Tengo una amiga que está
pasando las vacaciones en una casa cercana a la nuestra y con la que suelo
coincidir en el desayuno. Esta mujer, agradable y de buen ver, es madre de un
hijo varón que este año, a la edad de veinte, tiene su primera novia. El chico,
que parece que está enamorado, la ha invitado a pasar unos días en la casa
familiar y mi amiga, para la que su niño todavía es un bebé, además de ser
agradable y de cuidarla, en secreto sueña con matarla. Me explica que el día
que llegaron informó a la parejita de que tenían que dormir separados. Pese a
eso cada noche escucha trajín de puertas y pasos en el pasillo. «Mi marido me
ha prohibido intervenir, dice que sea indulgente», se lamenta. Además me cuenta
que la chica se seca el pelo a diario y se pone maquillaje por la noche. «Le he
sugerido que ahora en verano deje la piel descansar. Siendo tan joven no
debería de tener nada que disimular», argumenta. Cabreada detalla que la
diabólica adolescente pasa de la verdura y de la fruta y es bastante mandona, llegando
la otra tarde a reñir a su hijo en su presencia. «Tuve que meterme en la cocina
y ponerme una copa de vino para mantener la paciencia», confiesa. La gota que
ha colmado el vaso ha caído esta semana cuando, al poner la lavadora, se ha
encontrado con dos tangas de hilo de tamaño diminuto. «Eran tan finos como el
hilo de pescar. Cuando los iba a tender no sabia donde poner la pinza. Al final
los tuve que colgar del pequeño triangulito de tela», se lamenta levantando una
ceja. A pesar de todo ella está siendo encantadora pues espera así que su hijo,
sensible, se de cuenta por si mismo de que la chica, y utilizando sus propias
palabras, “tiene alma de choni”. Hasta entonces convive con acidez de estómago
permanente y fantasea, paciente, con que esa cría de melena a mechas deje a su
hijo por un profesor o se desintegre abrasada por el calor de su secador.
miércoles, 27 de agosto de 2014
ELS PECATS DEL PIU
Véase por “cool” aquella
persona, tendencia u objeto moderno, molón, que sobresale de entre la media
pero no de manera explosiva, sino discreta, constante, contenida. Algo o
alguien “fashion” sería ni más ni menos que está de moda, que se adapta a los
preceptos estéticos del momento aportando incluso un toque añadido. Estas dos
palabras salpican la conversación del grupo de jovencitas con las que suelo
coincidir en la piscina. Esto, que de entrada no reviste más importancia que la
mera brecha generacional, me pilla un día de resaca la mañana después de una
cena de verano que se alargó hasta la madrugada. Tumbada sobre el césped y con
la mirada clavada en mi libro, escrito en un perfecto castellano, siento que me
invade un pánico creciente al visualizar el futuro de esas adolescentes que en lugar
de descanso se toman un “break”, que en vez de diarios o bitácoras leen “blogs”,
que ejercitan sus cuerpos en el “gym”, vencen su sed con “smoothies” en lugar
de batidos de frutas, bailan al ritmo de lo que marca el disc jockey, aplacan
su hambre entre horas con un “snack”, se sacan unos euros de vez en cuando
trabajando de “babysitter”, especulan con que ese amigo que parece gay salga
algún día del “closet”, practican “running”, van al cajero automático a sacar
“cash”, visten de “sport”, tienen novios que llevan “bóxer” y no calzoncillo,
comen “organic food” en un “self service” o practican el “sexting”, o lo que es
lo mismo, el intercambio de fotografías subidas de tono. El colmo del absurdo,
la consumación de la invasión del “english” como idioma de uso “ordinario”
viene precedida por una almohadilla y toma el nombre de “hashtag”. La moda, que
viene del Twitter, consiste en colgar una fotografía en alguna red social y
acompañarla de palabras sueltas, por supuesto en inglés, cuyo significado sea
global, evanescente, sugerente pero a la vez conceptual. “Summer” (verano),
“enjoy” (disfrutar), “beach” (playa), “friends” (amigos), “sun”, (sol), “life”,
(vida), “love”, (amor) o “party” (fiesta), serían los vocablos más usados en
