domingo, 12 de agosto de 2012

TRAVESÍA RUMBO A IBIZA



Sábado de agosto, ferry Valencia-Ibiza de las dos de la tarde. Calor, gentío y el bullicio propio de inicio de las vacaciones.  Transcurre un largo rato entre checking, entrada del coche y subida al barco para sentirlo zarpar, con media hora de retraso, rumbo a las pitiusas. Al instante me arrepiento de haberme acomodado junto a una pequeña zona acotada, destinada al desfogue de los más pequeños. Provistos de un tobogán de colores y una sillas diminutas de cara a un televisor, los niños del barco hacen el bestia y gritan a su antojo a escasos dos metros de mi asiento. Aunque yo también tengo hijos y sé que se trata de comportamientos normales, afloran en mi fuertes instintos criminales.
Decido caminar y tomo el pasillo enmoquetado rumbo a popa. En uno de los ventanales una pareja, él abogado, ella estilosa periodista, discute contenida. “¿Qué cara he puesto? Estás loco, de verdad. Llevaba dos años sin verlo, es pura casualidad.” –explica ella apurada. El parece que la quiera matar, me imagino que hablan de algún ex con el que se acaban de cruzar. Paso de largo, de la zona de los baños me llega un leve olor a vomitado. Se abre de golpe la puerta del de mujeres y emerge una dama, alto cargo de Consellería, con la cara del color de la cera, el vestido arrugado y la melena revuelta. Apoyada en la puerta, lucha contra el mareo y camina con un curioso tambaleo, debido a una indisposición, que haría las delicias de más de uno de la oposición. Localizo una puerta al exterior, paso por ella y una vez superada la nube de humo que rodea a los fumadores, doy con un grupo de tatuados, libres de camiseta, que beben cerveza y ligan con dos chicas altísimas y musculadas. Intercaladas con el sonido del oleaje oigo frases sueltas: “esta noche la rompemos en el Space”, “una amiga relaciones igual nos pasa al vip de la Flower Power”. A mis pies un pobre bulldog con correa de tachuelas y piel fucsia, propiedad de una de ellas, me mira mareado e intuyo que algo abrumado por los días que le esperan. Casi leo sus pensamientos: “otra semana más cagando en la terraza del apartamento…”. Entro y voy a mi asiento donde mi hijo, ya despierto, exige explorar el barco. “Ya estoy harto” –suelta impaciente. “Pues todavía quedan tres horas” –le explico. Pero el ya corre por un lateral directo a la cafetería. Allí doy con la pareja del principio que sigue con la discusión. “Le has puesto ojitos, te conozco muy bien. Desde el principio me di cuenta que sigues colada por él” – la acusa mezquino. Ella mira la barra. “Yo te juro que no es cierto, ¿qué quieres que haga?” –pregunta desesperada. En el otro extremo, la dama del mareo, apoyada sobre un codo, sujeta una manzanilla con mano temblorosa y observa el infinito con  mirada piadosa. “¿Y esto siempre se mueve tanto?” –le pregunta al camarero. “Lo de hoy no es nada, quizás sea sugestión. ¿Le pongo algo mejor que la infusión?” –pregunta atento. La dama asiente con un gesto. En unas de las mesas, una señora del Club de Golf Escorpión, que acaba de protagonizar una sonada separación, viaja junto a un varón, algo más joven de ella, al que mira embelesada mientras comparten botella de vino.
Consigo retener a mi hijo, por el espacio de veinte minutos, junto a uno de los ventanales. “Tengo pipi” –me anuncia al fin. Deshacemos el camino andado y entramos en un baño de olor agrio y luz de neón. Allí doy con un váter presentable y le siento. En uno de los lavabos la periodista del novio celoso habla por el móvil de cara al espejo “este tío es insoportable, si sigue así le dejo”. De uno de los compartimentos emerge la dama del golf con su nueva adquisición, ambos sonrosados y algo ajados. Lejos de poner cara de apuro, al pasar, ella le pega un pellizco en el culo. Salgo, superada ante tanta información. En la barra continua la dama que ahora, más recuperada, apura un gin-tonic en compañía de las chicas del perrito. “Ya me diréis la dirección, quizás aprovecho el viaje y me hago un tatuaje” –les suelta lanzada. Yo vuelvo a mi asiento. Por megafonía indican que la llegada se retrasará una hora. Cierro los ojos y me imagino tumbada en la playa, ajena a toda suerte de vaivenes terrenales. Me relajo intentando disfrutar del momento y pasar a positivo el torrente de sensaciones. ¿O acaso no tratan justo de eso las vacaciones?. 

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