domingo, 16 de diciembre de 2012

EL WHATSAPP QUE TE PARIÓ




Confieso ahora que el whatsapp, esa mensajería instantánea para móviles que se ha impuesto en nuestras vidas, me tiene hasta las narices. Y no tanto por el hecho de que en cualquier momento, hora o lugar, cualquier amigo que te quiera contactar lo haga, en muchos casos para nada, y te tenga enredado unos minutos con frases cortas del absurdo plagadas de exclamaciones, contracciones y suspensivos. Lo que de verdad me cabrea es esa modalidad llamada “grupo” donde alguien decide incluirte junto a otros en una cadena colectiva de mensajes consecutivos. Yo ahora mismo estoy en varios a los que sus creadoras han dotado de nombres tales como “madres cole”, “madres guarde”, “señorita pepis”, “cena de salidas” o “cumple Sara”. Cada uno de ellos tiene un motivo concreto y en todos participamos una media de diez mujeres con la excusa de comentar, precisar y ultimar el plan de turno. “El viernes a las seis en el parque de Antiguo Reino” –proponen en “madres cole”. “Shakira está mega choni” –opinan las pepis. “La flauta se compra en la tienda de Baleares” –avisan en “madres guarde”. “Que alguien me busque un novio, no mojo ni a la de tres” –demanda una dama “salida”. Y así en una lluvia constante de preguntas, sugerencias, opiniones, propuestas y recordatorios que recibes como un goteo y que una media de treinta veces al día, te distrae de las obligaciones. Si lo pones en silencio el aparatito no deja de saltar sobre la mesa y aunque anules la vibración, se ilumina su pantalla escandalosa. Tampoco es buena idea dejarlo del revés pues hagas lo que hagas, terminará captando tu interés. Al final los mensajes se acumulan en la pantalla por orden de llegada con frenesí, formado entre ellos un extraño popurrí que podría sonar así: “Jajajaja” “Ya he pillado los rellenos”, “Las alas las venden en Flepy”, “¿Alguna va a querer lotería?”, “Lo de mi suegra es muy fuerte”, “Vas a estar cachonda de la muerte”, “Jajajaja”,  “¡Yo me quedo tres!”, “Ella dice que allí no se paga”, “Hoy he salido sin bragas”. Cuando lees esto no sabes ni como empezar, ¿cuál de los temas será más necesario abordar? –te preguntas. Entonces hay que estar muy atenta, pues te puede pasar lo mismo que a una amiga, que al recibir el mensaje de una conocida muy formal, en el que la avisaba de un funeral, le contestó con un “para mi el chulazo no está nada mal ¿te has fijado en el paquete?”, pensando que escribía en otro foro con un nivel muy bajo de decoro. Luego lo intentó solucionar pero casi fue peor, pues la inercia la llevó a aclarar: “lo de antes lo escribía a mi marido”. O mi caso, que después de varios días discutiendo vía whatsapp sobre el tema del disfraz que llevarán los niños en la función, cuando al fin concretamos tras duras negociaciones que irán de ángel en blanco, hace un par de noches un breve zumbido me despierta en la oscuridad. Cojo el móvil donde encuentro en la pantalla tres mensajes de Olga, la madre más pesada, que nos manda a las cuatro de la madrugada: “Espero que no pase nada, pero yo a Gonzalo se lo he comprado azul”, “Tenía una especie de tul y en la tienda se lo han cortado”, “La coronita la lleva en plata, al igual que las alitas”. Una especie de bestia salvaje se enciende dentro de mi, una suerte de rabia enorme que canalizo hacia esa madre insomne, y saltándome las reglas del buen rollo que se supone que cumples cuando estás en el meollo, le hago llegar: “Olga, mira, ahora yo también estoy despierta, ¿por qué no me haces un favor y te vas a la mierda?”.
Al día siguiente me sacaron del grupo y ahora me entero de las noticias a través de otra madre con mis mismas percepciones que está esperando la oportunidad de cortar comunicaciones. Yo no sé cual será el siguiente paso, quizás nos instalen un chip o pantallas en los semáforos, o retretes con sensores para hacer de vientre online y compartir las sensaciones. No nos dejan muchas opciones. Lo mejor es que aceptemos nuestra condición y asumamos la inminente evolución hacia un nuevo pensamiento. A veces, fantaseo y me pregunto, ¿qué le escribiría don Quijote a su querido Sancho Panza si su insigne autor hubiera dispuesto de banda ancha y de esta loca mensajería? A ver si atino: “Te veo en el molino… antes voy a poner un pino, ¡¡¡Jajajaja!!, no te comas todo el tocino”.

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