viernes, 27 de abril de 2012

SORPRENDIDA EN LA DUCHA




El poder de la casualidad y la alineación concreta de los elementos pueden propiciar toda suerte de malentendidos. Uno de ellos, ciertamente interesante, tuvo como protagonista la pasada semana a mi amiga Ana. Atentos. Ana se encuentra tomando una ducha relajante en la cabina de hidromasaje de su cuarto de baño tras pasar un día complicado en el trabajo. Abstraída, se deja llevar con los ojos cerrados sintiendo los finos chorros de agua a presión que taladran suavemente su espalda proporcionándole breves descargas de placer. De repente, un sonido lejano llama su atención y le parece reconocer la voz de Juan, su marido. “¡Juan!” –lo llama. “¡Juan, pasa que te cuente!” –insiste cerrando el grifo.
A los pocos segundos la puerta del baño se abre y Ana, ansiosa por hablarle, sale de la ducha escurriéndose el pelo y se encuentra, de frente, con los ojillos sorprendidos de su suegro, también llamado Juan, que permanece como una estatua frente a ella, sin saber cómo reaccionar. Durante tres interminables segundos Ana busca desesperada una toalla con la que cubrirse y él, sin poder evitarlo, pasea su mirada por ese cuerpo proporcionado, ahora humedecido, para culminar, mareado, en los dos pechos de botón rosado cubiertos por breves gotas de agua.
“¡No!” –grita entonces Ana de modo mecánico, mientras el confundido intruso cierra la puerta golpeándose en la frente. Aclarado el asunto, una incómoda Ana, vestida con tejanos y suéter negro, sujeta una bolsa de guisantes congelados sobre la cabeza de su suegro para evitar la inflamación. El pobre, todavía cohibido, repite sus disculpas de manera mecánica, pensando si esa bolsa de guisantes, calmante, no sería mejor colocarla en otro lugar.
Aunque todo quedó en mera anécdota, suegro y nuera compartirán en el tiempo esos segundos de intimidad, y que más allá del contexto, perturbarán para siempre sus pensamientos.

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