domingo, 5 de agosto de 2012

MACHOS DOMESTICADOS



Salgo el pasado jueves a tomar una copa. En el local, situado en Conde Altea, me encuentro con dos antiguas compañeras de universidad acomodadas junto a la barra. “¿Qué tal?” –les pregunto cuando voy a pedir. En cosa de cinco minutos nos ponemos al día. Las dos están casadas y son madres de familia. El marido de una está en el paro, el otro de vacaciones y las dos trabajan en la ciudad. “Los mandamos a la playa con los niños”- me explican, y entonces confirmo que ambas arrastran una melopea considerable. Tras el encuentro me sitúo en una zona de asientos desde la que tengo buena perspectiva de las peripecias de las amigas, que beben chupitos junto a un grupo de veinteañeros que gravita a su alrededor. Al rato me dirijo al cuarto de baño y allí las encuentro partidas de la risa mientras se pintan los labios de rojo chillón. Me confiesan que llevan en danza desde las tres de la tarde. “Hemos quedado a comer y nos hemos bebido dos botella de vino, y luego un mojito, y otro….y hasta ahora”- añaden. Me cuentan que el día anterior decidieron improvisar una fiestecilla en casa de una de ellas. Una de las invitadas se presentó con dos amigos extranjeros y un par de compañeros de trabajo se apuntaron a la reunión, que terminó convertida en una jarana en toda regla. Los vecinos llamaron a la policía y la cama de la dueña terminó ocupada por un interiorista alemán y la secretaria de su despacho.
Sólo unos días después, tras una cena en la Alameda, quedo con mi marido que está con un amigo, también casado y trabajando sólo en la ciudad. Encuentro a éste bronceado, algo arrebatado y pendiente del móvil en extremo. Sospecho enseguida que quizás tiene un affaire estival y que así, vía mensaje, calienta el asunto hasta encontrarse con la pajarita de turno. Algo molesta, le doy conversación intentando captar su atención, pero resulta del todo imposible. En un momento se excusa y sale del local para atender una llamada. “Este tío es un sinvergüenza” –le digo a mi marido. Y expongo mi opinión sin darle oportunidad a contrastar la versión. El otro vuelve a la mesa con cara de agobio. “¿Va todo bien?” –le pregunto con segundas. Entonces me muestra el móvil donde tiene abierto el whatsapp. “Es mi mujer, me tiene frito con sus encarguitos” –confiesa. En la pantalla se puede leer un mensaje interminable: “Trae las servilletas del mantel azul, el juego de sábanas de la cama pequeña, las cápsulas de Nespresso (Livanto y Capriccio), el neopreno de Javi, mi champú rosa del baño, las películas del cajón de la salita, calcetines de deporte para Paulita, el cargador de repuesto de la Nintendo, mi perfume de Hermès…¡ah! y las revistas del mes”. Termino de leer y me siento mal de inmediato, pues si pensaba que este pobre mentía, ahora me doy cuenta de que su mujer lo toma por una empresa de mensajería. “Esto es sólo lo de hoy” –me informa. “Ayer estuve encargando los uniformes escolares y los libros de texto. Luego me fui al club de tenis y los matriculé en las extraescolares” –me cuenta. “Le dije de ir mañana, pero me pide que mejor el sábado, y así recojo a su madre que llega de un crucero por el Mediterráneo” –concluye lacónico. Me entero de que la esposa descansa en Moraira, en compañía de los niños, de la chica de servicio y sus amigas del paddle. “Ella sí que sabe” –le digo en tono de guasa. Pero él se tiene que marchar, pues al día siguiente a las siete llega a su casa pulidor del parqué. Me sabe fatal, pero encuentro que su mujer es una profesional que sabe como sacarle el partido a su entregado marido.
En igualdad de condiciones, la mujer, por diversas razones, y al margen de su propensión, sabe mejor como disfrutar de la ocasión. El despiporre femenino pasa por gin-tonics a media tarde, pedicuras semanales, salir a ritmo frenético y en casos puntuales, algún coqueteo cibernético. En cambio ellos, en apariencia más osados, se suelen quedar rezagados en la soledad del hogar. Porque los tiempos están cambiando y el macho, domesticado, ha cambiado el salir de caza por tomar capuchino a la taza, en una masculinidad acotada exenta de picaresca. Señoras, atención a este dato, pues el macho puede encontrarse en peligro de extinción. Levanten el veto en pos de una vuelta al hombre inquieto, pues su supuesto libertinaje se queda, la gran mayoría de las veces, en “mucho ruido y pocas nueces”.

1 comentario:

  1. Los días que me he quedado solo y con mi familia en Denia me he dedicado a escuchar música, sin mirar volumen, aprovechando esos discos "prohibidos" y jazz que suelen silenciarse por los auriculares.

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