lunes, 2 de noviembre de 2015

MANCHARSE LAS MANOS



Carlos lee en la portada de una revista masculina un titular, de entrada inofensivo, que le deja pensativo. El reclamo reza: “Descubre si eres bueno en la cama”. Intrigado busca el artículo en el interior del magazine y se encuentra con un texto tipo perogrullo que incluye algunos consejos como “hazle sentirse deseada”, “las prisas son malas compañías” o “el orgasmo no es el fin único del sexo”. Continua leyendo sin mayor interés hasta que una de las sugerencias llama de repente su atención: “hay que mancharse las manos”. El autor del documento explica que, al contrario de lo que suele pensarse e, independientemente del calado moral de la interesada, a la mujer le gusta el desmelene, la palabrería hot, el ponte aquí, muerde allá, sudar, enredarse el pelo, llevarse algún cachete en el trasero. Carlos, que es de los de “¿te puedo quitar el sujetador?”, medita sobre sí mismo y se ve como a alguien defectuoso, poco hábil, pacato, rígido, esmirriado y torpón. Los días siguientes se observa en el espejo mientras repite la consigna “ensúciate las manos” y saca pecho emulando los andares de un torero, con gesto altivo, apretando la mandíbula. Se imagina palmeando nalgas con un “¡plas!” y arrancando botones de camisa cubierto de fango, orgulloso en plan gallo de corral, abriendo una botella con la boca y derramando el contenido, que discurre frío sobre el cuerpo de una dama tremendamente atractiva que lo observa fascinada y un poco asustada. Piensa en Charo, su ex, que mandaba como un sargento, y se plantea si quizá el motivo de la ruptura fue esa falta de gallardía. Decide escribirle en busca de una nueva oportunidad que le permita redimirse y lo hace en plan animal, con un mensaje que incluye las palabras “vibrar”, “gritar”, “de rodillas”, “suelo”, “culo” y “pared”. Charo no tarda en responder, «Carlos, ya sabes que no es una buena idea ver porno y beber».

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