viernes, 1 de marzo de 2013

EL VICIO DEL SERVICIO



Estaba Silvia en la cocina haciendo la cena para sus hijos cuando de repente se ilumina la pantalla del teléfono de Juana, su empleada del hogar boliviana que hace cosa de un año le ofrece fiel servicio. Por inercia posa sus ojos en el dispositivo que reposa en la bancada mientras la chica, que está con los niños, se encuentra en el baño ocupada. “Te voy a partir en dos mamita, estoy cachilo, estoy camote, quiero que me chupes la poronga, me pones como un bestia, me tienes agarrado” –lee sin querer Silvia que se queda con los ojos como platos mientras la tortilla se quema en la sartén. Rápidamente disimula y hace como que sigue a lo suyo cuando llega Juana, coge el teléfono, mira la pantalla y lee el mensaje esbozando una breve sonrisa. Silvia la observa y piensa cómo es posible que esa mujer discreta, bajita y entrada en carnes, sea capaz de mantener una relación tan apasionada y ardiente como la que se traduce de ese mensaje caliente. Una semana después Silvia, que está obsesionada con la vida sexual de su empleada, aprovecha un descuido de ésta para su coger de nuevo su móvil y expiar en la bandeja de entrada. Allí encuentra otro mensaje reciente de tono indecente: “me gustan mucho tus chuchus, no dejo de pensar en tu concha, cuando te vea te cojo y te culeo mi mami”. Silvia vuelve a dejar el teléfono conmocionada ante la brutalidad de esas palabras de sonido carnal y no deja de pensar en los fines de semana de Juana, que a ella parece tan normal, convertida en una esclava sexual. A partir de ese momento la presencia de su chica se le hace incómoda y le produce cierta tensión, pues no puede evitar imaginarla entregada a esa bestial pasión, sobretodo porque ella hace ya algún tiempo que disfruta de una vida sexual marcada por el tedio y el aburrimiento.

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