domingo, 16 de septiembre de 2012

PRIMER DÍA DE CLASE



La semana pasada vivo un acontecimiento sin duda especial en la vida de cualquier madre: el primer día de colegio de mi hijo mayor. El lugar seleccionado es un tradicional centro de la calle Salamanca que cada año recibe numerosas solicitudes. Padres y madres, desubicados, llegamos puntuales de la mano de nuestros pequeños. “¿Cómo serán las otras?”, me pregunto no sin cierta ansiedad, con la certeza de que el azar me unirá a algunas de ellas, a través de nuestros hijos, durante los próximos quince años. Ya en la entrada hago un barrido. Una antigua compañera de clase que la verdad, me caía fatal. Una vecina del barrio que nunca para de hablar. Un pibón, alta, delgada y bastante más joven que yo. Me junto a ella para mirarla y de cerca compruebo aliviada que lleva extensiones y unos inmensos tacones. Un par de padres gorditos, otro en traje de chaqueta que viene repeinado y parece que no está mal. El ex de una amiga acompañado de su nueva mujer que viste pantalón blanco y luce un enorme escotón. A mi lado, una mujer estilosa, algo mayor, no deja de mirar el móvil pasando de lo que ocurre a su alrededor. “¿Es el primero?” –le pregunto mirando a su crio. Ella contesta sin apartar los ojos de la pantalla. “¿De verdad te lo parece?” –me suelta seca y continua: “Arturo es mi quinto y último, se trata de una proeza, el sueño de mi marido, hijo único y resentido, que ha querido expiar una niñez espantosa creando su propia familia numerosa”. “Pues estás fenomenal” –comento admirando su figura. “Nunca he estado tan mal. Hazme caso, aunque creas que estás preparada, más de dos es una cagada” –confirma. Estoy a punto de contestar pero una breve mirada me indica que ya molesto.
Tras dejar a los niños en el patio de juegos, nos conducen a una clase de sillas diminutas. Algunas madres llevan boli y libreta con la intención, me imagino, de tomar alguna anotación. Entonces entra la tutora y saluda: “Hola, me llamo Majo, muchas gracias por vuestra asistencia”. Una de la primera fila levanta la mano. “¿Quieres que te llamemos Majo o prefieres María José?” –pregunta aplicada. La profesora desconcertada contesta un escueto “Creo que Majo está bien”. Retoma la presentación cuando a los pocos segundos sufre otra interrupción: “Cayetano casi no almuerza, apenas se bebe un zumito. ¿Habrá alguien para ayudarlo?”. A lo que ella responde “si, claro, pero esto no es la guardería, lo importante es que vayan ganando en autonomía”. Sigue entonces relatando algunas normas cuando la misma madre interviene de nuevo: “Cayetano no duerme la siesta, ¿qué hará él cuando el resto descanse?”. La profesora suspira y le aclara: “estará en el patio con las chicas de apoyo?”. “¿Él solo?” –insiste la otra. “Con lo otros que ya no duerman” –replica la maestra. “¿Y los días que llueva?” –plantea la primera. “Irán al pabellón” –contesta. “Esto parece un frontón” –me digo mirando a esa madre psicópata. Y me sorprendo ante la enorme paciencia que mantiene estoica la tutora mientras prosigue su discurso con coherencia. Cuando llega al tema del baño, la madre de Cayetano enseguida levanta la mano. “Pues el mío aún no usa el papel solo” –anuncia al resto. Entonces otra señora le ataja espontánea: “Entonces Cayetano se va a tener que limpiar con la mano”. El resto de la sala se ríe con ganas y la madre se gira marcial. “¿Perdona?” –le pregunta asesina. “No pasa nada, pero eres un poco pesada. Todos tenemos dudas y un hijo como el tuyo, y no damos el coñazo al resto con el mínimo pretexto” –le suelta. La cosa huele a trifulca cuando entra el director para dar la bienvenida. Mientras visitamos la escuela aún se palpa la tensión y en la puerta de salida tienen un nuevo enganchón.
Algunas mujeres al vivir la maternidad, una experiencia bonita y a la vez dura, pierden por completo la cordura compartiendo con cualquier persona todo aquello que las obsesiona. Sus conversaciones, antes normales, solo giran ahora alrededor de sus sensaciones maternales, y el resto, marido, amigos o trabajo, les empieza a importar un carajo. A aquellas obsesionadas y a todas las que piensan que su vida como mujer se quedo en el paritorio, las animo a relajarse y a vivir la situación con perspectiva, pues lo cierto es que ser madre no es matar a la esposa o la amiga. Y comparto una gran verdad de la que a veces no somos conscientes: al resto le importa una mierda que a nuestros hijos les salgan los dientes.


1 comentario:

  1. Supongo que es algo que le pasa a todo el mundo y que nace de la preocupación... pero todo tiene un límite y es mejor que se vuelvan autosuficientes rápidamente, aplicando el dicho: !que se busque la vida!
    Saludos.

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