo mayor. El lugar seleccionado es un tradicional centro de la calle Salamanca que cada año recibe numerosas solicitudes. Padres y madres, desubicados, llegamos puntuales de la mano de nuestros pequeños. “¿Cómo serán las otras?”, me pregunto no sin cierta ansiedad, con la certeza de que el azar me unirá a algunas de ellas, a través de nuestros hijos, durante los próximos quince años. Ya en la entrada hago un barrido. Una antigua compañera de clase que la verdad, me caía fatal. Una vecina del barrio que nunca para de hablar. Un pibón, alta, delgada y bastante más joven que yo. Me junto a ella para mirarla y de cerca compruebo aliviada que lleva extensiones y unos inmensos tacones. Un par de padres gorditos, otro en traje de chaqueta que viene repeinado y parece que no está mal. El ex de una amiga acompañado de su nueva mujer que viste pantalón blanco y luce un enorme escotón. A mi lado, una mujer estilosa, algo mayor, no deja de mirar el móvil pasando de lo que ocurre a su alrededor. “¿Es el primero?” –le pregunto mirando a su crio. Ella contesta sin apartar los ojos de la pantalla. “¿De verdad te lo parece?” –me suelta seca y continua: “Arturo es mi quinto y último, se trata de una proeza, el sueño de mi marido, hijo único y resentido, que ha querido expiar una niñez espantosa creando su propia familia numerosa”. “Pues estás fenomenal” –comento admirando su figura. “Nunca he estado tan mal. Hazme caso, aunque creas que estás preparada, más de dos es una cagada” –confirma. Estoy a punto de contestar pero una breve mirada me indica que ya molesto.
Tras dejar a los niños en el patio de juegos, nos conducen a una clase de sillas diminutas. Algunas madres llevan boli y libreta con la intención, me imagino, de tomar alguna anotación. Entonces entra la tutora y saluda: “Hola, me llamo Majo, muchas gracias por vuestra asistencia”. Una de la primera fila levanta la mano. “¿Quieres que te llamemos Majo o prefieres María José?” –pregunta aplicada. La profesora desconcertada contesta un escueto “Creo que Majo está bien”. Retoma la presentación cuando a los pocos segundos sufre otra interrupción: “Cayetano casi no almuerza, apenas se bebe un zumito. ¿Habrá alguien para ayudarlo?”. A lo que ella responde “si, claro, pero esto no es la guardería, lo importante es que vayan ganando en autonomía”. Sigue entonces relatando algunas normas cuando la misma madre interviene de nuevo: “Cayetano no duerme la siesta, ¿qué hará él cuando el resto descanse?”. La profesora suspira y le aclara: “estará en el patio con las chicas de apoyo?”. “¿Él solo?” –insiste la otra. “Con lo otros que ya no duerman” –replica la maestra. “¿Y los días que llueva?” –plantea la primera. “Irán al pabellón” –contesta. “Esto parece un frontón” –me digo mirando a esa madre psicópata. Y me sorprendo ante la enorme paciencia que mantiene estoica la tutora mientras prosigue su discurso con coherencia. Cuando llega al tema del baño, la madre de Cayetano enseguida levanta la mano. “Pues el mío aún no usa el papel solo” –anuncia al resto. Entonces otra señora le ataja espontánea: “Entonces Cayetano se va a tener que limpiar con la mano”. El resto de la sala se ríe con ganas y la madre se gira marcial. “¿Perdona?” –le pregunta asesina. “No pasa nada, pero eres un poco pesada. Todos tenemos dudas y un hijo como el tuyo, y no damos el coñazo al resto con el mínimo pretexto” –le suelta. La cosa huele a trifulca cuando entra el director para dar la bienvenida. Mientras visitamos la escuela aún se palpa la tensión y en la puerta de salida tienen un nuevo enganchón.
Algunas mujeres al vivir la maternidad, una experiencia bonita y a la vez dura, pierden por completo la cordura compartiendo con cualquier persona todo aquello que las obsesiona. Sus conversaciones, antes normales, solo giran ahora alrededor de sus sensaciones maternales, y el resto, marido, amigos o trabajo, les empieza a importar un carajo. A aquellas obsesionadas y a todas las que piensan que su vida como mujer se quedo en el paritorio, las animo a relajarse y a vivir la situación con perspectiva, pues lo cierto es que ser madre no es matar a la esposa o la amiga. Y comparto una gran verdad de la que a veces no somos conscientes: al resto le importa una mierda que a nuestros hijos les salgan los dientes.


viernes, 14 de septiembre de 2012

PASIÓN MORISCA



A mi amiga Maite siempre le han excitado los desfiles de Moros y Cristianos. Aunque no le encuentra explicación, el fragor de los timbales, los trajes majestuosos, la apostura cristiana, el exotismo moro, el calor, el olor a puro, a alcohol, a sudor y a tío, la ponen como una moto. Lo descubrió hace tiempo en Alcoy donde fue invitada por la empresa de su entonces novio. Años después, unos conocidos la llaman para las fiestas de Fontanares. A su llegada Maite es instalada en una casa particular. Al día siguiente por la mañana la anfitriona la invita a vestirse con uno de sus trajes de gala. Maite, al verse morisca, se siente la princesa Sherezade y llegado el mediodía, tras varias jarras de tinto, no hay quien le quite el vestido. La dueña, viéndola tan animada, le dice: “déjatelo en el desfile”. Ella acepta encantada y el resto del día lo pasa bebiendo y haciendo chistes horribles como: “quiero que un cristiano me meta mano” o “a ese moro que va a desfilar me lo voy a beneficiar”. A la hora del inicio se instalan en un balcón. De repente escucha a lo lejos los potentes tambores. Ella espera impaciente y al ver aparecer la primera filà, eleva los brazos intentando moverse al compás. “Igual es mejor que no bebas más” –le dice otro invitado. Pero ella le agarra el cubata que él termina de sacar y se lo acaba sin pestañear. Aparece una colla de moros, imponentes, vestidos de negro y oro. Maite, en un éxtasis total, comienza a quitarse la ropa al compás de la dolçaina, para lanzar el sujetador. El mismo chico de antes la intenta parar, pero ella, arrebatada, se logra soltar y le dice a voz en grito: “¡Que te vayas a la mierda, me voy a pasar a todos esos por la piedra!”. Finalmente entre unos cuantos la consiguen frenar y logran meterla en la casa donde Maite duerme la mona. Al día siguiente, se despierta con una resaca bestial y se excusa por la escena. Más tarde pensará, traviesa, que esa noche en la verbena no se le escapa su presa.