domingo, 6 de julio de 2014

LA PARADOJA DEL CICLISTA




Casi la mitad de los habitantes de nuestra ciudad utiliza la bicicleta al menos una vez por semana, situándonos así a la cabeza de las ciudades más ciclistas de España. Vitoria, Sevilla y San Sebastián también estarían en el grupo de ciudades “adecuadas”. En cambio Bilbao, Las Palmas o Madrid rodarían en el sentido opuesto, con índices de uso descendentes. Yo, que soy ciclista habitual, debo de confesar que dentro de mi reside una contradicción que me lleva a experimentar la “paradoja del ciclista”. Es decir, por un lado cuando asumo el rol de peatón y camino por la acera me cabrea que alguien en bicicleta use el timbre para pasar. Yo suelo mirar con cara rara y a veces incluso lanzo alguna perlita del tipo: “no soy yo la que me tengo que apartar”. En cambio cuando salgo a lomos de la bici y me lanzo sobre la acera sorteando peatones me pillo calentones cuando alguien me increpa. “Este no es el sitio, tienes que ir por la carretera”, me soltó no hace mucho una chica más o menos de mi edad al detenerme en una acera ancha del paseo de la Alameda. “¿Por qué no te vas a la mierda?”, le contesté en un rapto visceral. Ella entonces me miró fijo. “¿Eres Elena? Mi hija va a la piscina con tu hijo”, contestó sorprendida. Yo giré la cabeza y emprendí la huida arrepentida por mi arrebato. Otra de mis peleas se da muchas veces cuando llego en bici a un paso de cebra y, pese a estar el semáforo intermitente, los coches pasan por delante a pocos centímetros de mi rueda haciendo abuso de su superioridad. En esos caos, y más si llevo a uno de mis hijos sentado en la sillita de atrás, me lanzo con una retahíla de insultos alentados por mi faceta maternal más macarra.
La realidad, y pese al estatus de ciudad ciclista que nos otorgan las encuestas, es que peatones, ciclistas y conductores mantenemos una guerra silenciosa pero abierta. Se trata de una especie de ley de la selva, una jerarquía que tendría que ver con el tamaño y la potencia y que llevaría al conductor a sentirse amo y señor de la calzada, consciente del poder de su motor, y teniendo ya que lidiar a diario con autobuses, taxistas y motoristas. La presencia de los ciclistas sobre el asfalto les parece a muchos incómoda, inapropiada, como el mosquito que aterriza sobre la luna del coche y dificulta brevemente tu visión, hasta que das un golpe de parabrisas y el insecto ve su final desparramado en el cristal. Lo del carril bici en la ciudad queda pendiente de revisión. Si bien es cierto que han aumentado los tramos para ciclistas, también es verdad que en muchas de las zonas, como en la Avenida del Puerto o en Peris y Valero, las irregularidades del terreno lo asemejan  a ratos a una carrera de Offshore. En el caso de que pretendas llegar al centro o ir a comprar a la calle Colón, te tienes que buscar la vida, o dejar la bici aparcada antes de la Gran Vía. Luego está el rio. Para muchos el cauce del Turia es la solución. Yo les insto a que bajen en fin de semana por la mañana y presencien la verbena de corredores, caminantes, paseadores, ciclistas, marchistas y patinadores que tienen que bregar para avanzar en una de las dos direcciones por un terreno abierto, exento de indicaciones y plagado de niños y perros. La parte buena, que por supuesto la hay, es la aportación a la sostenibilidad, la comodidad y la sensación de libertad que te da el ir volando sobre las dos ruedas. La ausencia de subidas y bajadas, con la excepción de la ligera pendiente de la calle del Mar, y la dimensión que muchos califican como perfecta de la urbe, convierten a Valencia en la ciudad ideal para vivir rodando. Uno de los puntos a valorar es la excelente acogida que ha tenido la iniciativa Valenbisi en nuestras vidas. Pese a que aquellos que alquilan lo hacen con una motivación meramente funcional, prescindiendo en muchos casos de la parte de poesía vital que comporta ser ciclista, no dejan de formar parte de esta corriente de pedaleo que ha erigido a la ciudad como emblema del transporte saludable. Si aún no va en bici se lo aconsejo, además de sano es agradable y, en caso de conflicto con coches o peatones, tendrá la oportunidad de aliviar tensiones gracias a ese noble arte que se conoce como insultar. 





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