viernes, 15 de noviembre de 2013

MUJERES PASEABLES



La conversación que presencio entre dos amigos hombres la otra noche, me da ganas de vomitar. Uno le cuenta al otro que fulanito de tal, un empresario de éxito forrado, que además está súper relacionado con las altas esferas de la capital, se ha echado una novia buenorra. “No llevaba tanto tiempo separado”, “dicen que la conocía de antes”, “es un cañón”… –relatan. Hasta ahí todo normal. Entonces uno hace hincapié en un matiz. “Cuando va a determinadas fiestas y cenas no se la puede llevar. Quedaría fatal” –afirma. Yo lo miro con curiosidad y el otro asiente. “Es evidente, en esos círculos hay que saber estar. Además las otras mujeres, más mayores, podrían sentirse ofendidas” – puntualiza. A mi el asunto me produce risa. “¿Estáis de coña?” – digo. “O sea que la chica en cuestión es válida para el magreo y el cachondeo pero no está preparada para ser paseada. Dais por hecho además que su presencia lozana va a incomodar a las otras mujeres de la mesa en base a la edad. Me parece un pensamiento sexista y totalmente desfasado” –expongo visceral. “Quizás tengas razón pero es real. Esto no es Manhattan y el tío no es Julian Schnabel. Se trata de negocios y en nuestro mundo, hoy en día, no se puede presentar con esa cría” –contesta. Me viene a la cabeza la escena de Pretty Woman en la que Julia Roberts, enfundada en un vestido de gala que la hace parecer menos puta, pelea con un caracol ante la mirada cómplice del camarero mientras su cliente, un imponente Richard Gere, hace de magnate en una cena de negocios. Me imagino a esa chica, en un restaurante carísimo de Madrid, con los pies apoyados en la mesa, sonándose con la servilleta y enseñando teta. La grotesca situación, brutal e irreal, me hace ver que quizás lo que se quiere ocultar no es a la nueva dama, sino la tendencia del varón a dejarse gobernar por esa fuerza superior que se esconde dentro de su ropa interior. 

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