vacaciones, como si al acotar las sensaciones con estos términos generales y
simplistas consiguiéramos atrapar la esencia de la vida misma, como en un
titular de revista. El poder de la lengua es tal que puede llegar el momento en
el que nuestra existencia pierda profundidad y solo seamos capaz de
relacionarnos con el entorno a través de frases hechas, como en un folletín
spanglish donde los protagonistas bucean en tramas elementales haciendo escaso
uso de sus capacidades mentales. Así, en medio de esta tormenta de lava
lingüística que invade mi jornada estival, mi organismo echa mano de su
instinto de autoprotección y me trae a la cabeza la sabiduría del padre de un
amigo de Onteniente que, cada vez que tiene la ocasión, saca a colación los
refranes de su progenitor que irían desde
“bufar en caldo gelat” para designar a una persona que presume de una
situación económica que ya no tiene y un día tuvo, “tira mes un pel de figa que
una maroma de barco”, florida sentencia que resumiría en pocas palabras la
tendencia del varón a dejarse cegar por las mieles de la feminidad, “aço va com
cagallò per sequia”, que ilustraría de manera gráfica la idea de que algo va
perdido y sin control, “dones mes que fer que un porc sol”, para designar a
alguien que incordia o da mucha faena, o el más conocido “si no vols pols no
vages a l’era” como advertencia suprema de que si vas a tomar un riesgo debes
de asumir las consecuencias.
Insto a las nuevas
generaciones a utilizar la lengua de nuestra tierra, la cual goza de una gran
sonoridad, para colorear las emociones del día a día con esa literalidad que
solo da la observación, y la experiencia, y el saber calibrar las vivencias
desde el prisma objetivo de la realidad evitando esa lengua ajena, colectiva e
impersonal. Saquemos partido del componente escatológico y sexual que reviste
el valenciano, de su sentido venial pero a la vez, por brutal, indulgente.
Pues, y especialmente durante los meses de verano, “dels pecats del piu,
Nostre Senyor se'n riu”.
lunes, 11 de agosto de 2014
CINCUENTA SOMBRAS DE VILAFRANCA
Leo en prensa la noticia
creada por la polémica en torno al “hotel del sado” que tratan de abrir en
Vilafranca del Cid, Castellón. Tras publicarse los detalles del nuevo
alojamiento en una conocida página BDSM, iniciales que se refieren a las
palabras Bondage, Disciplina-Dominación, Sumisión-Sadismo y Masoquismo, los
responsables del ayuntamiento han puesto el grito en el cielo al conocer el
tipo de actividad del local, para la cual se han montado unas mazmorras de lujo
con anclajes para suspensión y potros de tortura. El consistorio ha alegado
además en un comunicado tener reparos con la proximidad entre el hotel sado y
el santuario de la Mare de Déu del
Llosar, patrona de Vilafranca. No debe de ser sencillo estar rezando y a la vez
imaginando a esas parejas enfundadas en cuero, metidas en su celda en modo
pervertido, infringiéndose dolor consentido en nombre del placer. A mi me viene
a la cabeza que con el estreno a la vista de la versión cinematográfica de “50
sombras de Grey”, la apertura del establecimiento podría erigir al pequeño
pueblo de Castellón como nuevo epicentro del sexo duro, lugar de peregrinación
de aquellos devotos de la dominación que podrían además adquirir souvenirs y
disfrutar de la gastronomía de la zona. ¡Es un disparate!, pensarán. Momento en
el que yo aprovecho para hacer memoria de algunas particularidades que han
ocurrido en la comunidad. A modo de introducción me remitiré al año 1995 cuando
Francisco Álvarez Molina tomó el cargo de consejero y director general de la
Bolsa de Valencia. Durante una ponencia el matemático e ingeniero, ante la
pregunta de por qué sin tener vínculos con la ciudad había decidido aceptar el
cargo, manifestó el reto que le suponía trabajar en una comunidad en la que sin
haber madera, en el caso de Valencia, estaban los mejores fabricantes de
muebles, sin tener arcilla en Castellón se habían erigido las mayores
