domingo, 6 de julio de 2014

PENECENTRISMO




Me llama la atención la anécdota que cuenta uno de los personajes de la película “Antes del anochecer”, de Richard Linklater. Durante una comida estival en Grecia, y siguiendo la estela del tono de la conversación, que se centra en ese momento en la configuración mental de hombres y mujeres, una de las damas aporta la experiencia de su madre, que trabajó la mayor parte de su carrera como enfermera en la unidad de cuidados intensivos de un centro hospitalario de Atenas. La señora en cuestión le contó en una ocasión a su hija la diferencia entre ambos sexos al despertar después de un periodo de coma, tras alguna enfermedad o un accidente. En su trabajo de enfermera ella les debía de explicar que se encontraban en un hospital y tratar de ubicarles, poco a poco y con tacto. “Las mujeres sin excepción preguntaban por sus hijos, su marido, la familia, por si hubo más heridos, los detalles de lo ocurrido”, relata. La reacción de los hombres, en cambio, y con un 100% de coincidencias, era muy distinta al abrir los ojos tras el largo sueño para volver a la vida. “¿A que no sabéis lo que hacían?”, pregunta al grupo conteniendo una sonrisa. “Interesarse por el estado de su miembro, si seguía en el sitio, si volvería a funcionar…una vez averiguado esto les venía a la cabeza el resto de cosas como los hijos o la esposa”, cuenta. Observé que los hombres que había alrededor, tanto en la vida real como en la ficción, asintieron brevemente con complicidad y rieron, poniéndose por un momento en el presente de ese otro hombre convaleciente, asumiendo la profundidad de esa intensa relación que establecen desde la infancia y que los lleva a proteger, casi con devoción, esa parte de su cuerpo enlazada con elementos tan potentes como la virilidad, el orgullo o la hombría. Me imagino la inscripción grabada en una zona privilegiada e iluminada de su mente: “mi pene y yo”.   

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