martes, 15 de noviembre de 2016

DAMA ENJAULADA




Una amiga ha dado con una nueva aplicación de servicio de coches con conductor, algo tipo taxi pero con automóviles de marca en tono oscuro, el interior inmaculado, perfumado, música ambiente, aire acondicionado y un señor al volante bien plantado y uniformado que se baja para abrirte la puerta, te llama de usted por tu nombre y solo interrumpe su silencio para preguntarte con una sonrisa si es adecuada la temperatura. El tema es que mi amiga, casada, madre de dos hijos, alta, rubia y esbelta, gusta ahora de llegar a sus citas en ese transporte de lunas tintadas, esperar a que le abran la puerta y apearse tomándose su tiempo, primero posando la delgada patita que culmina en un zapato de tacón, como si la calzada fuera de terciopelo, y luego la otra, impulsándose grácil, haciendo un leve gesto de cabeza al conductor y caminando hacia la entrada del local con un paso tan pausado que parece que sujete un huevo entre las nalgas. Las que esperamos la miramos. El resto de transeúntes, testigos de la escena, murmullan dando por hecho que se trata de algún personaje relevante o la esposa de algún constructor o un potentado. Ella continua su desfile supuestamente ajena a aquel breve revuelo que provoca en los otros la sospecha de lo caro y exclusivo. No hace mucho, sentadas ya a la mesa, comentamos entre risas el tema de sus aires de grandeza y ella, sincera, lanza un mensaje que al resto nos pilla por sorpresa, «lo que más me gusta de contratar el servicio de coches es que me siento muy puta», confiesa. Explica entonces como realiza los trayectos sentada erguida en el sillón, sacando un espejito y retocándose el labial, magnánima, como la fiera que transportan enjaulada cuyo futuro incierto es ser venerada y a su vez sometida. «Me da igual el destino, yo disfruto del trayecto con los muslos apretados y la mirada, perdida, posada en el camino».

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