lunes, 1 de junio de 2015

HERENCIA MASCULINA

                                    


Me deja pensando la conversación que escucho el otro día durante una comida. El interlocutor es un hombre apuesto de casi cincuenta que habla con afecto de la estrecha relación que mantiene con su sobrino, que acaba de cumplir los veinte. «Cuando salgo de viaje le dejo las llaves de mi piso y el coche. Por lo visto tiene bastante éxito con las chicas y, si me pongo en su lugar, a su edad yo hubiera pagado por tener un lugar donde poder llevar a mis amigas y retozar», cuenta. La cosa se pone en modo mesiánico cuando, el varón en cuestión, casado hace no mucho con una dama atractiva bastante más joven que él, comparte con el resto el consejo fundamental que le dio a su sobrino el día que cumplió la mayoría de edad. «Le hice una única advertencia: tienes prohibido casarte antes de los treinta y cinco. De hecho me dan miedo aquellos que contraen matrimonio pronto, pues la secuencia es la siguiente. Te comprometes con tu novia que conociste a los veintidós, a los veintiocho pasáis por el altar y el primer hijo llega a los treinta por presiones familiares. Para cuando tenéis treinta y tres la que es tu mujer ya ha tenido dos hijos y está criando y tú tienes una secretaria de veinticuatro, con el culo duro como esta mesa y el bulto de las tetas marcado en la chaqueta. Si hasta el momento no has tenido sexo suficiente, y te aseguro que nunca se tiene, se te va la olla y desciendes a los infiernos para arañarle a la vida esas horas no legales de placer que de repente te parecen fundamentales. Entonces llega el lío y el clásico periplo de la bragueta hacia la madurez, que en el caso de los tíos se da ya cumplidos los cuarenta», sentencia. Yo dudo entre si rebatir o aplaudir cuando él añade una excepción, «todo esto queda anulado si de verdad sientes que estás enamorado», concluye distraído con la mirada puesta en el escote de una joven camarera que anda cerca.

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