miércoles, 27 de abril de 2016

DOMINACIÓN SILENCIOSA



Berta sale a la calle tras cenar en casa de una amiga, para el primer taxi que pasa y se acomoda en el sillón trasero con la intención de no abrir la boca en todo el trayecto. En el espacio se instala la voz de una locutora de radio que habla de bondage o, lo que es lo mismo, atar a tu pareja con el fin de dar y obtener placer. «Ser atado durante la relación sexual es una manera de perder todo control. No se trata de que los nudos sean sexys en sí mismos, sino que representan la dominación», reza la locutora. Y pasa a hablar de lo físico, de cómo las cuerdas, dependiendo del material, te pueden rozar en determinadas zonas erógenas redoblando el placer, del pulso que se acelera, de cómo la mente prepara un coctel explosivo compuesto por el miedo que supone ser sometido, más la confianza que se tiene en el que ata. Luego se centra en el después, pues una vez que el atador te tiene a su merced, ¿qué pasa?. La mujer de voz sensual habla de azotes, de caricias, de miradas interminables, de sexo a ratos lento a ratos brutal. Instruye sobre la palabra de seguridad, ese término, más allá del “no”, pensado y consensuado para detener el acto al momento. Bromea diciendo que ella escogería “Abracadabra” y aporta la experiencia de una oyente que le pidió a su marido que la inmovilizara con las piernas abiertas, la peinara, la untara de crema y luego la fotografiara. Lo que ocurrió a continuación ya no dependió de ella, pues le susurró que fuera él el que decidiera. Entonces detalla la postura ejecutada elevando varios grados el ambiente hasta nivel febril. Berta observa la calle algo contrariada por la intimidad creada entre ella y el conductor. Sus miradas se cruzan un segundo en el retrovisor y ella se pregunta si ese momento, compartido por imposición pasiva, no se trata en realidad de otra forma de dominación.


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