viernes, 20 de diciembre de 2013

TESTIGO DE UN TRÍO


Una amiga ha empezado a salir con un chico que tiene un gato. En la primera cita ella en seguida se dio cuenta de que el tipo tenía al animal en un pedestal. Tras enseñarle una galería de fotos y hablarle de la dieta y las monerías del felino, dijo una frase que le impactó: «lo quiero como si fuera mi hijo». A ella, que no tiene una conexión especial con el mundo animal en general, el gato en concreto le da hasta dentera. Lo encuentra sibilino, antipático y traidor. Además no cree que sea mascota de tío, dando por hecho que aquellos que le rinden a un minino ese amor tan apasionado, tienen seguro un lado oculto afeminado. La semana siguiente él la invita a su casa y, nada más entrar, se queda sorprendida ante un enorme retrato del gato que ocupa una pared del salón. El rey de la casa hace su aparición por el pasillo, enorme, seguro y  triunfal. Él lo coge en volandas y, después de acariciarlo, le estampa un beso en la boca. Sentados en el sillón, tomando una copa, ella, que siente en la espalda la mirada clavada del animal, no puede estar relajada. Tras un ligero magreo él propone pasar a la habitación. Sentados en la cama comienza a desabrocharle el sujetador cuando la puerta se mueve y, de manera sigilosa, se cuela la sombra gatuna. De un salto sube por el cabezal y se queda apoyado en un lateral, sin dejar de observar. Ella detiene a su enamorado, que ya está lanzado, y le dice con un susurro señalando al mirón: «Estoy un poco cortada, no nos quita los ojos de encima». Él, que tiene la respiración acelerada, le suelta arañando su boca: «Le gusta mirar». Ella percibe la complicidad entre ese chico delicado y su felino. Le viene a la cabeza que tener un testigo, aunque sea un animal, es lo más cercano a un trío que ha hecho en su vida y suspira, motivada, ante la mirada rasgada de ese gato voyeur.

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