domingo, 7 de abril de 2013

DESNUDO PROFANO





Hace un par de meses me incluyen en una línea de Whatsapp de madres del cole. Allí intercambiamos mensajes tipo “mañana han de llevar cartulinas” o “el jueves es el último día para entregar la autorización de la excursión”. De vez en cuando alguien comparte el nombre del restaurante o la dirección de algún lugar interesante. Una noche, estando de cena, una amiga me envía una fotografía de temática algo obscena, donde aparece Andrés Velencoso de frente y sin ropa , dejando en primer plano, casi al alcance de la mano, sus destacados atributos. Llevada por el cachondeo reenvío el material a otras más y casi sin pensar, movida por la espontaneidad, lo remito a las del chat del colegio en plan gracia. Un par de horas después, compruebo con sorpresa que ninguna ha contestado, que entre las más de veinte mujeres que formamos el grupo, nadie ha dado señales de vida. Al día siguiente el chat continua desierto y yo empiezo a arrepentirme de haberla enviado. ¿les habrá molestado?, me pregunto. Otro día, después de la salida, veo a un grupito tomando algo en una terraza de la calle Burriana y las saludo con cierta efusividad, buscando complicidad. Me parece percibir entonces algo distante, ¿me harán el vacío de ahora en adelante?,  elucubro con pesar. Un par de semanas más tarde escucho un aviso del teléfono y en la pantalla compruebo que una de las madres, al fin, se dirige al resto con el siguiente mensaje de texto: “¡fumata blanca chicas! Habemus papam”. Yo me quedo paralizada, pues si los últimos días sospechaba que el envío de la foto no era muy apropiado, ahora me doy cuenta de que la he cagado. Sólo unos minutos después continua la cadena: “me encanta el Papa Francisco, es Jesuita, argentino y bastante progresista” –cita una. “Me parece una buena elección, dicen que se preocupa mucho por los temas sociales, que ha visitado numerosos barrios marginales” –comenta otra. “El primer Papa americano, al contrario que Benedicto, parece bastante cercano” – comparte otra más. Sobre esas líneas de mensaje continua a la vista la foto del  guapo modelo en pelotas, imposible de borrar, más llamativa ahora si cabe por el contraste ejercido por esos pensamientos compartidos. Para intentar atemperar el desastre decido enviar una nota en tono de disculpa, me planteo incluso en buscar la redención alegando una equivocación. Hago varios intentos pero dado el contexto de la nueva conversación de carácter tan mariano, cualquier nueva aportación al respecto parece marcada por el tinte de lo profano. Yo me torturo mirando la foto una y otra vez, que ahora, días después, me parece más brutal, con la zona del sexo como agrandada, trucada, llamativamente velluda. Me viene a la mente la figura de María Magdalena, pecadora, salvada de ser lapidada pero marcada por la vergüenza, señalada, juzgada. Comentando el asunto con otra amiga más terrenal me hace ver que mi acción, quizás fue irreflexiva, disonante, pero para nada avergonzante. Pienso entonces que la imagen de un desnudo masculino en plenitud nunca puede ofender y menos en este caso,  donde el caballero en cuestión goza de un físico privilegiado cuyas  proporciones, en alguna zona concreta, rozan las tres dimensiones. Caigo en la cuenta de que quizás la instantánea nunca se envío por algún problema de conexión o en el momento de la recepción. Rememoro esos días de tensión, de sufrimiento, por un suceso que solo tuvo lugar en mi imaginación. De repente me encuentro en comunión con mi ser y me siento en la obligación de enviarles la fotografía, dejando de lado el tema de lo indecente y con la intención de ser coherente con mi proceder. Así que cojo el teléfono, selecciono del documento y lo envío otra vez consciente, ahora si, del momento. Minutos después alguien contesta: “¿otra ve el mismo tío en bolas?”. Otra le replica: “es Velencoso, ya lo vi la otra vez, todo un virtuoso”. Llega el tercer mensaje: “¿Velencoso? Ni le había visto la cara, menuda animalada”. Yo voy leyendo fascinada esa conversación que, gracias a la repetición, se ha producido por reacción. Respiré tranquila, sintiéndome aceptada de nuevo y con la sana sensación que en nuestro chat, reina al fin la pluralidad. 

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