azulejeras de España y sin criar reses, la zona de Alicante se había convertido
en una de las principales potencias del curtido. Así el alto directivo
consiguió resumir con este breve resumen la evolución de numerosas generaciones
que, influenciadas por el espíritu comercial fenicio y griego, consiguieron
cristalizar en un perfil antes llamado “busca vidas” y hoy denominado
emprendedor. Lo más gordo, y que quizás no sepan, es que el origen de la
Coca-Cola pueda estar en Aielo de Malferit donde, en 1880 se creó la “Nuez de
Kola Coca”, un licor dulce cuyos creadores, los fundadores de la fábrica Micó,
presentaron en una feria de bebidas en Filadelfia. Allí John Pembelton, al que
se le atribuye la autoría, se habría hecho con la formula del que hoy es el
refresco más importante del mundo. Por un tema de patentes la familia Micó
nunca se llevó el mérito ni la pasta pero ahí queda la sensación de haber
cambiado la historia. El tema de la horchata también es digno de mención. Desde
Valencia hasta el mundo el brebaje obtenido de un pequeño tubérculo ha hecho
celebre al pueblo de Alboraia, convirtiendo la bebida de chufa en producto de
culto, descubierto cada año por millones de turistas que vibran al mojar el
fartón. La población de Xátiva es una
de las máximas potencias en fabricación de ataúdes a nivel nacional y en Alcoy
se hicieron famosas las aceitunas rellenas sin olivos, sin mar. En Ibi se
produjo el boom de los juguetes y Onil monopolizó el negocio de muñecas con las
que conquistó el mercado más allá de nuestras fronteras. La habilidad de los
artistas de la zona hizo evolucionar el rito mediterráneo de acumular y quemar
madera hasta el noble arte de construir una falla, con los espectaculares
ninots, la ironía y el enorme trabajo de ingeniería que supone plantar uno de
esos monumentos que más tarde perecerán bajo el fuego. Por ello les insto a
reflexionar acerca de nuestra forma de estar en el planeta y les animo a mirar
a su alrededor en busca de esa oportunidad que, aunque de entrada pueda sonar
disparatada, quizás termine siendo la gran campanada. Porque en esta tierra,
aunque a muchos les pese, hay madera.
EL TRABAJO Y LO DE ABAJO
Internet, y en concreto esa
famosa red social profesional, ofrece una vía de escape para aquellos que
quieren echar una canita al aire sin ensuciarse las manos. Les cuento la
experiencia de un amigo. Hace tiempo que él mantiene una relación cordial vía
mail con una chica de su empresa a la que nunca ha visto en persona. Lo que
empezó como un contacto estrictamente formal, basado en el intercambio de
informaciones profesionales, derivó poco a poco en algo más casual, con un
“¿cómo estás?”, al inicio de algunos mensajes, y hasta algún “beso” clandestino
al final de algún correo. Mi amigo, curioso, buscó en la red algunas fotos e
informaciones de la interesada. Descubrió que era más o menos de su edad, que
estaba casada y, aquí un punto determinante, que estaba buena. A partir de ese
momento, como si fuera un león, empezó a rondarla con más interés, buscando
excusas para contactar, siendo amable, divertido, cómplice, comprensivo. Un día
ella le expone un breve dilema personal relacionado con la compra de un coche y
termina su texto con un “¿tú que harías?”. Él, que está solo en casa y se ha
bebido dos copas de vino para recibir la noche, se pone al teclado, cierra los
ojos pensando en ella y escribe: “yo te prepararía una cena, te llevaría al
sofá, te arrancaría las bragas y te sentaría encima mío, mordiéndote en el
cuello, recorriendo tu pecho con la boca ”. Tras esto pulsa al “enviar” y se
queda mirando la pantalla algo cortado y enormemente excitado. Una hora después
recibe una respuesta de ella contundente, breve y a sus ojos sorprendente:
“pensaba que nunca lo harías, ¿qué me vas a preparar para cenar”. Ahora mi
amigo disfruta de una relación vía chat de alto voltaje y ha desarrollado una
teoría muy completa sobre como el entorno profesional-virtual ha pasado a
convertirse en fuente de oportunidades para aquellos que anhelan algo más.
