miércoles, 27 de agosto de 2014

LA NUERA EN CASA




Tengo una amiga que está pasando las vacaciones en una casa cercana a la nuestra y con la que suelo coincidir en el desayuno. Esta mujer, agradable y de buen ver, es madre de un hijo varón que este año, a la edad de veinte, tiene su primera novia. El chico, que parece que está enamorado, la ha invitado a pasar unos días en la casa familiar y mi amiga, para la que su niño todavía es un bebé, además de ser agradable y de cuidarla, en secreto sueña con matarla. Me explica que el día que llegaron informó a la parejita de que tenían que dormir separados. Pese a eso cada noche escucha trajín de puertas y pasos en el pasillo. «Mi marido me ha prohibido intervenir, dice que sea indulgente», se lamenta. Además me cuenta que la chica se seca el pelo a diario y se pone maquillaje por la noche. «Le he sugerido que ahora en verano deje la piel descansar. Siendo tan joven no debería de tener nada que disimular», argumenta. Cabreada detalla que la diabólica adolescente pasa de la verdura y de la fruta y es bastante mandona, llegando la otra tarde a reñir a su hijo en su presencia. «Tuve que meterme en la cocina y ponerme una copa de vino para mantener la paciencia», confiesa. La gota que ha colmado el vaso ha caído esta semana cuando, al poner la lavadora, se ha encontrado con dos tangas de hilo de tamaño diminuto. «Eran tan finos como el hilo de pescar. Cuando los iba a tender no sabia donde poner la pinza. Al final los tuve que colgar del pequeño triangulito de tela», se lamenta levantando una ceja. A pesar de todo ella está siendo encantadora pues espera así que su hijo, sensible, se de cuenta por si mismo de que la chica, y utilizando sus propias palabras, “tiene alma de choni”. Hasta entonces convive con acidez de estómago permanente y fantasea, paciente, con que esa cría de melena a mechas deje a su hijo por un profesor o se desintegre abrasada por el calor de su secador.

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