VERANEO A LA ANTIGUA
Este año ya he leído unas
cuantas columnas o artículos en los que sus autores, tras realizar una precisa
disertación sobre motivos económicos y sociales, llegan a la conclusión de que
estamos siendo testigos del ocaso del veraneo, reflexionando sobre este final,
como si se tratara de algo nuevo. Un colaborador de esta casa apuntaba además,
con buen tino, la falta de tacto de aquellos que al cruzarse con un conocido o
un vecino se interesan por su planes vacacionales, dando por hecho que el
interesado tiene algo programado. Con ese tipo de pregunta, y dada la falta de
liquidez generalizada, obligas al otro a inventar un rodeo, un “aún no lo hemos
pensado”, o “estaremos algunos días por aquí”, o “esperaremos al último
momento”. El preguntado tendrá la sensación entonces de perpetrar algo
inapropiado, de estar fuera de lugar.
Pensemos un momento en el
término “veranear”. Más allá de la extensión temporal, que asociamos a la niñez
y que si lo analizamos bien, no tiene más mérito que la propia deformación
mental que uno hace del tiempo y que le lleva a alargar, de manera exagerada,
aquello que se supone que le gustaba, la cosa se queda en unos pocos detalles
de peso. Uno de mis favoritos era la advertencia de los adultos, que ahora con
los años y la experiencia comprendo, cuando a finales de agosto empezaba a
llover. «No te puedes bañar, si cae un rayo te podría electrocutar», era el
mensaje brutal cuando caían las primeras gotas. Yo miraba la enorme extensión
de mar de la playa de Gandía y me imaginaba atravesada por la estocada
eléctrica mortal, como una heroína de acero, inundando el océano con esa
descarga natural plasmática, anticipando el sonoro y rotundo trueno que haría
explotar los tímpanos de todos los que estuvieran cien kilómetros a la redonda.
Esa imagen hacia que siempre, sin excepción, me intentara escapar, en compañía
de otros amigos de mi edad, para llevar a cabo esa acción suicida. Otro de los
hits era el famoso corte de digestión. Recuerdo a la madre de una amiga que
siempre me invitaba a su casa de El Perelló. Independientemente de que nos
hubiésemos comido unas papas con aceitunas, un helado o una paella, la señora
precavida nos hacía pasar dos horas a la sombra, pues el contacto con el agua
nos podía provocar un sock. Si, como muchas de las veces, nos lanzábamos a
protestar, ella no tenia ningún problema en volver a relatar el espeluznante
caso de un vecino de nuestra edad que unos años atrás se vio afectado por el
síncope. El pobre chico se quedó lívido para luego retorcerse un buen rato
sobre el suelo y finalmente perder el conocimiento. «No se murió por esta», nos
lanzaba haciendo un gesto con la mano y señalándonos con un dedo. Luego estaba
la insolación, o lo que alguien me relató como el quemarte la cabeza con un sol
abrasador, que en aquel momento yo imaginaba como una cabeza gigante, tipo logo
de Versace, con boca amenazadora y mirada violenta. La persona afectada, que
siempre era aquella que no llevaba gorra, sufría de mareos, convulsiones y unas
quemaduras brutales que dejarían su piel como pasada por el rallador. Además
estaba aquello de que si bebías algo helado de trago podías morir al instante,
al igual que Felipe el Hermoso, cuya leyenda cuenta que pereció tras un partido
de pelota al ingerir agua fría. Ante la estampa del monarca agonizando en la
cama uno prefería beberla a traguitos, del grifo a templada. La mayoría de niños ahora
crecen sin ser conscientes de esos peligros de muerte que antes acechaban las
vacaciones vistiéndolas con la magia del riesgo. El mayor terror de un niño se
da en este momento si se acaba la batería de su móvil o su consola y no puede
terminar la partida o enviar a sus amigos mensajes y fotografías. La esencia
del veraneo no tiene tanto que ver con el lugar o la extensión en el tiempo,
sino con el hecho de experimentar, de dejarse llevar, de disfrutar de las
pequeñas cosas que durante el resto del año nos pasan desapercibidas. Es la
suma de esos detalles lo que define una vida.
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